Mientras continúe la crisis económica y sociopolítica en la gran mayoría de las naciones de América Latina, el éxodo de personas hacia Estados Unidos continuará de manera imparable, una situación sin atisbos de solución por la potencia norteña, a pesar de las múltiples propuestas impulsadas por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
López Obrador, conocido como AMLO por el acrónimo de su nombre, y quien este 2024 dejará la presidencia mexicana luego de las elecciones generales de junio próximo, sostuvo en 2023 varias reuniones presenciales y telefónicas con su par estadounidense Joseph Biden, y con otras figuras de su gabinete, entre ellos el secretario de Estado, Anthony Blinken, y reiniciadas este año.
En cada uno de esos encuentros sobre la situación migratoria –en especial desde Centro y Suramérica- que movió más de 7 000 000 de seres humanos en los últimos 12 meses, devino plato fuerte de las pláticas, pero hasta ahora nada se ha concretado en la práctica, a pesar de las promesas de Biden y su equipo.
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Aunque es cierto que en algunos aspectos hay coincidencia entre los mandatarios sobre el delicado asunto y su repercusión en la frontera común, hay varios aspectos en los que se evidencia la apatía de Washington y su incapacidad para frenar de manera pacífica la emigración latinoamericana.
Además, en estos momentos la mirada de la mayor potencia económica y militar del planeta está puesta en las guerras en curso a nivel mundial, de las que se aprovecha para echarle leña a su maquinaria armamentista.
Los contribuyentes norteamericanos están aportando los miles de millones de dólares entregados por la administración Biden a Ucrania luego de que Rusia -al que los imperialistas norteños intentan aniquilar, inútilmente- iniciara allí hace dos años una operación especial para recuperar territorios propios arrebatados por el régimen de Kiev.
EE.UU. abrió el pasado 7 de octubre un nuevo frente de guerra cuando brindó su ayuda a Israel para que cometiera el genocidio, que continúa hasta hoy, contra el pueblo palestino, obligado a resistir el continuo acoso del neofascista régimen hebreo, siempre con sus botas sobre una nación indefensa y obligada a renunciar a su territorio.
Tel Aviv y el primer ministro Natayahud encontraron en la defensa que el grupo armado Hamás hizo de su abnegado pueblo –remitido a sobrevivir en una franja de tierra llamada Gaza- la excusa ideal para matar hasta ahora a casi 30 000 civiles, la mayoría de ellos niños. Y EE.UU. apoyó al premier genocida con dinero y armas.
No le bastó a los decisores del Pentágono esos dos focos de muerte que mantienen en vilo a gran parte de la Humanidad –teniendo en cuenta las consecuencias que traen para las economías a nivel mundial- sino que también fomentó otro en Yemen.
Este jueves, varias agencias noticiosas informaron sobre los ataques de EE.UU. y Reino Unido, por cuarta vez, objetivos en varias ciudades de Yemen en menos de una semana, mientras aumentan las operaciones contra buques que atraviesan el mar Rojo, de acuerdo con el Mando Central del país norteamericano (Centcom).
Es en este contexto, agravado en los últimos meses, que López Obrador intentó a fines de 2023 que su vecino se comprometiera con una serie de demandas encaminadas a frenar el flujo migratorio, sin respuesta hasta ahora.
Para tratar de poner fin a la emigración masiva de quienes intentan llegar a EE.UU. cada año a través de su frontera Sur, el presidente mexicano solicitó a su poderoso vecino una integración regional sin exclusiones. Sin embargo, en esas y otras gestiones parecidas, Biden se ha ido por la tangente con generalizaciones.
Aunque son notables las ventajas que obtendrán los dos países si termina el incontrolado éxodo, la administración estadounidense no cede terreno. Hacerlo podría significar perder el poco control que aún posee sobre Latinoamérica y emplear su dinero en un proyecto de crecimiento regional en el que piensa no obtendrá beneficios.
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López Obrador fue claro, como es su estilo político: la propuesta, dijo, es integral, implica consolidarnos como región económica en el mundo, fortalecer la hermandad en el continente americano, respetar nuestras diferencias y nuestras soberanías, y procurar que nadie se quede atrás (…).
Palabras sabias apoyadas por cifras. El consumo per cápita de América es de 18 000 100 millones de dólares anuales, mientras que el de Asia es de 4 000 400 millones. Sin embargo, el visitante se fue con regodeos y dispuso otra reunión, esta vez con parte de su gabinete.
Las medidas de la Casa Blanca para intentar frenar el flujo migratorio causaron caídas temporales en las cifras. Biden reconoció en varias oportunidades que necesitaban la ayuda de México. Entonces AMLO presentó una nueva lista de solicitudes.
A fines de diciembre último, acompañado por una representación de su Ejecutivo, y ante una delegación presidida por Blinken e integrada además por el secretario de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Alejandro Mayorkas y la asesora de esa cartera, Liz Sherwood-Randall, López Obrador pidió a EE.UU. que aprobara un plan de despliegue de 20 000 millones de dólares en países de América Latina y El Caribe, suspendiera el bloqueo económico, financiero y comercial a Cuba, eliminara todas las sanciones contra Venezuela y otorgara subsidios al menos a 10 000 000 de hispanos residentes, con derecho a la permanencia y al trabajo de manera legal.
Son exigencias difíciles de cumplir dada la ideología de la administración norteamericana, por lo que solo acordaron una nueva cita. La reelección de Biden pasa, entre otras pruebas, por lograr el control fronterizo en la parte sur de su país, al que llegaron solo en diciembre 300 000 inmigrantes, indicó la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza.
Blinken confirmó luego de su retorno a Washington que “Como dejamos claro hoy (…), estamos comprometidos a asociarnos con México para abordar nuestros desafíos compartidos, incluida la gestión de una migración irregular sin precedentes en la región, la reapertura de puertos de entrada clave y la lucha contra el fentanilo ilícito y otras drogas sintéticas”.
En ese contexto, EE.UU., como la mayoría de los países desarrollados, vive en la actualidad graves conflictos demográficos ante la disminución de la tasa de natalidad, retiros por jubilación y falta de personal extranjero debido a la política restrictiva el exmandatario Donald Trump y el cierre de fronteras por año y medio a causa de la Covid-19. Las consecuencias son una escasez estructural de 4 000 000 de trabajadores. Ni uno más.
Esta controvertida situación se presenta en el entorno de una región que pone en marcha modelos progresistas pero que enfrentan, al mismo tiempo, el avance de grupos golpistas de derecha y ultraderecha que convocan a la injerencia de EE.UU..
El gobierno de Biden está entre dos fuegos: tiene que resolver la carencia de fuerza de trabajo (por demás poco calificada y de bajos salarios), impedir la entrada anual de una avalancha de gente pobre y hambrienta, asustada por la violencia y que no piensa retornar a sus orígenes; pero tampoco quiere involucrarse en un plan integral de desarrollo regional que le permita andar a 35 países, en un corto o mediano plazo, con sus propias fuerzas. EE.UU. no parece dispuesto a emplear un centavo en un área que siempre ha dependido de su humor y de sus intereses imperiales.
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