El llamado plan de paz impulsado por el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, en Siria no tardó en mostrar que no todo su contenido resultaba sólido, claro y confiable.
De hecho, la controvertida solicitud del diplomático de establecer en Damasco un “gobierno de transición”, sin mayores aclaraciones en torno a las prerrogativas de las autoridades legítimas y a la voluntad nacional, da que pensar sobre las verdaderas intenciones de algunos de los promotores de semejante “solución”.
Y es que, afirman observadores, se sigue pasando por alto el derecho de la ciudadanía siria a escoger su camino independiente, en un escenario donde todo apunta a un complot externo para cambiar el régimen vigente en Damasco, y no precisamente a una “guerra civil” antioficial.
Si no, decía recientemente el canciller ruso, Serguéi Labrov, “cómo se explica que, a diferencia de otras naciones árabes, en Siria el gobierno ha logrado mantenerse en el poder a pesar de las amplias sanciones que le imponen los principales socios económicos del país, y cómo es que la mayoría de los soldados siguen siendo leales a sus superiores”.
De manera que existen en el caso sirio fuertes referentes que una política internacional honesta y limpia no puede dejar de reconocer, mucho menos luego de los manipulados y sangrientos episodios en Libia, y el contubernio de los Estados Unidos y del resto de Occidente con la manipulada violencia extrema que las satrapías mesorientales ponen en juego para intentar frenar las recurrentes manifestaciones populares en su contra.
El hecho es que las fuerzas reaccionarias globales juegan en Asia Central y Oriente Medio la carta descarnada del hegemonismo y la injerencia a como de lugar, mediante la conversión de aquellas trascendentes zonas en instrumentos dóciles de su estrategia geopolítica, paso que apunta directamente contra Rusia y China y su transformación en potencias mundiales de signo opuesto a la Casa Blanca.
Luego, en Siria el despliegue de la violencia tiene sus bases clave allende las fronteras de ese Estado, y corre a cuenta de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); de su cabecera, los Estados Unidos; y de la abierta complicidad del sionismo, la reacción árabe y grupos fundamentalistas islámicos, todos concertados en el reclutamiento de mer-cenarios, la organización de bandas armadas y el envío a “suelo enemigo” de medios de destrucción y muerte.
Desde luego, Damasco no sería siquiera la última carta que jugar. De hecho, y a partir de los criterios de medios diplomáticos cercanos al asunto, el siguiente e inevitable paso de los azarosos intentos imperialistas de expansión resultaría Irán.
Los planes militares de ataque bélico contra la nación persa constan en los mapas, informes y memorandos del Pentágono y de Tel Aviv, y la caída de Siria tendría como “beneficio adicional” ampliar decisivamente el camino hacia la tan acariciada agresión contra Teherán y la imposición en la zona de otro gobierno afín a los intereses occidentales. Un “perfecto cierre del círculo”, según las mentes calenturientas de los grandes agresores.
De ahí la insistencia de buena parte de la comunidad internacional en imponer el respeto al derecho a la autodeterminación de los pueblos y concretar las vías de diálogo y negociación como únicos principios y ejecutorias válidos, en un contexto que los ávidos de poder global han colocado al rojo vivo, a semejanza de un polvorín rodeado de llamas.
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