En efecto, quien revisa de manera conjunta la actuación de los diferentes grupos ultra conservadores de poder en las más diversas latitudes, no puede dejar de experimentar la imagen de una suerte de desesperada ofensiva generalizada de quienes no quieren ceder espacios a la razón y a los cambios urgentes que reclama el planeta.
Bajo la coordinación de los supremos intereses hegemonistas de factura Made in USA, esa legión de desbocados derechistas cumplen papeles agresivos y desestabilizadores en todas la regiones, intentado afianzar su poder donde todavía predominan, o suplantando a como de lugar a autoridades y procesos que no comulgan con las ideas de vasallaje y sumisión. Así de simple y sencillo.
Y no se trata de un paisaje novedoso ni mucho menos. Hay quien incluso ha llegado a afirmar que a lo largo de la historia, en la imposición de sus privilegios y la instrumentación de sus malsanos propósitos, la derecha ha sido a veces más eficaz que algunas experiencias políticas, económicas y sociales de corte progresista y popular.
Pero más allá de debates puntuales, la realidad mundial de hoy no deja dudas de que una suerte de extendida concertación reaccionaria sin dudas mueve su telaraña a escala planetaria para evitar mayores retrocesos estratégicos y cortar desde las raíces toda transformación preocupante.
En Oriente Medio, Asia Central, el Este europeo, y el Pacífico oeste, donde la confrontación apunta directamente al cerco imperial contra Rusia y China, los dos mayores blancos a batir por los poderes hegemonistas occidentales, la situación no puede ser más explosiva, riesgosa y preocupante.
Una coalición “institucionalizada” como la belicista Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, liderada por Washington, opera militarmente junto a sionistas, extremistas y regímenes autoritarios locales en construir el muro que apriete la garganta de Moscú y Beijing, obstaculice el avance de ambos hasta el escalón de potencias de primer orden, y convierta al escenario que les circunda en un patio fiel y ordenado en manos de los grandes intereses imperiales.
Mientras, boyunos ramales políticos, económicos y mediáticos que suelen identificarse con el desprestigiado genérico de “comunidad internacional”, se encargan del sucio trabajo diplomático y publicitario que brinde aires de “legalidad” e “insoslayable concreción” a un proyecto encaminado a favorecer un trono mundial omnipotente.
Y si de citar casos concretos se trata, vale recordar el desmembramiento violento de Yugoslavia, las guerras “antiterroristas” contra Afganistán e Iraq, el derrumbe del gobierno libio, la actual agresión a Siria, las paulatinas masacres contra los palestinos, la conversión de Ucrania en una punta de lanza sobre el costado de Rusia, el fracasado intento en mayor último de soliviantar el orden interno en Macedonia, y la reciente e inquietante presencia de fuerzas de la OTAN y topas norteamericanas en las repúblicas del Báltico y Polonia, entre otros episodios de claro signo expansionista y hostil.
Mientras, en el Sur del Hemisferio americano, otras realidades también promueven la devastadora actividad del binomio imperio-oligarquías locales.
Para los sectores hegemonistas norteamericanos y sus cipayos regionales es inadmisible la existencia de gobiernos y tendencias políticas y sociales progresistas en un área que hasta hace apenas unos cuantos lustros era el singular traspatio del poderoso vecino del Norte.
Una región en cambio que supo derrotar el ladino proyecto imperial de conversión de nuestro espacio geográfico en renovado santuario económico bajo la égida de los Estados Unidos, y que ha logrado conformar un contexto de concertación como la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe, CELAC, que excluye, al menos de forma directa, la agenda dominante de la primera potencia capitalista.
Un escenario donde, como era de esperar, no han faltado ni faltan las conjuras a todo nivel para intentar cambiar el presente, conculcar el futuro, y resembrar el sombrío pasado, y que van desde campañas de desprestigio, asonadas golpistas, atentados, desestabilización económica, magnicidio, sanciones, terrorismo, y socavamiento de la unidad del área, hasta el incremento del potencial militar agresivo estacionado en la zona a cuenta de las condenables actitudes oficiales de ciertas autoridades nativas aún totalmente ajenas o insuficientemente comprometidas con los intereses esenciales de nuestros pueblos.
En pocas palabras, una actividad nociva y destructiva que no resulta espontánea, ni original, ni carente de estructuración, y que no reconoce límites geográficos ni políticos como toda brutal pandemia.
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