Con los ojos fijos en la línea roja del horizonte, hundido en la maleza, un mambí entona estos versos: “Pinta, pues, tanta belleza/ Con tu cántico sonoro,/ Ensalce tu lira de oro/ Tan rica naturaleza”.
En la piel mulata están dibujadas muertes y querellas por la última “carga”; más allá del paisaje, embalsama su corazón el recuerdo de aquel grito: “Al machete”. Pero al caer la tarde rojiza, su voz viste de lirismo los campos que fueron de batalla.
Y es que, en modo austero, estas estrofas son también un himno de guerra, una especie de vindicación del cubano con su nacionalidad. Evocación del verde panorama natural, de las gestas recientes y de las ansias emancipadoras. Así, ¿qué otra poesía podrá concebir un guerrero por la independencia de su patria, sino estas metáforas de sentida cubanía?
“Una flor en tu cabeza/ Pondrá el pueblo, no laureles/ Ni rosas, ni mirabeles/ Ni flor de extranjera playa/ Solo alguna pitajaya/ De los cubanos vergeles”. ¡Hermosos lienzos de la realidad que bien vale la pena preguntarse de qué corazón guajiro emergieron a la luz!
Pues bien, nacidas de la pluma de Juan Nápoles Fajardo, El Cucalambé, son algunas de las coplas, décimas y seguidillas que acompañaron las primeras luchas de la independencia de Cuba. Historiadores y articulistas sostienen que nuestros mambises las entonaban en la manigua. Por supuesto, no fueron las únicas, pero para la historia patria resultan de singular importancia. Y es que fueron concebidas por un mambí más, también de corazón guajiro, tonada en ristre y condición precaria.
Por su parte, Nápoles Fajardo es una de las glorias cubanas de todos los tiempos. Nació en Victoria de las Tunas el 1ero. de julio del año 1829, y de la mano de su abuelo materno, José Rafael Fajardo recibió las primeras lecciones de retórica y poética, que más avanzado el siglo XIX emergieran de la literatura como un singular aporte a la identidad nacional.
Al menos, lo asegura otro grande de las letras cubanas cuando expresó: “…su obra no fue solo esta de presentar al guajiro a sí mismo como un espejo, sino además incorporar su voz dentro de una fórmula sentimental y rítmica que en lo adelante le sirviera para el canto cotidiano y la controversia fiestera”. Así se expresó el crítico Cintio Vitier sobre el principalísimo de las primeras corrientes poéticas cubanas: el criollismo y el siboneyismo.
Y es que el autor de “Hatuey y Guarina” es también el de conjuntos de décimas como “A Rufina. Invitación segunda”; del poemario Rumores del Hormigo, lírica imprescindible para la isla caribeña, así como numerosas colaboraciones para el órgano del grupo siboneyista: La Piragua (editado en Matanzas, en el siglo XIX). Una amplia obra a la que se suman las tablas con el drama en versos: “Consecuencia de una falta”; así como algunas guajiras escritas para el también camagüeyano “El Fanal”. Tienen en común que beben de la cultura popular de los campos cubanos.
Si bien le distinguen un siboneyismo ya prendido por Plácido Domingo, Fornaris y Valdez Machuca; el poeta tunero ofrece un aporte singular, y es el contenido político muy marcado en su forma creativa. No asiste la ingenuidad en quien logró resemantizar la raíz india hasta en seudónimo, sino una marcada intención de “convertir el tema primitivista en simbología revolucionaria”.
Todo esto para un autor que se fue del panorama cultural y político a sus 32 años, cuando desapareció misteriosamente de entre los suyos. No se sabe a ciencia cierta si se lo llevó en brazos la muerte por suicidio o asesinato, o si los ideales independentistas provocaron aún más la persecución del gobierno. ¡Hasta se comenta que su propia vergüenza por aceptar un cargo público del gobierno colonial le auguró tal suerte! Pero más que la causas, de su desaparición se lamenta la pérdida que significó para las letras.
El propio Indio Naborí (Jesús Orta Ruiz) aseguró al prologar la obra de Nápoles Fajardo: “Habiendo pasado este poeta por la vida como esos aerolitos que nos deslumbran un instante y se pierden sin dejar en el aire una sola huella de su tránsito ni un solo indicio del lugar de su caída, todo lo escrito por él, sin discriminación alguna, nos interesa”.
Camuflajes literarios, estilo exquisito, símiles y metáforas vírgenes nacieron, alguna que otra vez en la manigua cubana, bajo su propia circunstancia de insurrecto. Hoy se considera una suerte para la isla aquel Cucalambé, una voz legítima en los albores de nuestra literatura.
Otro de los estudiosos y admiradores del bardo, José Antonio Portuondo afirmó que el Cucalambé “…logró captar de tal modo la gracia limpia y sin afeites de la musa campesina” que muchos de sus cánticos circulan, siglo mediante, de forma anónima entre campesinos y gente humilde de la Cuba rural.
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