Una programación cultural debe totalizar el gusto y a la vez diversificarlo, cumplir con lo general y lo particular; todo ello sin distingos hacia la seudocreación. En Cuba cada verano se hace un plan para todo el archipiélago. La idea resulta válida, pero ¿cómo formará a los públicos?, ¿qué cánones persiguen las actividades?
Recientemente, la ciudad de San Juan de los Remedios celebró el 503 aniversario, con la tradicional fiesta, cuyo origen se remonta al siglo XVIII, mas se extrañaron propuestas serias y, también, cierta tradición perdida en regusto posmoderno. Así se inició el verano, con una plataforma a menos de tres cuadras del centro histórico, en una de las arterias mayor pobladas, con mucha música trap, gritos, un Dj diciendo a las doce de la noche por un audio ¡que levante la mano todo el que tenga una visa!, etc.
Estos “espectáculos”, donde se ve y oye hasta la palabra más pornográfica, llenan no pocas plazas del país sin importar que los habitantes disientan de dichos gustos devenidos en disgustos. Se diluyen las quejas, todo es una relajación, un dejar hacer que acaba con el entorno, que nada tiene que ver con la cultura.
Por otro lado, ¿cuánto cobran los Dj por toda esa bulla trasnochada que comienza a las diez de la noche y termina a las cinco de la mañana? Mucho presupuesto estatal, dinero de los contribuyentes, se nos va pagando barbaries. Lejos están muchas ciudades del interior de alcanzar la programación de lujo de La Habana o de algunas capitales de provincia. El dilema se resuelve entonces, en muchos casos, con seudocultura. ¡Aquí lo que hay es que mover el esqueleto! Me gritó un Dj mientras anduve por las pasadas fiestas.
El concepto de programación no debiera llevarnos a hacerlo todo para que prime la cantidad, el jolgorio, lo poco elaborado; al contrario, si se está planificando algo es para que mande la lógica de la calidad. No digo que los géneros bailables dejen de tener su espacio, pero bien estudiado, respetando a quienes aún queremos oír música sinfónica o de cámara. Lo diverso implica, precisamente, programar, prever la realidad, la praxis cultural.
No hay públicos para lo “clásico” y el trap, sino personas manejadas por lógicas del mercado y la elaboración de los planes. El consumo puede y debe alejarse de su banalización, allí está la muerte de tantas aspiraciones nuestras hacia la cultura, la educación y los buenos instrumentos de la vida: los contextos determinan y a veces obviamos que estos se pueden planificar, programar.
Esos contextos, donde un Dj grita ¡levanten la visa con una mano!, son los que marcan al adolescente que al otro día tenemos en las aulas, así como su interés o no por estudiar y labrarse un futuro en nuestro país. No puede trabajarse con un alumnado alucinante de trap, mundos extraños, noches pasadas por alcohol, irresponsabilidad familiar y peligros de toda laya. Para que programar la cultura está lejos de ser un límite definitivo, hay que acompañar los procesos de consumo como si se tratase de un parto, con fecundidad y gestación previas, donde lo que nace es el mañana.
En lo particular me resulta preocupante una cultura nacional donde, lo sabemos, priman el paquete, el reguetón, el trap, lo foráneo, las fiestas de quince y los cabarets a cinco CUC la entrada con Dj, alcohol y algún “cómico” metiéndose con el público. Muchos pueblos de Cuba se disuelven en eso, ante una realidad que no dispone de suficientes cines, salas de teatro, espacios alternativos. La vanguardia artística, la Asociación Hermanos Saíz y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, debieran tener el protagónico en estas programaciones, manejar los contextos.
No se le puede llamar arte a cualquier cosa que suene, brille y ruede, mucho menos cultura; cuanto más estaremos hablando de un atentado impune contra la tranquilidad ciudadana. Debiera resaltar más, por ejemplo, el vínculo universidad-comunidad, con los programas de extensión que tienen diseñados las autoridades del Ministerio de Educación Superior. Allí hay artistas aficionados cuyo nivel roza lo profesional. Hay un vacío en las giras cuando extrañamos la trova, el humor inteligente, el teatro vanguardista que se queda en las salas de la capital.
Cierto que las “Noches del libro” resultan exquisitas, con propuestas que nos hacen soñar a los provincianos, pero nuestras madrugadas y jornadas enteras están copadas por el aburrimiento, alguna bocina y un grupito de bebedores de ron. Luego no se quiere que prime el trap, entre tanto trapo.
Cuba no es sólo la capital o las cabeceras de provincia, y acá estamos los campesinos felices aun tratando de que el contexto sea menos agreste, más llevadero. Consumir cultura deviene la forma más útil de vivir, pero cultura de la de verdad.
En septiembre, cuando el alumnado entre en las aulas, no debiera venir tarareando el último trap, más bien debiéramos soñar que lo haga con alguna ópera que vio. Sin sueños no habría nunca realidad, mucho menos programación cultural.
Yuliet Teresa Vp
4/7/18 9:54
muy artículo Mauricio. Siempre atinado...
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.