Con La Habana de los años treinta del siglo XX como principal escenario, en la novela Paradiso se va hilvanando la historia de la familia de José Cemí, que se extrapola, a su vez, a la historia de Cuba, y de la que José Lezama Lima logra conformar un amplio panorama.
Precisamente la manera de abordar Cuba, y su identidad en toda su dimensión, es uno de los aspectos que hacen de esta una obra invaluable. Lezama (de)construye desde una “fotografía” de La Habana, desde nuestra comida, desde su concepción estética, la esencia de la cubanía.
Aunque se publicó por primera vez en noviembre de 1966, en la colección “Contemporáneos” de Ediciones Unión, Lezama ya había comenzado a concebirla en 1949, año en que publica su primer capítulo en la revista Orígenes. “Yo, en el próximo Orígenes, pienso romper fuego con mi novela”, había anunciado por carta a José Rodríguez Feo en esa fecha.
Con marcado carácter autobiográfico describe el desarrollo de José Cemí, motivado desde la infancia por el aprendizaje poético y por llegar, a partir de este, al entendimiento del universo y a descubrir su verdadera vocación. En esa constante búsqueda son esenciales para Cemí sus amigos Fronesis y Foción, su maestro Oppiano Licario, su padre el coronel José Eugenio Cemí, y su madre, la señora Rialta.
La mayoría de los acontecimientos transcurren en La Habana, con sus inherentes ciclones, librerías, carnavales, mar, malecón; a la vez que se refleja la influencia y mezcla étnica entre españoles, negros y chinos.
Catalogado por Avilio Estévez como “el más habanero de los habaneros, el habanero perfecto, más habanero que cubano”, el viajero inmóvil, que nació en Mariano y a los 19 años de edad se mudó para Centro Habana (calle Trocadaro) y allí permaneció hasta su muerte, solo salió de Cuba en dos ocasiones, a México en 1949 y a Jamaica en 1950.
Con el interés por rescatar la cultura nacional Lezama construye su discurso desde dos productos inherentes a nuestra historia: el azúcar y el tabaco. El padre de Cemí pertenece a una familia azucarera y la madre, a una tabacalera. Simbólicamente Lezama da vida a estos personajes asociando sus personalidades a características de tales productos: el padre, poderoso; la madre, elegante. El resto de los protagonistas también estarán vinculados al tabaco.
Uno de los pasajes ilustrativos es el momento en que Cemí observa dos tabaqueras, y en sus grabados se describe Pinar del Río: “En la parte inferior del grabado decía otra inscripción: Tabaco superior de la Vuelta Abajo. Más abajo una dirección: calle de la Amargura, 6, Habana. El grabado mostraba una empalizada de piedra, con una puertecita. La granja estaba enclavada entre una fila de pinares y un río que parecía el San Juan y Martínez. Delante de la empalizada se veían tres figuras: un arriero, que, a pie, dirigía un caballo con un serón muy cargado; delante del arriero, un caballero de indumentaria cotidiana”.
Ese interés por lo cubano en Paradiso está también manifiesto desde la concepción de su sistema poético. A través de su formulación se va definiendo la nacionalidad.
No solo se mezclan elementos poéticos, narrativos y ensayísticos, sino que además se van combinando lenguaje, costumbres, tradiciones cubanas.
Sabiendo que lo culinario resulta elemento identitario de cada nación, Lezama lo retoma también para establecer el concepto de cubanía. A partir de las comidas va estableciendo un camino que muestra las diferencias entre los platos españoles y los cubanos.
Se evidencia desde el capítulo I… cuando José Cemí recuerda comentarios de la abuela Augusta: “Hoy tengo ganas de hacer una natilla, no como las que se comen hoy, que parecen de fonda, sino como las que tienen algo de flan, algo de pudín. (…) Preguntaba qué barco había traído la canela, la suspendía largo tiempo delante de su nariz, recorría con la yema de los dedos su superficie, como quien comprueba la antigüedad de un pergamino”.
En ese capítulo se da, además, una escena que resulta metáfora de la mezcla de culturas y razas de nuestra sociedad: el mulato Juan Izquierdo, cocinero de la casa del coronel, está preparando un quimbombó y es cuestionado por la abuela:
“Se dirigió al caldero del quimbombó y le dijo a Juan Izquierdo: − ¿Cómo usted hace el disparate de echarle camarones chinos y frescos a ese plato?−. Izquierdo, hipando y estirando sus narices como un trombón de vara, le contestó: −Señora, el camarón chino es para espesar el sabor de la salsa, mientras que el fresco es como las bolas de plátano, o los muslos de pollo que en algunas casas también le echan al quimbombó, que así le van dando cierto sabor de ajiaco exótico−. −Tanta refistolería −dijo la señora Rialta− no les viene bien a algunos platos criollos”.
Es de obligada mención el almuerzo que prepara doña Augusta en el capítulo VII: sopa de plátano y tapioca, soufflé de mariscos, ensalada de remolacha con mayonesa y espárragos, un pavo relleno de almendras y ciruelas y postre de coco rallado. Este fragmento es de tanta fuerza, incluso previsora de las tendencias gastronómicas actuales, que derivó en que se acuñara como "el almuerzo lezamiano".
Son estos solo unos ejemplos, pues de ellos está plagado el texto.
Si bien se trata de una novela compleja por su poéitca y barroquismo, es innegable que desprende cubanía de principio a fin, y que, como ha afirmado el crítico Antonio Miguel Fontela, “quien desee conocer a Cuba, debe leer Paradiso”.
Paradiso, espejo de la identidad cubana
La obra de José Lezama Lima continúa siendo un texto transgresor de todo canon literario e incluido en las listas de las mejores novelas de la historia universal escritas en español...
1 comentarios
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Nor1
1/9/16 14:29
es un libro bastante denso y hay que leerlo despacito (a mi modo de ver). tengo uno y poco a poco lo voy digiriendo. tambien tengo entendido que en los 60's fue un poco cuestionado junto con su autor. no se como sera la historia real. sabe algo de eso que pueda decir la articulista? muchas gracias.
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