En Rebeca (1940) Alfred Hitchcock le exigió a Joan Fontaine toda la candidez que necesitaba darle al personaje principal. Pero no se conformó. Al saber que Laurence Olivier la tenía a menos, acaso porque siempre supo que era una actriz sobrevalorada, ―a diferencia de su hermana y enemiga Olivia de Havilland―, le pidió a los demás actores y al equipo de filmación que la llevaran de la mano y corriendo. De esta manera, la Fontaine se olvidaría que había hecho algo en el cine antes de filmar con Hitchcock y manifestaría en pantalla ―como de hecho fue― un pánico convincente y una tristeza cercana a la lástima.
Aunque el maestro del suspense la volvería a llamar un año después para que asumiera el protagónico de Sospecha, el cual le reportaría un premio Óscar a la mejor actriz, Rebeca se recuerda mucho por esa atmósfera gótica que emana de la propia novela de Daphne du Maurier, remarcada a su vez por un guion en el que puja el paisaje limitado por el encierro, la autoridad de la noche, un pasado que no se quiere o lo dejan ir.
En el presente del relato existe una fuerza ávida por que la imaginación y lo onírico recubran un espacio ya en decadencia, una psicología bien hostigada. La fuerza en la película de Hitchcock descansa en el extraordinario personaje que encarna Judith Anderson. En la nueva adaptación de 2020, dirigida por Ben Wheatley y exhibida recientemente en la televisión cubana, la fuera de serie Kristin Scott Thomas es la aterradora ama de llaves Mrs. Danvers. Lily James es el personaje narrador del inicio y a Maxim de Winter lo interpreta Armie Hammer.
Recordemos que estamos ante una adaptación de un libro al cine, no es una versión del clásico de Alfred Hitchcock. Juan Ramón Ferrera Vaillant en su volumen Ojos que te vieron ir… La literatura cubana regresada en cine se detiene con mucho rigor en el acápite “De la obra literaria al guion” y delimita las variantes de las adaptaciones. Aquí expresa:
Una adaptación paragénica sería similar (nunca igual) tanto en forma como en contenido al origen textual; un filme contragénico sería el que se opone en forma y contenido a la fuente literaria; uno morfotransgénico se opondría solo en la forma; en tanto que una transposición sematransgénica implicaría subvertir el mensaje ideológico del libro.1
La Rebeca de Ben Wheatley sería una adaptación paragénica. Ello implica no subordinarse en su totalidad a la obra impresa, sino saber qué hacer con las libertades de las conquistas cinematográficas. Idear una película “como una novela” es una cosa, mientras adaptar una obra literaria es otra, y muy distinta; hasta tal punto distinta que el producto final resulta casi siempre contrario a lo que se esperaba2.
A diferencia de la de Hitchcock, en la que la trama considera brevemente cómo se conocen los protagonistas para enseguida resaltar la llegada a la mansión Manderley y estancia en ella, la reciente adaptación recrea más la etapa del enamoramiento de De Winter y la chica.
Como en el largometraje de 1940, el espectador tendrá que aceptar en la actual el extenso flashback si quiere enterarse del desenlace. La que después será la Sra. De Winter refiere parte de los acontecimientos y nunca se nombra, como no se hace tampoco en la novela homónima.
Aprovechando las ganancias tecnológicas, la puesta en pantalla de la película de Wheatley se regodea en los exteriores muy radiantes para no contrastar ―como se espera― con los espacios clausurados, particularidad estética de los relatos góticos. Sin embargo, a la excesiva luminosidad paisajística se le responde a veces con la furia marina y los imprevistos aguaceros. Lo que sí tiene a su favor cual constante es cómo el pasado intenta posicionarse y demeritar la novedad. En este sentido, Rebeca, el gran personaje referido, representa la fijeza de la imagen contra el tiempo, la permanencia contra la evocación.
Salvo De Winter y otros allegados, a Rebeca se le pretende inmortalizar. Tanto en sus adentros y afueras sigue viva en la edificación Manderley. Al respecto es demostrativo cuando la hermana de Maxim se disculpa con la Sra. De Winter y le confiesa sin ninguna malicia: “Era una persona insufrible. Nadie se resistía a sus encantos. Hombres, mujeres, niños, animales. Los mortales ni siquiera le hacíamos sombra”. Ella la recuerda según la opinión generalizada, pero ansía dejarla en el pasado.
Hasta este punto no me aventuré a ponderar una película por encima de la otra. Cada cual tiene sus valores y responden a las épocas en que fueron realizadas. En la del 2020 se muestran desnudos y un preciosismo cromático y de holgura paisajística que, por supuesto, no podía Hitchcock presentar hace ochenta años. No obstante, es increíble cómo la Rebeca de 1940 es atrevidísima en sugerencias: la pasión, lo tabú y la violencia contenida antaño se suple ahora por el rencor y el amor casi familiar. Entonces irrumpe nuevamente el ímpetu para destacar luego lo que bien merece acabar. Y aunque yo prefiera mil veces a Lily James que a Joan Fontaine, Hitchcock sabía corresponder y sobrepasarle al mejor guion sin descuidar el instante en que su obra terminara en el momento justo.
1 Ferrera. J.R (2010). Ojos que te vieron ir… La literatura cubana regresada en cine. Ediciones Matanzas, p.37.
2 Mitry. J. (1986). Estética y psicología del cine. 2. Las formas, Siglo XXI EDITORES, S.A.: Madrid, p. 424.
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