La trama sobre un cubano que regresa, luego de vivir desde su infancia en Estados Unidos, se encamina a la conformación de un testimonio conciliador, humanístico, entre los cubanos de adentro y los de afuera, entre todos los que elijan el camino del amor al país y del comportamiento ético respecto a su presente y su futuro.
Así, Miel para Oshún ―de cuya premier en el cine Chaplin se cumplen 20 años este 24 de marzo― significó la razonable y momentánea renuncia de Humberto Solás a los filmes histórico-literarios (Cecilia, Amada, Un hombre de éxito, El siglo de las luces) para abordar la contemporaneidad desde la apuesta por la reconciliación y el amor a lo propio, simbolizados en el abrazo entre la madre ausente y el hijo extraviado, las aguas dulces de Oshún y las salobres de Yemayá, la Cuba entrañable y la ajena.
Respecto al tratamiento del tema migratorio, declaró Humberto: “Miel para Oshún no se propone avivar el fuego de la polémica, del cisma, sino, por el contrario, reflexionar sobre las consecuencias del mismo, y ayudar a restañar las inevitables heridas. Ello no quiere decir que la obra tenga un carácter de imparcialidad, pero sí es respetuosa en su celebración del reencuentro. La lectura es directa y franca. No hay espacio a maliciosas conjeturas. Es así como concibo el cine de la contemporaneidad en Cuba”.
El filme se sostiene sobre dos pilares: la oda noble a lo más valioso de la Cuba profunda y la comunión de esos valores con los que alientan los coterráneos de la diáspora. Ambos presupuestos le permiten rebasar la categoría de roadmovie al uso, odisea medio farsesca de los personajes mientras se adentran en una Cuba cada vez menos propicia y acogedora, para asumir temas tan graves como la división familiar, el insoslayable peregrinar en busca de las auténticas raíces, el retrato comprometidamente afectivo de realidades complejas y dolorosas, además de intentar acercarse al presente y al pasado del país desde la responsabilidad y el compromiso afectivo.
Con todo y las obvias diferencias (las que implica la tecnología digital en cuanto a soltura de la cámara, textura de la imagen, gran cantidad de locaciones, atmósfera documental en algunos momentos) respecto a las líneas generales de la filmografía anterior de Humberto Solás, reaparece en Miel para Oshún el caro empeño del cineasta por definir las huellas de la historia en los destinos individuales, solo que para su regreso al cine, luego de una década sin dirigir ningún proyecto de ficción, el director optó por la nitidez del relato lineal, por la captación de ambientes marcadamente populares (mucho más allá de la capital) en una película sencilla y comunicativa, sin abstracciones ni disfraces, pues aspira sobre todo a emocionar con su invocación a la unidad, la solidaridad y la comprensión.
Tres actores de excepción se vincularon a Humberto en esta arriesgada fusión de melodrama, tragedia, roadmovie y comedia de costumbres: Jorge Perugorría, Isabel Santos y Mario Limonta. El trío protagónico, y sus respectivos personajes, le proveen unidad y coherencia a un filme rodado en solo seis semanas, con un equipo técnico y artístico mínimo, bajo presupuesto y locaciones a lo largo de toda la Isla (La Habana, Varadero, Sancti Spíritus, Camagüey, Holguín, Gibara y Baracoa); porque el filme también abrió la brecha del cine cubano a la tecnología digital, tabla de salvamento para una industria amenazada por la caducidad, su falta de rentabilidad y los costos prohibitivos de una producción cinematográfica de mediana calidad.
De esta manera, entusiasmado por su experiencia en el rodaje de Miel…, el cineasta fundó y presidió, en Gibara, el Festival Internacional del Cine Pobre, aupado por similares principios de moderación y frugalidad, empleo de nuevas tecnologías y democratización del audiovisual.
Significativa en muchos sentidos, Miel para Oshún alcanza una altura ética y ciertos méritos formales que apenas se resienten por la falta de modulación dramática de algunas escenas y ciertas cacofonías e incongruencias dramatúrgicas. Sin embargo, a pesar de sus méritos, algunos críticos dictaminaron que el filme abría una etapa de decadencia estética y un giro hacia el convencionalismo en la obra de Solás.
Pero lo directo, sencillo y expresamente comunicativo de Miel para Oshún se remitía más bien a la primera etapa de la filmografía de Solás, aquella cuando sorprendió con el vigor naturalista y desembarazado de Manuela (1966), o con el tercer cuento de Lucía (1968), cuya algazara y aire farsesco son recuperados, de alguna manera, en este filme de carreteras, entrañable homenaje a lo mejor de esos seres llamados “cubanos promedios”, hombres y mujeres de pueblo, de a pie. Posteriormente, declaró Humberto que Miel… era la primera parte de una trilogía dedicada a las tragedias y alegrías de la gente de pueblo, modesta y humilde. Cinco años después demostraba similar profesión de fe con Barrio Cuba, segunda parte de aquella trilogía inconclusa, de tema contemporáneo y tecnología digital.
Entre sus múltiples lauros, Miel para Oshún conquistó el Premio Especial del Jurado, en el XXIII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana; el Premio Paoa al mejor actor de reparto para Mario Limonta en Viña del Mar (Chile); y el Premio Ariel a la mejor película iberoamericana. Asimismo, fue elegida como parte de la selección oficial en el festival de Toronto y estuvo nominada al Premio Goya como mejor película extranjera de habla hispana.
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