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domingo, 17 de noviembre de 2024

Martí nunca fue de mármol

José Julián es nuestro hombre siempre nuevo...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 23/01/2019
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Memorial José Martí
No es que Martí sea un mármol intocable, sino es fue el modelo del intelectual comprometido. (Daina Caballero Trujillo / Cubahora)

Quien dijo que tenía sed —“mas de un vino que en la tierra no se sabe beber”—, aquel hombre que fue muchos a la vez (y que quizás prefirió ser el mismo nadie), José Martí, nos habla desde un panteón de carne. No quiere que lo pongan en lo oscuro ni que lo petrifiquen para siempre en la imagen helena de un mármol, sino que lo saquen a la calle en la clarinada de la nación, como él hizo su prosa literaria.

José Martí es el modelo del intelectual comprometido y sentía la pulsión de escribir casi obsesa, como lo hace cualquier persona que tiene noción del tiempo y de la precariedad de la existencia histórica y concreta. Su testimonio quedaba entonces disperso en las naciones de América del Norte y el Sur, y se trata de una obra multifocal, polifónica, donde intentan hablar todas las eras posibles. No en balde José Lezama Lima vio en la potencia imaginaria de Martí ese misterio que nos acompaña.

Lo que define al hombre de Cuba es su pasión por la libertad y la conciencia de que no se puede hacer una literatura libre en una tierra esclava; muy alejado estaba del canon romántico que abogaba por el avestrucismo y la torre de marfil. En la palabra va implícita la acción, y una y otra se impulsan, siendo la obra una potencia que pasa de lo espiritual a lo factual sin que medie oportunismo personal.

Esa libertad no está exenta de caminos de sufrimiento, e incluso de ingratitud, como más de una vez hemos visto. Hace poco se quiso rebajar la figura de Martí, pero en verdad complacía una especie de morbo enfermizo de dañar lo sacro. Se trata del viejo proceder de “si no llego donde estás, entonces te rebajo a mi nivel”.

Y no es que Martí sea un mármol intocable, sino que debemos a la historia el justo respeto, más aún porque se trataba de un cineasta que lo tuvo todo para ofender y no hizo nada para merecer ese todo. La pasión del Apóstol era la libertad, pero esa que conlleva respeto y responsabilidad, porque incluso a los enemigos mostró Martí decoro, cuando declaraba que la guerra no era contra los españoles, sino contra la opresión.

A los gigantes no se llega con montañas de estiércol, y la vigencia de Martí, lugar común en los temas puestos a debate, está en la carnalidad de la obra, en el carácter vivo de un intelectual que escribió para la transformación y no solo de forma contemplativa. El hombre representa un pensamiento situado. O sea, no se trata de alguien que dicte desde un centro cultural, hegemónico, sino a partir de la periferia y sobre esta.

José Martí no es ese que sacan los periodistas de la radio cada 28 de enero, entre los niños del desfile, ni siquiera el que está en los bustos que de forma industrial hallamos. Ya el hombre somos todos lo que decidamos serlo, pagando el precio de asumir una ética que implica, en el plano personal, la misma ingratitud quizás.

El cosmopolitismo radica en su visión de la verdad como un todo en movimiento, verdad que solo deviene mentira si se detiene o petrifica. Así, la mayoría de los presidentes de la República, sin importar su gestión, se declaraban herederos de Martí, de la piedra, pero no de la carnalidad.

Él mismo vio la vivacidad del mármol en varios pasajes de su obra y vida, en “Sueño con claustros de mármol” las estatuas se levantan, declaman, lo acompañan, quieren salirse de provisionales prisiones. Igual sintió el viajero que llegó a Caracas y veía a Bolívar moverse como un padre. José Martí supo que la historia, en su ente vivo, se aprende para no ser repetida. Dialéctica que tuvo en cuenta al construir una república, no solo independiente, sino como muro de contención a aquellos que, tras la lucha de los pueblos del sur, vinieron desde el norte.

La imposibilidad de convertirlo en un mito radica en que estos son historias por lo general fantásticas o tan increíbles que nadie les da crédito, por eso a Martí no vale petrificarlo, sino verlo en nosotros, interior, actuante. La credibilidad del hombre pasa por su martirologio, uno que pocos se atrevieron a asumir y que a la luz de los años fue el gran triunfo de la cubanía, quizás mayor que la propia derrota de España.

José Julián es nuestro hombre siempre nuevo, no importa que vista de levita o escriba una prosa resonante, uno desearía que cada mañana todos quisiéramos ser como él. En tiempos en que parece un retorno al coloniaje en sus diversos colores, les dice a los cipayos, desde la mesa más humilde: “bebed vosotros, catadores viles, de vinillos humanos esas copas”. Este hombre anticipó al ser situado y “para la muerte” que describieran los existencialistas, supo que su trascendencia estaba en el tiempo como horizonte.

Escribió como quien sabe que, muriendo, iba a vivir demasiado, lo hizo sobre todo y todos, en un mundo propio al que accedemos con ritmos y coloraturas disonantes de cualquier mediocridad. Escribió para demostrarnos que el mármol no sabe escribir, y que la carne se trasciende ella misma, a pesar de la podredumbre.

La compulsión martiana, esa que nos debemos a nosotros mismos en tiempos de abulia y materialidad tosca, nos salvará de perder un proyecto de nación que, como la carne con el mármol, trasciende las rocas, hierbas y mares que lo integran. Un hombre que fue más que la estatua, un país que es más que sí mismo, dos verdades de cuya existencia depende el sentido de millones que aún no vienen al mundo.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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