Juan Formell más que un músico fue una academia, el guía de un fenómeno de finales del siglo XX llamado boom de la salsa cubana. Fue una especie de mezcla, guisada por José Luis Cortés con NG La Banda y que el propio Formell, en 1998 (Team Cuba), bautizó como timba: fusión de son, guaracha, mambo y rumba.
Pero, de un capitán, requería ese portento, y lo fue Juan Formell. Así, la música cubana de finales del siglo precursor —incomprendida por algunos—, resultó beneficiada por una música que muchos desconocían o no imaginaban, fruto de la alta calidad de las escuelas cubanas.
Juan Formell no procedía de la Escuela Nacional de Arte (ENA), pero se alimentó de maestros de esa institución y de la tradición musical del país. También, de todos sus compañeros instrumentistas como César Pedroso, José Luis Quintana (Changuito) y muchos otros. Así, navegó entre sus contemporáneos: Elio Revé, abuelo del son-changüí; Chucho Valdés, un músico de alto nivel y prestigio; Adalberto Álvarez, el continuador de Arsenio; Chapottín y otros que cultivaron el son caliente; José Luis Cortés, con la sabiduría africana en sus venas; Isaac Delgado, la elegancia y el glamour del canto salsero; Manolín, el Silvio Rodríguez —o Rubén Blades— de los estribillos y coros salseros; Pablo FG, un seguidor de los líderes vocales de las décadas de los 50 y los 60; David Calzado, un incondicional de las charangas salseras de Cuba; Yumurí, un despegue de la línea de Miguelito Valdés.
“Trabajamos siempre con mucha meditación, con un plan bien regido, hasta donde era posible. Como orquestador ya yo tenía experiencia y podía hacer un trabajo más madurado. Me gusta estar evolucionando siempre, nunca me caso con una sola idea y, por otra parte, van surgiendo otros grupos que presionan sobre uno y obligan a cambiar. En 1973 aparece Irakere, con tremenda calidad; más tarde, Son 14, y luego entramos en una etapa en la que tomamos un nuevo aire con Los Van Van, que yo defino a partir de ese número que se llama `El buey cansao’ (1982)”.
Juan Formell fue el paladín de una tradición muy fuerte de la música cubana, de la alta escuela de la década de los 60, y de los influjos de las armonías de la música bailable o rítmica latina más moderna. Fue un genio de la música, un creador que heredó la fuerza descomunal de la sabiduría popular, que tiene historia en nuestro país.
“Yo quería que la gente bailara, que bailara con la música cubana y por ahí encaminé mi trabajo. Pero la sonoridad que me gustaba necesitaba ponerse al día, satisfacer a los más jóvenes en una época en que la música mundial había sido ya definitivamente transformada por Los Beatles”.
En su concepto y en su ingenio está el mérito de Juan Formell. Él conocía, dominaba la dosis exacta de la música para el bailador; eso lo aprendió —según sus propias palabras— del veterano Elio Revé que en eso era fulgurante. Como lo fue Arsenio Rodríguez con sus músicos; Rafael y Richard Egües con la Aragón; Pachy Naranjo y Cándido Fabré. La música es gracia, pero también es medida, transparencia, nitidez y sencillez. Recordemos a Enrique Jorrín en el cha cha chá, que ahora algunos quieren desconocer.
Hay que estudiar la música cubana; la música es concepto, sabiduría, análisis. La década de los 60 propició una escuela de música nacional que generó una nueva era, una nueva ola.
“Entonces Los Van Van nacen como resultado más consciente de un empeño que antes, cuando estuve con Revé, fue pura intuición. Por eso los cambios que hacemos son premeditados, tratando siempre de que la gente baile, aún en los peores momentos de la crisis de la música bailable. Y desde el principio lo logramos. En los primeros años de la década del 70 la gente se identificó con nosotros, la gente bailó con Van Van y desde entonces no ha dejado de hacerlo por una sencilla razón: nosotros estamos siempre en evolución.
Formell heredó la disciplina de su padre, de los tiempos en que había que sacar chispas. Era un artista inagotable, metódico, severo, con paciencia jesuita; tenaz como una hormiga, muy exigente. Los músicos lo respetaban por su dominio de la música, por su prestigio y seriedad profesional.
“Hay que ser exigente, pero la cosa está en cómo ser exigente. En primer lugar, para ser exigente hay que dar el ejemplo como padre, como director de orquesta. Si un músico llega tarde y tú también llegas tarde, o si te emborrachas, no puedes llamarle la atención porque se dé cuatro tragos. Tienes que ser ejemplo y llevar una vida muy seria tanto en tu trabajo como en tu casa. Pero creo que sólo he sido lo exigente que hay que ser. No soy intolerante, nunca lo he sido, siempre le doy mucho margen a la gente. Imagínate en 25 años las cosas que pueden haber pasado. He tenido algunos que han derivado en el alcoholismo, otros muy indisciplinados, pero les he dado un margen inimaginable. Hasta que, en cierto momento he dicho: ‘Este tipo es incontrolable y no puede formar parte del colectivo. Aunque, aclaro, soy súper tolerante’”.
“Pienso que la ética es lo más importante. Sin ética no hubiera habido este trabajo. Ha existido una ética que se refleja en todo: en la propuesta al público, en el trato entre nosotros mismos, en el respeto hacia el bailador. Si tú no tienes ética profesional, estás jodido, la necesitas de todas maneras. Y, ante todo, respetarte a ti mismo.
“Mi padre decía que tu familia es tu familia, y te puede salir un hijo loco o una hija prostituta; pero eres el único que no puedes hablar mal de ellos. Otros pueden hacerlo, pero tú no. Y con los músicos pasa lo mismo. Esa es una ética que hay que mantener siempre y, al final, el público lo recibe con una importancia tremenda, porque significa que hay un respeto”.
Con disciplina, Formelllogró con Los Van Van —como Rafael Lay con La Aragón— mantener varias décadas la nave musical. Quienes han viajado con agrupaciones musicales conocen muy bien los problemas que afronta un colectivo de artistas de la música popular, al igual que los equipos de beisbol. En este sentido, Van Van ha sido de las agrupaciones más estables.
“Buscando por aquí y por allá formamos el equipo, pensando siempre que debía ser un colectivo muy unido y hasta ahora lo hemos logrado, aunque me ha costado estas canas que me ves… Pues si hay compañeros que ya no están en el grupo es precisamente por eso: porque la disciplina en el trabajo es lo principal en la orquesta”.
En 1995 Formell le comentó al periodista Ciro Bianchi que se conformaba con mantenerse dos años más en la popularidad. Pronosticó que sobre 1986 o 1987 podrían surgir otros grupos que entraran en la competencia, y así resultó. En el 86 surge la explosión de la Revé; de Juan Carlos Alfonso y el Dan Den; NG la Banda con el boom, y todo lo que después arrastró la salsa.
Pero Formell se mantuvo sereno, firme, renovador. Lejos de sentarse sobre las ruinas o dedicarse a dividir o sangrar por la herida, Juanito siguió en su carril, se mantuvo en el pelotón, en la carrera de resistencia. Confiaba en su talento, en su música, en las nuevas generaciones. Incorporó sangre nueva: a su hijo Samuel, a los cantantes Mayito y Roberto y a noveles instrumentistas, como Boris Luna. También tuvo el estímulo de los éxitos en su gira por los Estados Unidos.
Los Van Van son los seguidores de las clásicas charangas de las décadas de los 40 y los 50: Arcaño, Melodías del 40, Neno González, la Sublime, Jorrín y La Aragón. “Todavía en la década de los 60, la Aragón era la reina de las charangas, con Lay, Richard Egües y todos sus músicos. Y tuve la posibilidad de introducir algunos cambios. La orquesta empieza a sonar diferente, que era justamente lo que yo estaba buscando. En más de una ocasión Jorrín y Lay me reconocieron, porque ellos decían que yo había logrado una charanga que, sin dejar de serlo, no sonara como Jorrín ni como Aragón, que eran los dos grandes modelos de la época. Al fin y al cabo, lo que sucedió fue que como yo llego sin compromiso con nadie y puedo hacer todas las variaciones que quiero, de ahí lo que sale es ese sonido nuevo, diferente al de la estructura más rígida de la charanga típica”.
En 1988 —con el auge de las jazz band dentro del boom de la salsa—, para provocar a Formell le pregunté si pensaban hacer cambios en el formato y me respondió: “No lo tengo pensado, porque considero que debo mantener el estilo y la sonoridad popularizada por figuras como Jorrín, la Aragón, la Sensación y otras más que son muy aceptadas internacionalmente”.
Pero, Juan Formell no fue un músico pretencioso. Pensaba que, aún sin su presencia, Los Van Van seguirían el camino ya abierto. Dijo una vez: “Yo pienso que nadie es imprescindible; hay músicos nuevos con mucho talento, que pueden seguir el proyecto. La identidad no se pierde, precisamente, gracias al trabajo de composición y arreglo musical y de un estilo sonoro que uno ha creado; es como el pintor que decide hacer un cuadro distinto a todos los que ha hecho. Y cuando te paras frente a él, dices: Ese cuadro es de fulano; igual pasa con la música. Porque hay un estilo de trabajo que es inevitable a la hora de escribir música, tanto para mí como para el mismo César Pedroso o, inclusive, Angelito Bonne. A veces parece que son míos, porque se ajustó al estilo de trabajo de la orquesta. Pienso que, aunque cambies los músicos o los instrumentos, el estilo nunca se va a perder, se mantiene esa coherencia”.
En su última etapa, Formell insiste en el dominio del concepto musical: “Hemos ido cambiando con el ritmo de los tiempos. Cuba es todo mi trabajo. No hubiera sido igual si viviera en otro lado. El cubano me ha hecho a mí, me ha ganado para la música. No soy un duro crítico. Mi música pertenece al Caribe, tiene esa esencia, una fusión preciosa. También tuvimos muchas influencias de nuestro propio país. Tomamos en cuenta a Irakere, NG La Banda; asumimos esos influjos. La salsa y la timba tenían que incidir en nosotros, todos somos hijos de nuestro tiempo. Lo que triunfa hay que tomarlo en cuenta y respetarlo.
“Yo cambié el concepto tradicional de ‘tónica y dominante’, tan sacrosanta en las charangas anteriores y, en la orquesta Revé donde comencé en ese formato. Rompí con todo lo que pude, eran tiempos nuevos, de cambios. Los Van Van fue algo estudiado, meditado y pensado. Con Revé tuve limitaciones, pero con mi propia orquesta el mando completo era mío. Tuve suerte de encontrarme con músicos que entendieron mi mensaje, se acoplaron; Pupy es muy disciplinado, un hombre, músico y compositor excepcional. Esa disciplina con todos la he impuesto y se ha mantenido. Enseñé que hay que respetar al cantante líder con la base percutiva, eso me ha servido para mantener la tradición de lo correcto. El bailador no baila con una lata y un palo, hay que complacerlo con sus intereses; Van Van estaba en esa orientación. Cuando tú sabes lo que quieres y cómo hacerlo, es raro que te equivoques. Tengo mi oficio y fallo poco. Intervengo siempre en todo, hasta en las improvisaciones. Cuando pegué la canción “Aquí se enciende la candela”, duró cuatro meses en la popularidad, y entonces me dije: ¿Ahora qué hago? Te quedabas en la incertidumbre, y había que sacar de donde no hay y crecerse. El que tiene gasolina, el que tiene talento, continúa triunfando; los que no tengan fuerza, se quedan”.
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