Se sabe que la cultura en Santa Clara le debe mucho a Ramón Silverio. Su grupo de teatro y la sede del centro cultural El Mejunje constituyen epicentros de pensamiento y creación. Por eso las obras que nacen en dicho entorno tienen un sabor a ancestralidad y vigencia, en especial El retorno del Maestro. Se trata de una versión libérrima que hizo Silverio acerca de la biografía del poeta Raúl Ferrer. Tanto en el libreto como en la proyección escénica se respira un profundo respeto por una de las figuras casi olvidadas de la literatura del siglo pasado, que nos legó no solo una producción considerable, sino la enseñanza y la fuerza que nos compelen a un mundo mejor. Por ello, Silverio, quien se crio en un ambiente rural, supo reinterpretar tan bien las palabras de Ferrer y llevarlas a las tablas. La obra transcurre con exquisitez, sin que sobre ni falte alguna pieza y apuesta por el carácter activo del público. La gente participa completando versos, como si se tratase de una clase real.
El maestro, interpretado por el propio Silverio, nos adentra en la decencia y la dignidad de Ferrer. Todo ese universo pervive más allá de la puesta en escena y genera en el público la resonancia de un sueño perdido que debemos recobrar para ser auténticos.
El teatro es esa invención de los hombres para cambiar el mundo y tornarlo una realidad más cercana a sus sueños y fantasías. En este caso, Ferrer sale de su podio y camina entre los presentes en la sala. Hay una intención desacralizadora. Se reivindica el ser humano de carne y hueso que también vivió con dudas, miedos y que fue a su manera un héroe de su tiempo. El debate en torno a Ferrer trasciende la figura y se transforma en un arquetipo, en una especie de marco a partir del cual Silverio logra reflexionar y darnos una parte profunda de su propia verdad como artista de vanguardia y sujeto comprometido con las causas nobles, rebeldes, irreverentes en el buen sentido. Allí, en los reglones más profundos de la obra, se nos plantea infinidad de interrogantes, entre tantas la de cómo ser un comunista consecuente. Y es que el Maestro Ferrer lo fue en los peores momentos, cuando enarbolar las ideas del progreso y la igualdad acarreaba la cárcel y el estigma de las autoridades. Entonces allí surge de nuevo el paradigma de la autenticidad como medida de todas las cosas, como condición sine qua non de cualquier sueño, de todo proyecto y esperanza.
El retorno de Ferrer no podía ser mejor interpretado por Silverio, quien como esos magos de la antigüedad es capaz de convocar a las sombras y hacerlas caminar delante de la gente. Esa es la maestría de los grandes, de esos que creen en el teatro y que lo siguen viviendo como en los tiempos de Grecia. La escena como vehículo de cambio social, cuestionamiento y cercanía con los sueños. Y en esa justicia les va la vida a los artistas y a quienes los admiran y los siguen. El retorno no solo es una vuelta a la vida, desde las oscuridades del averno, sino una mirada hacia el presente desde los paradigmas de la decencia propios del Maestro Ferrer. Hay la intención de que el análisis sea de partida doble. Por un lado, el poeta se nos acerca a través de una clase de literatura y tenemos el gozo de palpar su savia. También, esa era ya ida, nos observa y sopesa lo que somos, nos dibuja un marco a partir del cual entendernos. Hay un flujo en ambas direcciones, un trasvase de saberes, una especie de epifanía que alumbra las regiones separadas y que por ese pequeño instante de la puesta en escena quedan unidas. Entonces el teatro se revela como lo que siempre ha sido, esa arma que nos muestra por dónde van los sueños y cuán distante van de las realidades. A pesar de que El Retorno del Maestro es una obra que evoca el pasado y que se centra en una figura determinada, resulta portadora de un cúmulo de enseñanzas y de juicios que van más allá del texto y que solo se pueden entender a partir de la puesta en escena. El carácter abierto y activo de la obra solo cobra vida a partir del contexto cubano y sus contradicciones.
No obstante, la excelencia del texto convierte esta propuesta en una joya. Además de los poemas de Ferrer, las reflexiones en torno al papel del intelectual hacen que la obra cobre actualidad. No solo se nace para cultivar la belleza, sino que esta última nos atraviesa y constituye un acicate para el crecimiento humano. La sensibilidad implica un deber ser para con el mundo, una entrega especial que no pude postergarse. El teatro posee en esta dimensión un prurito moral. El Maestro no acepta que el mundo sea injusto y en su retorno hay también lucha, confrontación con las ideas reaccionarias. Hay además dolor por no conseguir toda la justicia. Y es que el regreso avizora otras tantas visitas de la imagen del poeta a este mundo contrahecho, sombrío, que no es aún el de las utopías. En ese instante, lo arquetípico vuelve a tomar cuerpo. El Maestro asume todas las encarnaciones posibles de los grandes sabios. No solo se trata de Ferrer, sino del ansia humana por mejorar su existencia y ser más digna sobre la faz de la Tierra. En el retorno se da la simbología de los profetas, que nos dice de nuestra necesidad de soñar.
Es vital que se vea en la pieza de Silverio una iluminación sobre la condición humana y un intento por reconstruir lo que queremos ser. En momentos de desesperanza, el Maestro retorna al aula y con su sapiencia nos recuerda las tantas cosas que como especie nos salvan de caer en el olvido y el fracaso. Es que los sueños constituyen la base de las reivindicaciones y lo que hoy parece un imposible pudiera derivar mañana en una meta alcanzable. Tal es la luz que sale de la puesta en escena y que se entrega al público como si fuese un gran tesoro. Ramón Silverio no solo es un artista, sino un pensador, que sabe dónde están las verdades, cómo interpretarlas y llevarlas a un lenguaje llano, bello, entendible. Hasta el campesino más genuino puede entender esta puesta en escena. Su hechura tiene en cuenta al cubano de todas las dimensiones, de todas las creencias y sustancias. Y es que así se comporta un Maestro, con imparcialidad y amor por la justicia.
Ser buenos a fin de cuenta reside en hallar ese núcleo puro de la especie humana y asirse con fuerza, de manera que el mundo vea que alguien se interesa aun por los valores, por la belleza no solo del físico, sino de las almas atribuladas. Así es la obra El retorno del Maestro, una flecha certera que impacta en quienes buscamos un sentido de la existencia. Más que un homenaje merecido a Raúl Ferrer, constituye una crónica espiritual sobre aquello que deseamos ser y acerca del país que quisiéramos construir.
La propuesta de Ramón Silverio entronca con toda la obra de este teatrista y promotor, de ahí la calidad de la puesta y la aparente sencillez de un mensaje que lleva implícita la complejidad y la lucha por un universo de esencias y no de aparente incondicionalidad. La pieza es un inmenso desacato a la mediocre manera de asumir el mundo y una propuesta otra que nos obliga a deshacernos de convenciones y de comodidades. En los poemas de Ferrer, en la reinterpretación y las apropiaciones que hace Silverio; hay mucho por recorrer y salvaguardar. Ahí están los núcleos de una acción consecuente que no muere, sino que, como el alma del artista, tiende siempre a retornar.
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