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miércoles, 6 de noviembre de 2024

Los ancianos son libros que se pierden

La frase es de Feijoó, pero debiéramos hacerla nuestra, ya que con cada ser que muere, van las esencias y anotaciones invisibles de un país...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 16/12/2020
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Parque-Remedios-Villa Clara
En la plaza de Remedios, sentados alrededor de la glorieta, al sonido de la banda de conciertos, se narra la maravilla.

En menos de una semana, en San Juan de los Remedios han muerto dos personalidades. Ninguno era un virtuoso de nada, ni de la ciencia ni del arte, solo conocidos por alguna cualidad que los hacía especiales para nosotros.

Pedro Capdevila Echenique guardó hasta el último momento la memoria de su padre y familia, siendo uno de esos baluartes o rarezas que uno veía aparecer por una esquina de la plaza central del pueblo. Para él, su progenitor, Pedro Capdevila Melián, no solo era un dios, sino, de hecho, razón y alma, trabajo e historia. Sí, el hijo sostuvo los escritos de un padre que fuera famoso folclorista, colega de personalidades como Fernando Ortiz, Pablo de la Torriente y Alejo Carpentier. Capdevila padre nos dejó una estela de libros, escritos, ensayos y anécdotas que narran aquel Remedios perdido en el tiempo, el de finales del siglo XIX.

Samuel Feijoó solía decir que cada anciano era un libro que, al morir, se desperdiciaba irremediablemente. En la plaza de Remedios, sentados alrededor de la glorieta, al sonido de la banda de conciertos, se narra la maravilla. Con Capdevila hijo se fue una parte, quedó solo la biblioteca, la casa devenida patrimonio a restaurar, el recuerdo de aquella ciudad que era un foco de cultura en el centro de Cuba.

El otro libro que se nos fue, conocido como Cholín, era un mulato muy anciano, de gorrita bolchevique, risa amplia, sonados pasos de baile en las serenatas con danzón. Sus logros se inscriben en ese libro invisible que es la plaza, los oyentes, ese Remedios perpetuo, el que cultivamos. Cholín nació en 1937 y era, casi desde el vientre materno, un parrandero, fanático de su barrio San Salvador. “De la vieja guardia”, como se suele decir, ese señor se autodenominaba “el último mambí” de las fiestas mayores de Remedios. Con su ida no solo se borra un pasado de gloria y jocosidad, sino la esencia que por siglos define esta villa: inmensos ríos de leyendas, de cosas contadas mil veces.

No tenemos forma de inmortalizar del todo a esta gente, detener el ritmo imparable de la vida que incluye el deceso y el vacío. Hemos poseído, los remedianos, la infausta brillantez de ser únicos, patriotas encerrados en este feudo, donde muchas cosas grandes pasan y quedan, sin que se den a conocer.

A Cholín y Capdevila los vi muchas veces, el uno extrovertido, el otro más bien callado (ni siquiera se le conoció mujer) y casi un monje benedictino. Cultura de alto nivel, sentimiento familiar, apego a la tierra; tales eran los revuelos del alma de Capdevila hijo. Noches de ir por las calles con los repiques parranderos, de armar inmensas salidas de voladores incendiarios y ruidosos, alcohólicas juergas que bautizaban los días; tal fue Cholín. Y quienes los conocieron antes, pues yo apenas rebaso los 30 de edad, saben que ambos caracteres son las dos caras de Remedios: culto y popular, clásico y ruidoso, entre el barroco y la modernidad más bullanguera. Porque la ciudad se define entre lo católico de las dos iglesias y el monte, repleto de bichos y seres sobrenaturales, de guardarrayas enrevesadas de sucesos, del verdor armonioso de las llanuras que puede verse si nos situamos delante de la calle de La Mar, en uno de los puntos más hermosos de la plaza, a pocos pasos de la casa de Capdevila.

Cuentan que eran los Echenique quienes disponían de una buena posición económica y que, un buen día, se aparece un muchacho apuesto, proveniente de Placetas y comienza a pretender a la chica de la familia. Se iniciaba así un capítulo muy fructífero para Remedios: la vida de Capdevila padre en esta ciudad, vinculado además a los intelectuales de La Habana, donde llegó a fundar el jocoso “Consulado Remediano” del Parque Central, un sitio donde se reunía gran parte de la inmigración en la capitalina urbe, para contarse añoranzas y reunir dinero en sus viajes a la semilla.

Para la ciudad esos episodios quedan grabados para siempre en fotografías que muchos hemos visto, como aquella de Pedro Capdevila padre y el músico popular remediano Pepe Zacarías, ambos parados en una esquina del Parque Central de La Habana: uno de impecable traje y el otro con una botijuela, instrumento de las tradicionales parrandas. O las tantas veces que oímos, en medio de las fiestas, ya en la noche casi de día, el cántico “lo que pasa es que la banda está borracha”, que fuera enarbolado por Cholín en sus años mozos, cuando fungió como presidente del barrio San Salvador y que era una música referida al éxito de aquella directiva, casi proporcional a su afición etílica.

Nadie podrá negarnos que hay gloria en aquellos dos que ya no están y que añoramos desde el banco en la plaza, desde ese rincón a la sombra del campanario de la Iglesia Mayor. Para Remedios, su cultura no es una obra de teatro o la pieza musical, sino la gente que camina, que oye y pregunta, que cuenta e imagina mejores mundos que este mortal, perecedero, donde mueren Capdevila y Cholín.

El día del sepelio del más calmo no había casi nadie, pues pocos recuerdan aquellos episodios cultos, casi míticos, de inicios del siglo pasado, que guardara Pedro hijo. Las generaciones de hoy merecen acceder más a los quehaceres mágicos y las esencias. En cambio, a Cholín lo cubrieron con la bandera de su gallo y con la polka sansarí, fueron los demás hasta la necrópolis de la ciudad, donde tantas veces han sonado los ritmos tradicionales.

Para Feijoó se pierden libros, para mí se trata de pasajes que no vuelven; la ciudad permanece impasible en apariencia, pero algo falta entre los ancianos en la plaza. No sabría definirlo exactamente, es apenas una certeza.

Conversar mientras oímos a la banda de conciertos, en los ratos deliciosos de la plaza de Remedios, se torna vital, emergente. Es la cultura misma.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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