Las Romerías de mayo poseen un hálito de nobleza que sobrepasa todo límite. Se trata de una fiesta que mezcla lo culto con lo popular, lo cubano con lo universal; para el logro de altas cuotas de excelencia en las propuestas estéticas. Por ello, la línea que las ha definido se inscribe entre las más modernas e influyentes de nuestro repertorio creativo. Hay en nosotros los cubanos la necesidad de expresarnos más allá de las cuestiones circunstanciales y de los muchos obstáculos que imponen una vida austera y en ocasiones hasta monótona. Las Romerías surgen para apaciguar el deseo y tornarlo impulso creativo, para hacer de ese instinto primigenio el aliento de vida de todo un movimiento de vanguardia que surge en Holguín, pero que recoge una esencia nacional antes preterida y que con los festejos asume su realidad más auténtica.
En el imaginario cubano hay maneras de expresarnos que van en la cuerda de lo identitario y que han pervivido a pesar de las limitaciones materiales. Pienso en las parrandas de Remedios, pero a la vez en el fenómeno anual de Holguín, que logra amalgamar a artistas, periodistas, escritores y otros agentes de las artes para que durante un intenso periodo de tiempo se dé el flujo más turgente de manifestaciones de la creación. Nunca para opacar lo que fuimos, sino para darle la vida que requiere y a la vez actualizar los recursos expresivos. Los paneles acerca de la crítica de arte y el periodismo cultural son un ejemplo de por qué las Romerías nos enseñan el mejor rostro de la nación. En tal sentido, no hay una vitrina como esa cuando hablamos en términos de reflexión creativa.
Las Romerías de Mayo nos han impuesto una dinámica de trabajo que hacen que toda Cuba y en especial los jóvenes artistas vean en ese espacio aquello que debe legitimarse. No se trata de elitismos, sino de maneras de establecer pautas que determinen la guía de un gusto nacional y a la vez de una identidad que se funde sobre la base de la soberanía, el rescate de aquello que nos distingue, que nos separa y a la vez nos une al mundo, tornando universal la amalgama de diversas expresiones cubanas.
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Sobre la ciudad de Holguín se levanta una loma que posee una cruz en la cúspide. En ese símbolo va una parte de lo que hemos vivido. Los que viajan a las Romerías además le añaden un tótem originario de los primeros pueblos. Los momentos se unen para recrear un imaginario que pareciera perdido o condenado a una posmodernidad que no lo favorece. En ello hay mucho de la necesidad que poseemos los cubanos de un sitio en el mundo que nos dé la luz requerida y que no nos abandone en los peores instantes. En los tiempos más terribles hemos andado con esas luces y las hicimos nuestras y ello nos sirvió para no hundirnos en las batallas que nos deshacían. Con las Romerías sucede como con los días soleados, que si miramos directamente la luz nos puede encandilar. Ha sido más conveniente ver el fenómeno a raíz de los años para medirlo y saber qué impactos posee en la realidad de nuestra nación espiritual. Entre la potencia totémica y la santa cruz, las fiestas no solo detallan la estela de la historia nacional y de sus muchos eventos y variaciones, sino que es un ritual para reactualizar las esencias de ese proceso. Como fecha cumbre al fin, quienes asisten saben que se van a introducir en una especie de mito que los lleva a un espacio-tiempo especial, en el cual quedan detenidas las veleidades. Simplemente la ciudad se separa de su cotidianidad y entra en su dimensión metafísica y poderosa. El cristianismo de la conquista y el paganismo de los orígenes se unen en los símbolos y nos arrojan a una verdad que no se hunde en la posmoderna instancia, sino que trasciende las fronteras. Muchos artistas cubanos siguen añorando las Romerías allende las distancias, amén de cómo piensen, lo que hagan y lo que sean. Nada pareciera variar el plano en el cual ocurren los milagros.
En momentos en los cuales pareciera escasear casi todo, la cultura sigue ahí como ese tótem en la loma de Holguín, por ello no se puede dejar de evaluar la emergencia de los espacios de creación para reactualizar los procesos detenidos de la identidad y de la salvaguardia del patrimonio. Las Romerías actúan como una concertación de sentido en el cual nos va la vida a los que amamos a la patria desde lo más valioso; su gente. En esa luz que es como la tutela de los grandes, como la obra de los mayores escritores que ha dado la isla, ha de evaluarse el legado de las Romerías de Mayo. Más que una fiesta se trata de uno de los tantos rostros de la nación en pleno, o sea el lenguaje vivo de una identidad que aun en sus muchas crisis posee la potencia necesaria para establecer las pautas de lo que somos y lo que deseamos. Por ello, en materia de crítica de arte y de conocimiento de lo que se hace en la cultura, las Romerías poseen una especie de oráculo cuya sana entidad no se detiene en los centros de poder, sino que acontece en una ciudad del interior de un país de la periferia global.
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Eso es lo que hace que Cuba posea la potencia necesaria para sobresalir de los muchos entuertos de la posmodernidad y proseguir una marcha hacia la resolución de los conflictos.
Más que hacer de las Romerías el panegírico de un evento, lo que ha de llevarse adelante es su restauración con todo el esplendor merecido, así también el hecho de conservarlas como lo que siempre han sido.
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