Un cadencioso ritmo que mezclaba elementos del danzón con el son se adueñaba del panorama artístico de la República en la década de los 30 del siglo pasado y la voz de una mujer negra y pobre rompía esquemas. Eran el danzonete y Paulina Álvarez, su emperatriz.
Nacida en Cienfuegos en el año 1912, desde pequeña demostró excelentes cualidades vocales y luego le tocaría probarlas en la capital, donde estudió solfeo, piano, teoría, canto y guitarra en la Conservatorio Municipal de Música de La Habana, hoy Amadeo Roldán, para terminar de moldear su talento natural y abrirse paso.
Desde entonces su carrera fue en ascenso y pasó de cantar en sociedades fraternales de negros a hacerlo en los grandes teatros y la radio, mientras conquistaba el público habitual en estos espacios con su habilidad innata para dotar cada interpretación de una melodía única, como sucedió con su popular versión del Manisero, de Moisés Simons.
Otras como el bolero Lágrimas negras, del ya conocido compositor Miguel Matamoros, y la canción Mujer divina, del mexicano Agustín Lara, se inscribieron como piezas claves en su repertorio y resultaron sus primeros éxitos como vocalista.
No vale la pena, Obsesión, Mimosa, La violetera, y Campanitas de cristal terminaron por demostrar que se regodeaba en los más diversos géneros sin miramientos. Lo mismo una guaracha, un bolero, que un chachachá encontraron la afinación exacta y el desenfado de una mujer que, al decir de la crítica y de quienes la vieron cantar en vivo, brillaba sobre el escenario.
En 1931 se une a la nómina de la Orquesta Elegante y luego desfila por otras de gran prestigio como la de Ernesto Muñoz, Cheo Belén Puig, los Hermanos Martínez y Neno González.
Plazas llenas y carisma suficiente le dan el impulso necesario para crear en 1938 su propia orquesta con músicos de la talla del flautista Manolo Morales, del pianista Everardo Ordaz, el güirero Gustavo Tamayo y el violinista Luis Armando Ortega.
Para entonces el danzonete competía con otros ritmos en el ámbito sonoro local e internacional y se vio obligada a reconstituir la orquesta en los inicios de 1940. La nueva agrupación nacería junto al violinista Ortega, su pareja y miembro del anterior proyecto, y ganaría el éter a través de la emisora CMQ.
Paulina Álvarez recibió en 1957 el Premio al Mérito, conferido por la Unión Sindical de Músicos de Cuba, y al final de su carrera logró llevar al auditorio del teatro Amadeo Roldán una agrupación de música popular encargada de realizar un recital de música cubana. Sin embargo, concibió un único fonograma de larga duración, con la orquesta de Rafael Somavilla, cuando el contexto del país vivía una efervescencia social y política que tuvo eco también en la música.
Su última presentación en público fue en el programa de televisión Música y Estrellas y el 22 de julio de 1965 falleció la emperatriz del danzonete, no sin antes haberse consagrado entre los grandes del pentagrama cubano y legado ese contagioso estribillo de… danzonete, prueba y vete, yo quiero bailar contigo al compás del danzonete…
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