Una alumna, en acto de franqueza, me dijo: “Martí solo me sirve para coger la guagua”. Aquella mañana, creo que debía hablarles a mis estudiantes de la universidad sobre el teatro bufo cubano. Pero ese no fue el asunto de la clase, sino, La selva de Martí.
Hablamos entonces, no del Martí fácil de repetir en los estribillos, ni del Martí de bustos callados en los rincones, ni el de la hierba crecida frente algún edificio, sino del Martí difícil, incómodo para el servilismo de las cadenas, el maestro sabio que todo el tiempo nos habla con horizonte de futuridad.
Es ardua la tarea de entregarnos un Martí de la totalidad porque hay pozos de pensamiento que no se agotan. Hay que situarse en las manos de Martí, en su corazón afable, en esa mirada desde la fotografía en Kingston que parece nos pregunta por Cuba y la noche.
En la carta que escribe desde Montecristi a su amigo Gonzalo de Quesada, el primero de abril de 1895, cuando le habla de cómo ordenar sus papeles escritos en caso de que no saliera con vida de la contienda, le pide: “Entre en la selva y no cargue con rama que no tenga fruto” Pero, ¿Qué página de su vida y su obra no tiene frutos?
La selva monte de Martí, es un magisterio de amor que hace frente al dolor y al egoísmo de los hombres. Ahí está en las canteras de San Lázaro, arrastrando los grilletes de infidente, con la llaga en el tobillo; y su padre don Mariano, una mañanita de abril, o tal vez de mayo, lo visita; trae unas almohadillas que hizo la madre Leonor para que los hierros no le destrocen la piel.
El padre, ve azorado la llaga purulenta, cae, se abraza a la rodilla del hijo, llora sin consuelo, sus lágrimas se mezclan con la sangre del hijo preso…Y Martí escribiría un día al narrar la escena: “Y yo todavía no sé odiar”.
Martí no sirve para hacer el mal, ni siquiera para odiar a los enemigos. Todo golpe en la mejilla del hombre no le es ajeno, y nada justifica una injusticia, o la dignidad arrebatada de un ser humano.
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En la selva de Martí, hay una crítica a la modernidad de su tiempo, porque de qué vale la ciencia y el progreso si la política no es el arte de hacer felices a los hombres. Ante las ideas socialistas que se debaten, lanza las advertencias de sus peligros. En el fondo la pregunta es esta: ¿Cómo defender la justicia colectiva y respetar al mismo tiempo la libertad espiritual de cada persona?
Si estudiamos con detenimiento lo que escribe Martí a Fermín Valdés Domínguez, en mayo de 1894, cuando este le dice que va a participar en un desfile por el primero de mayo; los fragmentos de un texto ante la muerte de Marx en 1883, y si analizamos el comentario al tratado escrito por Herbert Spencer, y que Martí comenta en el periodo La América, Nueva York, en abril de 1884 con estos titulares: “LA FUTURA ESCLAVITUD” Tendencia al socialismo de los gobiernos actuales -La acción excesiva del Estado- Habitaciones para los pobres -La nacionalización de la tierra- El funcionarismo; podemos constatar con asombro, que entre las causas del desbarranco del llamado campo socialista, subyacen las advertencias que Martí hiciera, más de veinte años antes de que triunfara la Revolución de Octubre.
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En la selva de Martí hay un visionario. Sabemos que es difícil mirar con sus ojos y ponerse el corazón desabrochado de amor ante la diferencia del Otro. Pero el camino de Martí es respeto, y una montaña que hermana a los hombres.
La selva de Martí, son estos versos memorables: Yo quiero salir del mundo / Por la puerta natural: / En un carro de hojas verdes / A morir me han de llevar. Y en la manigua se juntan la naturaleza y la historia; una paloma desde la palma hasta la hendija de Dos Ríos.
En Caimito de Hanábana, está el montecito del juramento cuando ve a un negro colgado en un ceibo del monte, porque… Entre las penas sin nombres:/ iLa esclavitud de los hombres / Es la gran pena del mundo!
Por eso, si Martí solo fuera un peso para coger la guagua, esa guagua también tendría que ser un país con la envoltura de todos sus sueños, la humanidad aferrada a la vieja utopía de curar a los enfermos y alimentar lo bueno para ser dichoso.
- Consulte además: El camino de la cruz
Allá, a lo lejos, hay un monte en la Isla de Pinos, en El Abra, donde se cura el infidente Martí, cuando casi se muere ya el año 1870. Bebe agua de manantial en la finca de Sardá. El arroyo de la sierra no ha nacido aun en los Versos Sencillos, pero ya corre allí, entre aquellos ceibones y pájaros cantores.
Ahora hay una ceiba en el lugar, regalo de los emigrados cubanos. Pido permiso para pisar su sombra, la mano sobre la ceiba. Se siente la antiquísima piel de algún rinoceronte. Se abre la selva, y ahí está Martí. Descálzate y pasa, recoge todo el fruto que se despiertan ya, los nombres todos de la luz.
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