Escribo por lo general oyendo música, las letras fluyen con el rio de las notas que provienen de la radio. Es la magia que recrea los paisajes, historias, personas que por fatalismo de la vida no hemos podido conocer. En realidad, como bien dijera Lezama, somos viajeros inmóviles que imaginamos la maravilla del mundo, a través de las alquimias poéticas ya sea de la música o de la poesía. La radio cubana especializada, básicamente la emisora CMBF Radio Musical Nacional, nos trae esas metáforas, legado de tiempos en los que la creación estaba en el centro de la vida cotidiana.
Hay que combatir el tedio de los días, pero sin banalidades, y nada mejor que encender la radio, ese artefacto que no necesita de la pantalla para traernos hasta la habitación oscura la gran imagen en movimiento, que a todo color nos devuelve el aliento. Según se dice, los pesimistas se curan oyendo música, como una terapia casi infalible. En mi caso, no logro desterrar ciertas sombras, pero básteme encender el pequeño receptor y que vengan a mí los muchos mundos de la literatura, las composiciones de los grandes autores, las historias reales y fantásticas; tal es el mundo en el que quiero vivir.
Fue Ray Bradbury quien escribió Fahrenheit 451, una novela que narra una ciudad del futuro dominada por la tecnología audiovisual. La crítica iba dirigida sobre todo al predominio de la imagen, mas no del sonido, ya que este es primo hermano de lo mejor del arte y nos desarrolla la independencia cognoscitiva. Bradbury de seguro era un empedernido amante de la radio, hasta casi lo imagino junto al receptor, escribiendo una de sus grandiosas ficciones. El amor a la vida nos lleva a metáforas que resumen todo el encanto de los mejores momentos, y este autor sabía que la imagen relegaba a un segundo plano la maravilla que es la imaginación. También creo que desde que existe la televisión hemos dado con prácticas más toscas y menos elaboradas de pensar, que mejor estábamos junto al libro o la radio, que pegados a pantallas que nos adormecen.
Las emisoras cubanas, ya sea CMBF o Radio Enciclopedia parecieran ser de otras épocas, quizás de la era de Bradbury. Son, en el mar de la mala música de hoy, un oasis, ya que por desgracia hemos tenido un tiempo que premia la vulgaridad de un Bad Bunny. Lo hermoso siempre será hermoso, por común que parezca la simple afirmación, ya que no hay variaciones en el corazón tanto del artista como del que escucha la melodía en el silencio de la noche, mientras una brisa penetra a través de la ventana. Vale viajar mediante la radio, sabiendo que no nos movemos, sino que devenimos mensajeros de esa savia adquirida en el momento de la apreciación artística. Sí, es generoso el instante en el cual no sabemos si se está en Cuba o en la corte del rey Federico de Prusia, oyendo la Ofrenda Musical de Johan Sebastián Bach.
Porque eso es lo que marca la diferencia entre una emisora común de estos tiempos y las que nos llevan como máquinas de HG Wells más allá de la mediocridad común, de este instante de zozobras en el cual nadie sabe dónde estamos ni hacia dónde vamos. El confinamiento de la pandemia del coronavirus ha dado un revival a la radio como medio de entretenimiento e ilustración y es que se trata del vehículo perfecto para otorgarle un vuelco al mal de los días. Vivimos, como en la época de los poetas malditos, la enfermedad del tedio, un vacío que no podemos llenar ni con las tantas fiestas de rones, ni con las conversaciones de esto o aquello que pasa sin que se note apenas. La radio, en cambio, nos espera en la habitación, como una amante de infinitos conocimientos, susurrando al oído lo mejor de la cultura universal.
El murmullo de la radio no será jamás desoído por el alma de aquel que añora mejores tiempos y, como en la era del mal del siglo, habrá una capacidad por encima de las vulgaridades momentáneas, una poesía que elocuente nos muestre el camino de la transformación. En medio del coronavirus, los que oyen radio son capaces de evadirse de manera consciente, como Orfeo a los infiernos, para volver más fuertes, renovados en la fe de que un mundo sin dolores será posible mediante la belleza. No caigamos en la trampa de lo fácil, del mercado que nos dice que las hadas no existen, que solo hay un mudo vivir en un paisaje sin relieves, cuando podemos con una vuelta acceder a lo mejor de nosotros y de los demás. El oyente es un creador, uno que a la manera de Bradbury se sabe poderoso en medio de la nada reinante en los tiempos que corren.
La novela Fahrenheit 451 termina con un pasaje donde los personajes se van al monte, refugiados y atentos a memorizar las obras universales que cierto orden irracional habría quemado. A través de las recitaciones junto a la hoguera que calienta y bajo las estrellas, se recordaría cada tiempo que fue mejor. La radio de alguna manera, en la era de la imagen, nos trae a los Homero y los Goethe, a los Shakespeare y los Mann. Como máquina que traspasa las barreras, volverá del futuro con la flor metafórica que cierra una de las mejores obras literarias de HG Wells.
Vamos, entre las ondas, a esta nueva iluminación, ilustrándonos con los brillos que restañan los dolores del presente confuso y poco esperanzador, en el cual se debate una humanidad que sufre del mal de este siglo. La radio en realidad siempre estuvo entre nosotros, incluso en los tiempos antiguos, cuando las voces recitaban en nuestra mente los mejores pasajes poéticos.
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