Se le falta el respeto al pueblo de Cuba cuando se dice que “ya nadie lee poesía”, como si la sensibilidad poética de nuestro pueblo hubiese muerto, tras tanta poesía testimonial y de circunstancias en la segunda mitad del siglo xx. Nadie ha hecho jamás una encuesta seria para poder sostener tal afirmación. Si no se leyera, ¿cómo es que surgen tantos poetas a lo largo de nuestro archipiélago? іCon cuánto respeto la gente del pueblo atiende a alguien que a veces solo se dice poeta! El cúmulo de improvisadores populares, de versificadores y de poetas de sola vocación incontenible, no es escaso hoy mismo. ¿A dónde van a parar en definitiva los mal vendidos, mal colocados, mal divulgados y mal ofrecidos libros de poesía, que rara vez son “libro del mes” o “libro de la semana” en nuestras librerías, donde suelen situarse en los sitios más apartados, no preferenciales?

Los libros del género literario llamado poesía no se venden como las novelas de gran pegada, siempre tienen una venta más lenta, pero es evidente que a la larga se venden. Los mitos negativos de: “La poesía no se vende” y “La poesía no se lee” crean estados de opiniones que son dañinos para un sector creativo esencial de la cultura cubana. Descubrimos hace unas décadas que sin azúcar sí hay país, pero no estoy seguro de que lo haya sin poesía. Ella forma parte de nuestra idiosincrasia.

La tradición de la poesía cubana está ligada desde el siglo XVIII al desarrollo de la identidad nacional, desde que la Marquesa Justiz de Santa Ana escribiera en décimas aquel célebre “Memorial de protesta al Rey de España”, a raíz de la invasión de La Habana por los ingleses, buena fecha para marcar el inicio ininterrumpido de nuestra tradición literaria, de vibrantes antecedentes. Todo el siglo XIX, con la poesía romántica desarrollada por al menos dos generaciones, fecundó una poesía extraordinariamente ligada a la historia coetánea. De Heredia surgieron dos símbolos patrios: la estrella solitaria y la palma. Con José Fornaris y El Cucalambé se consolidó la tradición de la décima, nacionalizada por el pueblo cubano como estrofa esencial. Un poeta escribió el “Himno de Bayamo”, cuyas dos primeras estrofas devinieron Himno Nacional. Otros poetas cantaron a los que iban a ser nuestros símbolos esenciales y hablaron de la Perla del Caribe, la Llave del Golfo, y sobre todo elevaron su voz en favor de la independencia. La lectura en voz alta de poesía fue rato de esparcimiento feliz para los mambises, que la leían o la escuchaban leer en plenos campamentos insurrectos. Los poetas cubanos exaltaron la flora y la fauna, la mujer, la vida en el campo y las ciudades, el dolor por la pérdida familiar... Hubo y hay una manera cubana de cantar al amor. Y, para mayor lucimiento, el mayor poeta de Cuba es también el mayor de los cubanos, paradigma e ideal de la cubanía: José Martí, para quien “La poesía es más esencial a los pueblos que la industria misma...”.

“El futuro pertenece por entero a la poesía”.
 

Por años, décadas ya, se ha venido desvalorizando la poesía de la emoción, en favor de una creación mucho más intelectiva o experimental, que por supuesto no merece rechazo. Pero abandonar o subvalorar el sentido emotivo de la esencia popular no conduce por buenos caminos en la mejor tradición lírica nacional, y peor aún despreciarla porque esa corriente poética emotiva pueda parecer a algunos “cursi”, y hasta a veces lo sea, porque en la esencia latinoamericana hay un grado de cursilería no necesariamente desdeñable: gustamos de las radio y telenovelas, de los dramas cinematográficos de subidos quilates emocionales, nos sensibilizan de una manera ardiente las injusticias, hacemos campañas incluso políticas en las que la emotividad alcanza cimas que atraen amplias multitudes.

Los poetas emotivos a veces duran mucho más en la tradición literaria de las naciones de lengua española que otros fecundados por las modas epocales de expresión. El ejemplo de Gustavo Adolfo Bécquer o del Pablo Neruda de Veinte poemas de amor y una canción desesperada son sin dudas paradigmáticos. No han muerto poetas como José Ángel Buesa o lo más emotivo de Emilio Ballagas. Algunos de los poetas mayores de Cuba han escrito versos de amor de alto grado de emoción. Por años, sin embargo, las editoriales cubanas, la crítica literaria y la propia prensa oral o escrita, silencian de una manera visible a la mejor poesía emocional que se escribe en la Isla.

Saludo y aplaudo la existencia en cualquier lugar de Cuba de grupos de personas que aman a la poesía, sea esta escrita en cualquier forma, métrica o versolibrista, o sea propia de la oralidad decimista. Estos grupos, como el Club de Poesía de la Ciudad de Morón, son ejemplos de la necesidad esencial del pueblo cubano de gozar del arte de la palabra. Se siente que la poesía no solo es un género literario, sino también parte diaria de nuestras vidas subdivididas, de nuestra cotidianeidad hogareña o laboral. La poesía, incluso aquella que habla solo del y al corazón, siempre es un gran hecho social, asimismo la más espiritual y ontológica o metafísica. No sé sinceramente qué puede ser del destino de la especie humana sin la capacidad de captar y trasmitir poesía. Ella abre el sendero de la imaginación, del progreso social y tecnológico, y a veces se confunde con las propias ciencias y con las técnicas creativas. Quizás a veces se confunde a la poesía como hecho universal con el género literario llamado asimismo poesía. Hay que tener presente la pluralidad expresiva de ese género en el que cabe de todo, siempre y cuando se cumpla con la llamada literaturidad, la condición de una obra de ser literaria por sí misma. Creo siempre en la poesía, en su posibilidad de transmitir la vida humana de manera integral, ser medio cognoscente y de disfrute artístico de la palabra. El futuro pertenece por entero a la poesía.