Dicen que las parrandas son como una especie de adicción, que quien no las conoce suele mantenerse al margen, pero que una vez probadas se genera una dependencia sumamente fuerte hacia sus olores, excesos, vivencias, peligros. Las redes han traído la posibilidad de que las fronteras de esta festividad se agranden y que pierdan los contornos de antaño. Hoy, se puede presenciar lo acontecido desde cualquier rincón del planeta y participar en los encendidos debates que se dan en los grupos, en los chats y en cada publicación. Las personas han llevado sus pasiones bien lejos, haciendo de cada año una oportunidad para difundir por el mundo la maravilla.
Pero lo que las festividades del centro de Cuba, en específico las de Remedios, poseen es una especie de magia en la cual tanto el barrio San Salvador como El Carmen tienen su parte y su culpabilidad. El año 2024 fue extremadamente difícil, solo salvado por los apoyos de personas que dentro y fuera del país dieron su aporte material a las parrandas. La casi inexistencia de medios atrasó el trabajo en las naves, también la electricidad hizo su porción. Pero con mucho esfuerzo, San Salvador hizo dos temas de gran impacto en la cultura de masas tanto en su carroza y su trabajo de plaza.
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Por un lado, el Señor de los Anillos, por otro Aquaman. Dichos proyectos, de una terminación exquisita, estuvieron en el lado norte de la plaza para engalanar lo que seria una noche memorable. El Carmen desarrolló un trabajo dedicado a Kung Fu Panda, también un tema de la cultura de masas y consumo, la carroza versaba sobre los carnavales brasileños. La hibridación de códigos entre lo culto, lo popular, lo consumista; es algo que les otorga a las parrandas un buen equilibrio.
Pero las fiestas están careciendo de elementos que van más allá de la carroza, del trabajo, de los fuegos artificiales. Las parrandas eran un proceso cíclico complejo que arrancaba en enero y que se mantenía todo el año en expectativa, con altibajos, conspiraciones, avanzadillas y conatos. En cambio, esa riqueza, ese acervo intangible, han sido socavados por una carestía material que nos coloca en una situación de crisis de la tradición y por ende del fenómeno. Pero la sociedad cubana con sus inacabadas experiencias en la construcción de entornos culturales ha impactado a la tradición y la vuelve moldeable a los problemas cotidianos.
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Las parrandas poseen los defectos de quienes hoy habitamos los pueblos donde se realizan, en los cuales las instituciones, los valores de antaño y los rituales hace ya un tiempo están en retroceso, erosionados por la globalización, la presencia del mercado y de antivalores. De alguna manera, el impacto de eso se deja sentir en la preferencia de temas, en el abordaje de elementos estéticos y en la caída incluso de otros caminos más complejos.
Las parrandas este año pudieron ser mejores, pero hubo atrasos infaltables debido a los apagones que estuvieron omnipresentes. Las soluciones alternativas, como plantas eléctricas y donaciones, fueron un paliativo que a la hora de armar los elementos artísticos en la plaza no pudieron con el peso de la crisis. Todo ello fue sobre el peso de la calidad de tales propuestas, sobre los horarios y la organización, sobre la subjetividad de algo que posee una esencia objetiva que podemos perder.
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Aún así, el esfuerzo del pueblo, las jornadas de trabajo incluso de muchos que fueron voluntarios, dan testimonio de la fe en un proceso cultural que se niega al olvido, el polvo y la muerte y que cada año se levanta como si fuese un embrujo. Esa es la magia que mueve a los remedianos a darle vueltas a la noria de la vida, aunque en apariencia no exista un sentido, no tengan nada que ganar o a lo sumo obtengan una felicidad pasajera, insignificante y simbólica.
Otra asignatura pendiente es el pago a los artesanos, que no se clarifica y que tendrá que poseer un concepto decente y en forma, si es que las instituciones desean seguir contando con este fenómeno que es patrimonio de la Humanidad. A las fechas, ya transcurrida las parrandas, permanecen obreros que aun no perciben su jornal. Todo ello, de alguna forma, va sobre las espaldas de la credibilidad de una tradición que es amada con locura y pasión por millones de personas. La identidad no solo se define en hacer, sino en preservar, en trasmitir y en curar. Por ello, a juicio de muchos, las parrandas poseen en estos momentos elementos de enfermedad que la lastran y la acercan a una crisis de creatividad.
Nadie sabe cómo van a ser las parrandas del 2025, a diferencia del ciclo normal, que ya iniciaba el 25 de diciembre con los planes de la próxima, estamos en un momento en el cual tenemos que conformarnos con la incertidumbre. Las fiestas demandan recursos que en nuestro país no son el pan de cada día y no existe evidencia de una predecible evolución macroeconómica que nos salve y coloque en una mejor situación. Por ello, los parranderos celebraron de lo lindo, agotando las reservas de fuegos artificiales de uno y otro barrio y se declararon ambos vencedores en esa justa simbólica que le da entidad, energía y espíritu a una villa dormida.
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Quizás las parrandas son como los espíritus, que cuando se van de nuestro lado se quedan rondando y de pronto reaparecen cuando ellos lo deciden. Pero no debemos, como sociedad, dejar que sea el azar lo que defina la vida de algo que nos toca de cerca y en cuyo magma se dan los pulsos y los basamentos de lo identitario.
Cuando este 24 de diciembre a las 9 de la noche todos vimos que el trabajo de plaza de San Salvador no encendió por problemas en la demanda de electricidad, lamentamos el poco tiempo que hubo, producto de los apagones, el atraso en el proceso para armar y finalmente en el cuidado del cálculo de las cargas. Fue un golpe para toda la ciudad, que nos recordó que incluso obras como esas, que se hacen para pasar a la historia, están sujetas a lo peligroso de fuerzas que se mueven en los problemas cotidianos. Las parrandas son afectadas por nuestra crisis, corren la suerte de la crisis y hallarán en la crisis su solución o su final.
A quienes hemos crecido dentro de estas fiestas y que las miramos como a un ser o algo que nos pertenece como herencia; el dolor nos embarga a la par que la felicidad cuando sentimos el toque de las trompetas, vemos ondear las banderas de los barrios o salir las carrozas. Pero ese orgullo, esa subjetividad, se construyen con el amor sufrido, con la herida abierta de todo el trabajo y el esfuerzo y con las desilusiones de no poder llevar adelante las más de las veces los proyectos de carroza y trabajos de plaza. No es bueno el conformismo, aunque sí válida la felicitación y muy necesaria la alegría. Sin esperanza no puede haber restauración de valores y por ende tampoco patrimonio. Las parrandas no son como el espíritu de los muertos, pero sin ellas nos sentimos incorpóreos, inasibles, sin peso en el valle de sombras que es este mundo.
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