Por: Antonio Enrique González Rojas
La selección de doce cortometrajes que propone la edición 42 del Festival de Cine de La Habana en su sección no competitiva “La hora del corto”, es una muestra significativa del variopinto espectro estético y discursivo donde se mueven fundamentalmente las narrativas fílmicas breves contemporáneas latinoamericanas.
Estas películas, que podrán ser apreciadas desde el 4 hasta el 13 de diciembre, siempre en los cines Yara y Acapulco, van desde la reflexiva y contemplativa sensorialidad de sino híbrido y cine ensayístico de títulos como el documental argentino (único de su género en la muestra) Atraviesa el círculo (Fernando Antúnez y Florencia Greco, 2019), hasta el muy sardónico y gore abordaje al cine B de asesinos, antropofagias, torturas y mutilaciones urdido por el colombiano Leandro Hernández Castro en Los hermanos Calavera (2020).
El cortometraje es comúnmente considerado como un formato menor, para principiantes, de amagos, de calentamiento previo a la realización del largometraje consagrante —que se abroga todo el honor de ser la “ópera prima”, la obra primera— como director “en serio”, de teasers promocionales para recaudar presupuestos para futuros largos. Sin embargo, hay muchas historias que no pueden contarse en 80 o más minutos, sino que requieren de unos precisos 5, 10, 15 o 20 para estructurar relatos sólidos, significados complejos, personajes profundos, conflictos contundentes y estéticas retadoras; so pena de agotar potenciales expresivos y narrativos de tales ideas en inútiles prolongaciones de duración, afectándose así el propio tiempo cinematográfico.
Los planos de silenciosa expectación, tensa calma y espesa atmósfera que proponen los creadores de Atraviesa el círculo, construyen primero que todo una atemporalidad no humana, sin medidas civilizatorias o históricas, que ayuda a concentrarse en los protagonistas equinos de la película, en su mundo sensorial, en sus ignotas praderas mentales, presentidas a fuerza de encuadres sosegados a la vez que inquisitivos. Es un mundo de miradas, silencios y muerte, donde el ser humano es factor remoto aunque decisivo. Cada plano y secuencia expanden sus segundos y minutos cuantificables (otro arbitrio humano, y por tanto ajeno aquí) a pequeñas cápsulas de eternidad.
La divertidamente neurótica (hablando en términos de Woody Allen) cinta Céline (2020), dirigida, protagonizada, escrita, montada, musicalizada y en parte producida por Martín Slipak, es la otra propuesta argentina de “La hora del corto”. Un homenaje corrosivo al cine y sus consecuencias, a los callejones vitales que se bifurcan y cruzan tras cada película, a los anonimatos y angustias, tanto de los crews como de los espectadores, que provocan los rodajes con sus miles de difusos y disimulados signos.
Los dos cortometrajes brasileños, Meninos rimam (Los niños riman, Lucas Nunes, 2019) y Amanhã (Mañana, Aline Flores y Alexandre Cristófaro, 2020) desarrollan relatos mínimos e íntimos de seres al margen, acurrucados en los silenciosos pliegues de la realidad, discretos en sus conflictos, en sus pugnas de cada uno consigo mismo y con el prójimo. Meninos…, con su historia de crecimiento, descubrimientos, afectos, deseos y sinceridades; Amanhã, con su encuentro de solitarios suicidas, con su tristemente optimista fábula sobre la amistad y la esperanza, con sus personajes simpáticos y entrañables.
Los cortometrajes chilenos Crisis (Daniel Riquelme C., 2020) e Insurrección (Andrés Aguayo, 2020) también desarrollan historias intimistas, pero con carices más trágicos, a la vez que vindicatorios del valor humano de sus protagonistas, rebelados contra sus existencias rutinarias de seres subordinados, instrumentados, plegados a jerarquías sociales que los etiquetan de humanos de segundo orden. En el caso de Crisis, es una mujer de mediana edad que acumula innúmeras atmosferas de presión bajo un semblante inexpresivo y una actitud recesiva. Insurrección es protagonizado por un inmigrante caribeño que trabaja de jardinero de una familia adinerada para sostener a su familia lejana, y por la cual soporta acoso sexual.
Las propuestas colombianas El juicio (Luckas Perro, 2020) y la ya referida Los hermanos Calavera, también enhebran sus historias en espacios barriales pobres cuyas dinámicas sociales discurren en orbitas muy alejadas de la influencia efectiva de las instituciones legales. Tanto, que se establecen sistemas autónomos de valores, autoridades y leyes, cuyos procederes sustituyen por completo las normas, que son tan lejanas como sus indiferentes o inermes gestores. La violencia como principio, eje y código máximo. El Juicio problematiza y matiza las nociones urgentes de justicia sumaria y casi medieval que se ejerce en tales zonas. Mientras que Los hermanos… propone una extrema peripecia alegórica de la depredación del humano por el humano en pos de la supervivencia del más fuerte. Darwinismo social bien ensangrentado, que además homenajea al realizador Jairo Pinilla, un legendario gurú del cine B y Z en Colombia, sumándolo como intérprete del antagonista principal.
En un contexto semejante, el corto mexicano Expiación (Edgar A. Romero Navarro. 2020) discurre por los senderos trágicos de la desesperación, de la maldición casi kármica que puede llegar a ser el infortunio crónico que corona vidas envilecidas como la de su protagonista, quien quizás expía un pasado suprimido diegéticamente o más bien una condición colectiva que lo condena de antemano a ser uno de los olvidados, como los de Buñel.
La amante (Patricia Cruz Martínez, 2019), presencia puertorriqueña en “La hora del corto”, propone una fábula más discretamente optimista sobre el tiempo perdido y el tiempo recobrado por dos personajes acurrucados bajo la alfombra conservadurista y tradicionalista de la heteronormatividad.
Cuba llega a este espacio del Festival también con dos propuestas: Los coleccionistas (Patricia Cruz Martínez, 2020) y El niño de goma (Marcos Díaz Sosa, 2020). Desde marcadas diferencias discursivas, ambas parecen confluir en la resiliencia y la supervivencia de las nuevas generaciones —niños en Los coleccionistas, un joven casi adolescente en El niño…—, en su fuerza autónoma, en su ineluctable capacidad de trascender el presente que acoge sus primeros años y lo condiciona, en su capacidad de desazonar a los mayores, revelarse y rebelarse.
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