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sábado, 16 de noviembre de 2024

La academia por amor al arte (+Video)

Dejarle al azar la enseñanza del arte es comprometer el futuro…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 04/09/2019
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Aniversario de La Colmenita
En Cuba existe una visión institucional de que el arte atraviese las instancias sociales (Abel Rojas Barallobre / Cubahora)

La enseñanza artística funciona como una caja de resonancia entre las generaciones de autores, un vínculo entre el presente y el pasado, es el eslabón que no debe perderse en una cadena donde no se trata del aprendizaje de técnicas, sino de un espíritu que no conoce de las limitaciones humanas ni espera por ellas. En el Renacimiento, los maestros enseñaban no solo a esculpir o pintar, sino el sentimiento de regocijo ante la obra y su misterio, por eso hay ese aire de ausencia y a la vez plenitud en las estatuas de Miguel Ángel. Aquel era un momento pedagógico sublime.

De hecho, los griegos creían en la presencia del arte en la educación, como una línea directriz que guiaba el resto de los saberes y llamaban a esto Paideia. Para Platón, la belleza encarnaba toda la bondad y la sabiduría, a las que se llegaba precisamente mediante el amor contemplativo. En Cuba, existe una visión institucional de que el arte atraviese las instancias sociales, como si fuese una flecha que señala a un mejor destino, donde realidad y espíritu se sintetizan. El legado de los griegos, de esta forma, se nos hace vigente, en nuestro país, como tierra que defiende una cultura propia.

A veces se ha pecado de una mirada distante, con respecto a determinados autores, que pudieran aún aportarnos mucho desde ese vínculo con tiempos dispares. También sucede que en la construcción de nuestra Paideia se peque de una petrificación de los saberes. En tal sentido, la actualización de los planes de estudio y el garante de una libertad de academia para el docente, serían los puntales de una enseñanza auténtica. La literatura, por ejemplo, incluye a los clásicos, pero deberá mirar hacia el panorama contemporáneo, si es que quiere completarse como ciclo de conocimientos.

Nuestra enseñanza artística contó con iniciativas de valor, como aquellos primeros instructores, graduados en los años sesenta, que fueron hacia las regiones más insospechadas a hacer una obra que hoy todos reconocen. También, de la más reciente horneada de docentes de la cultura, salen autores de valía, que se saltan el valladar de la burocracia y conjugan el método con la creación. No todo ha sido éxito, pero el tiempo y los recursos invertidos en el arte, se revierten en un país más culto, que sabe valorarse a sí mismo, pues se trata en primer lugar de eso, de una autoestima nacional.

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Enseñar a amar, esa es la base de la Paideia, y de ahí surgen las ideas de la cultura como arma pacifica, que sustituye los odios del corazón y nos salva la mente de podredumbres. Para los griegos, cada polis debía adoptar una legislación que garantizara ese lenguaje a veces mudo del espíritu, y de la misma manera en nuestro país hemos tenido a lo largo de la historia, pedagogos que abogaron por garantías en el mundo del arte, un impulso que fue propio de nuestras vanguardias, las cuales sentían la pasión por crear un legado, algo que las trascendiese más allá del presente inmediato. Ahí estaban los intentos de un Carlos Enríquez por enseñar la pintura y de Lezama Lima, quien entendía al Grupo Orígenes como una camaradería de maestros-aprendices. Las leyes de la polis, por entonces, estaban ausentes de aquellos amantes del saber, pero la actual política cultural no solo suscribe aquellos intentos y los quiere llevar a cabo, sino que existe en ella el germen de nuevas propuestas que pudieran generarle al país una eterna vanguardia.

Está descrito cómo debe ser la enseñanza artística, aunque en muchas instancias no sea así, e incluso no se realice.  Los planes de estudio en la universidad conjugan lo académico con lo extracurricular, pero se sigue pecando de un énfasis casi total en el aprendizaje mecánico, erudito, que se paraliza sin siquiera comenzar. Hay además el peligro de que el mercado se trague el vínculo con el espíritu, de tal forma que sea imposible conectarnos con los grandes maestros de Cuba y el mundo. Hoy la cultura que trasmiten los medios masivos va contra cualquier tipo de valores, porque el hombre como una cosa resulta más cómodo para los poderes que el hombre como hombre. En esa guerra de símbolos, la polis tiene que defenderse, sin ingenuidades, con una obra coherente y sólida.

El mecenazgo del Estado, sin que haya intromisión en la propuesta del autor, deberá acompañarnos en esa construcción de sentidos. Dejarle al azar la enseñanza del arte es comprometer el futuro, de hecho, ya en algunas escuelas ocurre algo así, y el resultado está en graduados con un saber erudito, incluso con habilidad técnica, pero sin una noción real de lo que van a decir, pues no amaron antes esa realidad. Muchos pintores tienen muy buena mano para el dibujo, pero no logran la concreción de un concepto que salve, que los coloque en el panorama artístico.

Por otro lado, la noción de éxito que se nos ha colado por la cocina tiene mucho que ver con intereses estomacales que no del espíritu, y el dinero ronda más en las mentes que la idea para pintar, esculpir o componer. Es necesario comer, vestir, etc., pero el artista siempre fue mucho más, ya que de hecho su propuesta de vida resulta irreverente y los intereses que defiende son por siglos dispares de lo chato y vulgar.

La academia, como la concibió Platón, es ese lugar de tránsito perenne, por el que nunca terminamos de pasar, el camino que se suele recorrer mientras se discurre sobre las artes del mundo, sin que ese mundo se nos haga ausente. No se trata de evasiones ni de miramientos hacia lo chato, que renieguen lo exquisito, sino de la conjunción entre una verdad soñada y otra que tenemos enfrente. Si miramos las esculturas de Miguel Ángel, podremos ver ese aliento.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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