Pedro Antonio Martínez Ramírez es un joven actor de Teatro El Público, la compañía que dirige Carlos Díaz. Ha hecho, además, cine y televisión. Entre sus interpretaciones destacan el papel de Lucas en la telenovela Entrega y su participación en la teleserie Lucha contra bandidos. Pero su pasión primera es el teatro. Lo entrevistamos en la serie que dedicamos a los más jóvenes artistas cubanos del momento.
—Uno asocia la actuación a las máscaras, concretas o metafóricas. ¿Hasta qué punto la máscara oculta al actor, a la persona que eres?
—El actor siempre usa máscaras, es cierto. Pero esas máscaras nunca llegan a ocultar todo lo que eres. En cada persona hay, al menos, una pizca de todas las personalidades, un tilín de todo lo bueno y de todo lo malo que se puede ser. Somos un poquito el héroe y un poquito el villano. La máscara (el arte del actor), en todo caso, te ayuda a potenciar, a canalizar eso que precisa cada personaje, pero que, de alguna manera, ya está en uno.
"Claro, a mí me pasa a veces que me meto tanto en el personaje, que en el momento en que lo estoy interpretando me olvido de que soy Pedro. Eso no suele suceder en la televisión o en el cine, pero en el teatro me pasa mucho. Y cuando se acaba la función siento una especie de susto. El susto de regresar a tu vida ordinaria".
—¿Te llevas los personajes a tu casa?
—Constantemente. Cuando estoy en un proceso de montaje, o en una temporada, hago hasta los quehaceres de la casa con el personaje “subido”. Si hay que estar sobre tacones, me paso el día sobre tacones; si hay que hablar con determinado acento, hablo todo el día con ese acento…
—De los personajes que has hecho hasta ahora, ¿cuál te ha marcado más?
—El que más me ha marcado no es el que más me ha gustado. Creo que ha sido Lucas, el que hice en la telenovela Entrega.
—¿Qué sientes un minuto antes de que comience la función?
—Uf, un miedo tremendo. Siempre me pregunto: “¿Qué hago yo aquí? ¿Por qué yo me metí en esto?” A veces siento que me faltan fuerzas para entrar a escena. Y eso sucede hasta que escucho mi pie y entro. No lo puedo pensar mucho, más bien me lanzo. Creo que si lo pienso mucho, no salgo. Pero cuando ya estoy haciendo la obra, muchas veces no quiero que se acabe.
—¿Alguna vez te ha poseído un personaje hasta el punto de que todo lo que eres en ese momento deja de importar?
—Me ha pasado solo una vez. Cuando interpreté a Diana la bayamesa, en Harry Potter, se acabó la magia, con El Público. Como la tercera o la cuarta vez que la hice, literalmente, “me fui”. No tengo ni siquiera conciencia de lo que hice, de lo que dije. Sé que acabé mi parte y la gente aplaudió mucho, pero no sé cómo lo hice. El personaje me poseyó, como dices.
—Teatro, cine, televisión… ¿Qué los distingue desde el punto de vista del actor?
—El teatro es el momento único, irrepetible. Lo que hiciste, así quedó. Bien, mal, regular… así quedó. El teatro es la verdad, por eso hay que estar muy preparado para subir a un escenario. Sabes que nadie va a decir: “¡Corten! Repetimos”. En el cine y la televisión siempre tienes la garantía de hacerlo hasta que quede bien. Y precisamente por eso prefiero el teatro, aunque parezca contradictorio. Es mucho más desafiante.
—¿Hasta qué punto buscas que te saquen de tu zona de confort?
—Eso es precisamente lo que busco siempre. Eso es lo que me interesa. Cuando me dan un personajito amable, lo hago, pero me quedo insatisfecho. Yo quiero que me reten, que me pongan contra la pared.
—¿Y dónde están los límites?
—Yo, si hablamos de actuación, no tengo límites. Yo hago lo que tenga que hacer. Mi límite sería la calidad de la propuesta. Tampoco es que haga cosas que no me convenzan por el mero hecho de escandalizar.
—Entre los grandes personajes del teatro universal, ¿hay alguno que añores?
—Yo añoraba mucho el Otelo de Shakespeare, hasta que lo hice.
—¿Y te decepcionó?
—Para nada, lo disfruté mucho.
—¿Y entre los personajes de la vida real?
—Me gustaría interpretar a Michael Jackson.
—Eres parte del elenco de Lucha contra bandidos. ¿Qué valores tiene esa serie?
—Yo creo que contar la historia, hechos y personajes que no siempre aparecen en los libros, llevar esa historia a las casas, de manera mucho más amena, es siempre algo muy importante en los tiempos que vivimos. Hay gente que me ha parado en la calle para decirme que aprendió con la serie.
—Si nos ponemos en clave de melodrama, ¿quién te seduce más: el héroe o el villano?
—El villano, por supuesto. He hecho muchos personajes “positivos”. Yo creo que estoy cansado de ser el bueno. Los villanos suelen ofrecer más posibilidades, más matices, más materia prima. Dan más trabajo. Y a mí me gusta trabajar. Pero como te digo una cosa, te digo la otra: también es difícil hacer un héroe creíble, porque no es fácil ser un héroe en la realidad.
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