No fue hasta toparme con Hilda Vidal y su última propuesta artística “¿Sospecharán cuántos secretos hay?” que vislumbré la verdadera contraparte del tan manido hiperrealismo. Me sospechaba que no era el bad paiting, el voluntarismo por lo sucio y descuidado era incapaz de representar las sombras y las manchas del alma.
Teníamos que confluir en tiempo y espacio. Llegarme yo a la galería Villa Manuela y apreciar de cerca ese momento singular de la existencia de la artista, “en el que la experiencia, lo vivido y visto por el camino se torna dimensión humana” y “los recuerdos, introspecciones, lecturas y sueños” devienen “puntos cardinales” para ilustrar enigmas —cual destacó Toni Piñera en el catálogo de la muestra, abierta hasta el 20 de julio.
Fue “la fuerza interior de figuras o sombras” y su original modo de producir poesía, que se observa y siente desde los 23 óleos sobre lienzo que componen la muestra, de mediano formato y fechados entre el 2013 y el 2017, paridos por esa motivación de escudriñar en las esencias humanas que ha signado el devenir creativo de la Vidal y el discurso de su anterior exposición personal en la capital: “Se creyó mirar y era mirado”, en la galería El Reino de este Mundo de la Biblioteca Nacional José Martí (2013).
A propósito de aquella muestra, la artista confesó: “Me interesa mucho el psicoanálisis y mi obra va en ese sentido, digamos que tiene un movimiento de ida y vuelta, o sea, el espectador la observa y a su vez es observado por las figuras que la integran, está proyectando el subconsciente mío y analizando el del observador”.
En lienzos intimistas se nos visualiza el alma, con sus aullidos más silenciosos y sus tímidos misterios, sinceros y esenciales; escudriña con tan profunda poesía que devela nuestros más escondidos secretos, los que no sospechamos. Una “relación entre la figura creada en el lienzo y el espectador”, posible porque, como ha confesado la creadora, a través de los años fue eliminando toda una serie de elementos hasta quedarse “con lo más esencial”.
Quizás por ello no hicieran falta tantas piezas para inducirnos a sospechar cuántos secretos hay en esta vida. Bastaría una docena, pero sería mi criterio. Una selección personal en la que no podrían faltar “Belleza corres un grave peligro” (2017), “Esas máscaras a medias ocupadas” (2015), “Es la vida y nada más” (2015), “En qué idioma cae la lluvia” (2016), “Otoño, una estación clandestina” (2015), “Parece esperar el otoño” (2017)...
“Hacen evaporarse los soles” (2013) me gustaría llevármela para casa, por su composición, equilibrio cromático y solución comunicativa; aunque esos a los que se aluden parecen ser los hombres. Es que, si bien ese tono feminista se presiente en muchas piezas, no pasan de una tenue “picazón”. Lo negativo está en las sombras, en las máscaras, en la doble moral…, tenga su continente el sexo o la orientación de género que tenga. Ese parece ser el discurso que sostienen las piezas.
La resultante es más bien el equilibrio entre el yin y el yang. En algunas, como en “Las esquinas vagas de los sueños” (2012), se asoma una tensión o contraste entre lo horizontal y lo vertical, lo redondeado (nubes) y lo anguloso (cuadrado), que la artista sabiamente resuelve. Lo geométrico, cual código, es más instrumento comunicativo que de composición, no responde a la “voluntad de ser ilustrativa”, sino “plantear ante el espectador problemas internos del ser”.
Lo formal responde más a funciones expresivas que ornamentales. Los “espacios y el color tienen ese sentido íntimo, no dramático”. La artista elige o trabaja con los colores para que “respondan exactamente al lugar que van a ocupar”, en dependencia de si quiere establecer contrastes o armonías. “Es como un rompecabezas intelectual” —ha dicho la artista.
Quien se sumerja en esta última propuesta de la Vidal comprenderá que no le digo mucho con que es “figuración expresionista” la suya; hay que vivir sus escenarios y sus espejos, líricos epigramas de líneas, planos y colores de una “pintora y solo pintora por la gracia de Dios”.
Resultado que ha costado introspección y estudio, selección natural de pinceladas y símbolos, acumulación de culturas y sacrificio (en su original significado), trabajando, pintando y empastando sin cesar. Dulce María Loynaz, lo había dicho en 1988: la perseverancia es “la condición vital de la pintora”. Como creadora lo sabía bien, “esa auto exigencia, ese cuidado en la conducta del artista es lo que a mi juicio hace al verdadero pintor, escultor o escritor”.
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