Gerardo Fulleda está de cumpleaños

Llegó a La Habana en 1956, proveniente de Santiago de Cuba, su tierra natal. Tenía entonces 14 años. Seguro de que no podría continuar estudiando, fue ayudante de mecánica de autos, peón de carpintería, limpió zapatos, hasta que llegó el año 1959 y con él, el triunfo revolucionario. Solo había terminado el octavo grado y aspirar a una carrera universitaria no estaba en sus pretensiones. Pero otro destino sería el suyo.

Se licenció en la carrera de Historia en la Universidad de La Habana. Se graduó del Seminario de Dramaturgia del Consejo Nacional de Cultura, ha impartido docencia en el Instituto Superior de Arte y es, a sus 79 años, presidente de la sección de Dramaturgia de la UNEAC.

Pero, la labor que más distingue a Gerardo Fulleda León, es su quehacer como dramaturgo y director de teatro. Durante 25 años de su vida guió los pasos de la prestigiosa Compañía Teatral Rita Montaner, en la cual se desempeña hoy como director artístico.

Su obra, como ha dicho la destacada investigadora Inés M. Martiatu, se enmarca dentro de la llamada Cultura Popular. “Parte su discurso de una contracultura ignorada e inferiorizada por el discurso hegemónico, pero que viene reclamando sus fueros. Él es de los que siguiendo la tradición de un Nicolás Guillén, un Fernando Ortiz o un Alejo Carpentier entre otros, ha ayudado a devolver, preservar, rescatar y reafirmar la legitimidad de las expresiones de la vida espiritual del pueblo”, expresó.

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Ciertamente, la labor dramatúrgica de Fulleda ahonda en las raíces identitarias de esta tierra antillana. Ofrece en sus obras y puestas en escena su visión personal acerca de la temática afrocubana, que más que recurrente podría decirse que es eje central, motivo de inspiración.

El escritor, quien siente —orgullosamente— formar parte de esa afrodescendencia en Cuba, ha hecho de su obra un portavoz representativo de las tradiciones y la identidad de una cultura que se encuentra en las bases de la cubanía y que, gracias a artistas como él, ha tomado el lugar que le corresponde dentro del ámbito nacional.

No obstante, su mirada es abarcadora, expone a luz las sombras del racismo que persisten en nuestra sociedad, en Cuba de manera particular, y en el mundo, de modo general.

Ha deconstruido y construido, a través de una fórmula creativa propia y transgresora, el universo afrodescendiente que habita en nuestro país.

La muerte diaria fue su primera obra. En ella narra cómo es asesinado un joven negro en Santiago de Cuba. Sus vivencias personales le inspiraron. Al hermano de su segunda novia lo mataron esbirros de la tiranía, en la lucha por la liberación de Cuba murieron no pocos negros, y él lo sabía. Desde ese momento su trabajo se encausaría a la reflexión a la visibilización de los conflictos raciales.

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Imprescindible es mencionar también Ruandi, una obra para niños en la que se cuenta la historia de un pequeño esclavo que anhelaba la libertad. Huye y se convierte en cimarrón. Una pieza sumamente reconocida por su valor histórico, pues se adentra en el proceso de transculturación en la Mayor de las Antillas, donde confluyen las raíces europea y africana. De esa manera narra magistralmente las marcas indiscutibles que dejó la esclavitud en los pueblos colonizados.

Con Chago de Guisa obtuvo el Premio Casa de las Américas en 1989, mientras que Plácido, sobre la vida del poeta cubano Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), ha sido una de sus obras más llevadas a otros medios, como el cine.

Fulleda fundó, junto a los grandes Tito Junco y Eugenio Hernández Espinosa, el Grupo Teatro de Arte Popular, en 1978. Además, fue fundador y subdirector de las ediciones El Puente. En 2014 fue laureado, junto a Nicolás Dorr, con el Premio Nacional de Teatro.