Entre senufo y Meninas, la última exposición personal en Galería Habana del artista cubano Moisés Finalé, que solo puede verse de manera virtual a causa de la actual situación pandémica, se encuentra entre las mejores muestras individuales expuestas en la capital durante el año en curso. Finalé ha hallado una de las fuentes principales para su proyecto visual en la emblemática obra “Las Meninas”, de Diego Velázquez, una de las más conocidas del arte universal y del Museo del Prado.
Coincidentemente en 1957 ―año en que nació el artista en Cárdenas, Matanzas―, Pablo Picasso comenzó una serie de 45 variaciones y 58 obras sobre “Las Meninas”, obra original del gran pintor del barroco español que ha sido inspiración de muchos, y que recientemente retomaran artistas europeos, según me confirmó Finalé. Todo ello lo motivó para realizar esta muestra personal, y beber de la citada pintura barroca para contrapuntear, en palabras del artista, con esa obra tan diversa proveniente del arte africano, y de la cual también bebieron las vanguardias artísticas de la pasada centuria.
Sin embargo, estas Meninas son las de Moisés Finalé: “Negro con menina”, “Menina española”, “Menina en tiempo de zarzuela”, “Menina medieval”. El artista ha trabajado sobre la imagen grabada, y ha impreso en otros lienzos para luego trabajar más detalladamente. Sus oscuras Meninas, que tienen un antecedente en la pintura del siglo XVII español, se visten, sin embargo, con grafías, signos y marcas blancas que recuerdan los trazados geométricos en las máscaras y esculturas africanas; un arte del que Moisés Finalé es, por cierto, un apasionado coleccionista.
Mas no hay nostalgia ni reverencia al arte del pasado en su exposición personal, como tampoco sarcasmo. Su intención es más bien trascendente, y estos cuadros, algunos de gran formato, nos llaman a detenernos para admirar el entrecruzamiento de culturas. La pintura de Moisés Finalé es un caos estilístico que él armoniza con su capacidad para tejer significados interculturales entre Occidente y Oriente, entre Periferia y Centro, entre Europa y África occidental, entre el posmodernismo europeo y el arte contemporáneo caribeño, a través de imágenes. Como siguiendo los hilos de la mítica Ariadna, él retoma esas fuentes, de las que ha bebido más de una vez como un artista culto que ha fogueado su trayectoria en Europa, sin dejar de explorar en lo mejor de la pintura latinoamericana y cubana.
Tras las obras expuestas en la muestra de Galería Habana se halla un simbolismo condensado de estratos muy diversos que revela una madeja de referencias, ya sean aquellas de los neoexpresionistas europeos, del expresionismo abstracto de Norteamérica, el de la espiritualidad y simbolismo de Lam, y el de la sacralidad impactante de las máscaras africanas usadas en las noches de luna durante las vigorosas y acrobáticas danzas rituales de la cultura senufo.
¿Cuántas referencias artísticas entrecruzadas se hallan presentes o inspiran la pintura de Finalé? Quizá ni el propio artista sea consciente de todas. Los historiadores de arte que han interpretado con más hondura su quehacer citan varias de aquellas, en ese afán tan nuestro de nombrar o establecer comparaciones que develen mejor las rutas formales y conceptuales de los creadores visuales. Así, la crítica nos remite a diversos artistas, mas todos los que alguna vez nos hemos detenido en analizar su obra coincidimos en su muy personal abordaje de una cosmogonía compleja que articula culturas diferentes. Nuestra mirada entrenada nos habla alto de que la apuesta artística de Finalé se alza por encima de estereotipos fáciles, ignora formas agotadas en los mercados periféricos y descarta los imaginarios complacientes.
Asimismo, no solo se trata de una imaginería propia derivada de formas visuales tribales y de contrastantes técnicas y estilemas de la pintura europea de los siglos XX y XXI, porque tras estas obras se hallan las vivencias interiores de Finalé, que sentimos particularmente enfáticas, y en el trayecto, a ratos, palpita una dramaticidad insondable.
En la obra “Ella lo lleva todo dentro” (2021), un lienzo de 170 x 150 cm, las dos figuras y sus formas perfiladas, en colores tierras, invocan las estatuillas senufo, sus rostros puntiagudos; y las líneas discontinuas trazadas por Finalé en blanco rememoran los rostros y adornos geométricos de las máscaras, a la par que el hieratismo es acentuado por la marcada simetría que enfrenta a los cuerpos.
“La apuesta artística de Finalé se alza por encima de estereotipos fáciles, ignora formas agotadas en los mercados periféricos y descarta los imaginarios complacientes”. (Tomada de Cubarte).
La mirada al pasado del arte africano que inspira a Finalé no es melancólica, pero tampoco irónica. Se parece más a la del investigador que toma aquello que le emociona para reconvertirlo a través de su técnica e imaginario en una obra original.
En determinadas obras parte de un grabado original que imprime en varias telas y sobre el que va levantando escenas, en diferentes momentos; así van surgiendo imágenes y capas que se superponen, a lo que agrega barnices con los que logra transparencias y veladuras. Por encima resaltan esas nítidas líneas que perfilan solemnes figuras, con una majestuosidad que recuerda a las culturas milenarias, aunque también transpira el arte sincrético de Lam, rememora las mujeres inescrutables que pintara el cubano Julio Girona, y, generalmente, se halla presente el referente de la escultura africana.
Una obra de Finalé muestra un simbolismo condensado de estratos que se hallan en la historia del arte, desde una mirada inclusiva. Es un cubano que ha vivido ya más de la mitad de su vida en Francia, mas sin olvidar la riqueza de las culturas periféricas y sin perder una conexión vital con su país de origen. En esa dirección no podemos olvidar que, si en algo se vinculan los conceptos de la posmodernidad en relación con Latinoamérica y el Caribe es en eso que la teórica Nelly Richard ha llamado “su capacidad para fragmentar y recombinar memorias históricas según el modo de la discontinuidad y de la itinerancia”.
El arte de Finalé es una turbulencia de visualidades diferentes en un arco que pudiera trazarse desde la Costa de Marfil, pasando por la insularidad caribeña, y continuando por el abanico diverso e inclusivo de la transvanguardia italiana y, en general, del posmodernismo europeo: “Todo mezclado”, diría Nicolás Guillén.
Mirar un cuadro de Finalé es como acercarse a un mapa de signos visuales, formas, geometrías, sinuosidades, pero también relieves y estructuras que se nos tornan ásperas al estar cosidas con sogas o rudos hilos que recorren rítmicamente el lienzo. Por eso, un solo acercamiento no basta. Cada vez que nos aproximamos a la tela pintada usted puede hallar novedades insospechadas, detectar collages antes no descubiertos, detenerse en figuras que adicionadas sobresalen como si quisieran desprenderse de la escena principal (bidimensionalidad adyacente y añadida que empleará sobre todo desde mediados de los 90).
En “La mariée” (2020) se observa esa intencionalidad que ha declarado, más de una vez, de convertir su cuadro en una dramatización congelada. Lo que a él le gustaría es descorrer el telón para que comenzara el acto de su pintura. En el cuadro dos figuras cabalgan enfrentadas, y es una lanza decorada por pequeñas figuras como en el arte africano la que divide la composición. El cromatismo es intenso aunque delicado. Una mujer con antifaz y máscara mira a su contendiente zoomórfica: una mujer-caballo-ciervo. Ambas se escrutan, mientras sus ojos parecieran mirarnos de reojo desde el lienzo.
En varios cuadros el pintor escribe palabras para acentuar esos dramas que permanecen vibrantes y atemporales. En otro lienzo de nombre homónimo, “La fiesta de las máscaras” (2020), de gran formato, ha sesgado en dos la obra, y esa simetría axial la traza un remo real decorado; debajo y al centro ha escrito en mayúsculas la palabra límites. Las figuras, entre humanas y animales, nos remiten a los ritos en las festividades senufo, y “a las grandes máscaras que se usan como para tirar fuegos y de la que tengo en mi colección una que es preciosa”, me precisa el mismo Finalé cuando indago, en una breve entrevista en la galería, sobre esta pintura.
El artista emplea una franca delineación de las figuras, el trazo es fuerte, y los rostros, casi siempre de perfil, aparecen enmascarados a la manera de antifaces, como en las máscaras senufo; se hallan decoradas con líneas circulares, con figuras de animales y otras rectangulares.
¿Existe un diálogo que se intenta comunicar tras esa simetría reiterada, en la economía de líneas para delinear los personajes o en su arcano hieratismo? Con frecuencia Finalé reitera cuánto le gustan los géneros del teatro y cómo suele moverle en el terreno de la creación. Sus protagonistas inescrutables desnudan conceptos invisibles en un acto donde se magnifica el impacto visual como en una representación única y silenciosa. Asistir a esta, aunque por las redes sociales de internet, como espectadores prestos a asombrarnos ante el arte de Finalé, es lo mejor que pudiera sucedernos en esta calurosa primavera de un año aciago, cuando aún luchamos por sobrevivir al final de una pandemia.
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