Tengo en la memoria aquellos tiempos iniciales en que comencé a escribir esta columna en Cubahora, que ha tenido el beneficio y la amistad de los colegas del Noticiero Cultural de la Televisión Cubana. Realmente, el periodismo te brinda esas armas de la compañía en un mundo donde estar solo es más común de lo que se piensa. Hablar cada semana de un tema acerca de la creación, abordarlo desde aristas y discursos dispares, han sido instantes alejados de cualquier banalidad o esnobismo barato, de toda moda o dicharacho pasajero. Desde los primeros años, estar junto al espacio televisivo conlleva una asunción crítica y responsable, íntima, tensa del oficio.
En esta batalla por el buen gusto y la ética profesional, por el progreso y la vida en común, por el país y la gente particular, cotidiana; el Noticiero Cultural cumple un objetivo clave: que la imagen no se quede en lo efímero, que el artista cuente con un espacio propio en el cual proyectarse. Sin dudas, más allá de un programa institucional, el reto reside en ser el espectro exacto, la cartografía del mundo del arte y sus tantos conflictos. Llevo, además, la amistad de esos colegas, con los cuales compartí más de una reunión y que conjugan la seriedad y las ganas con condiciones de trabajo, como escuché y pude palpar, “impeorables”. Este noticiero requiere de recursos, de apoyo y de legitimación, más allá de todo el reconocimiento que ya tiene entre el público, que lo mira como un espacio de referencia.
La imagen dice y proyecta mucho más que las líneas direccionales de cualquier jefatura, instancia o burocracia. Lo audiovisual posee un impacto que genera sinuosas situaciones y eventos sicológicos bien influyentes, como sucede ahora con las redes sociales. Ese escenario ha sido el del Noticiero Cultural, hecho mayormente por profesionales de la comunicación, casi todos jóvenes, tanto espiritualmente como en edad.
La dura tarea de contrarrestar matrices y hacer otras en el buen sentido va aparejada muchas veces a la falta de acompañamiento por parte de otros colegas y espacios que, ya sea por competencia o celo profesional, no se alían al sistema de mensajes que debiera existir hacia lo interno del mundo periodístico.
Va en nosotros, los comunicadores, la deuda de profesarnos fe unos a otros y colocar nuestra obra en el mejor punto para el bien común. Oficio de sacerdocio es este de hoy, tan crucial en el desempeño de los artistas, de los creadores y de la gestión cultural toda. De nada vale una obra que nadie vaya a ver, o una película que carezca del momento crítico esencial en los medios, de la justicia que lo reseña y lo evalúa. Así ha sido el Noticiero Cultural, con luces y oscuridades, en medio del panorama a veces desolado de dicho espectro en nuestro periodismo. Si alguien pensó que esos estándares de realización serían fáciles estaba errado y no conoce bien la red que hoy sume a los públicos en un laberíntico sentido entrecruzado.
Desde esta columna pude verificar sucesos de nuestra cultura y sufrir otros tantos, caminé junto a la historia de los colegas, los animé, los felicité, interrogué. Pocas veces tuve tanto privilegio como esos días en que participé desde aquí en los debates en cámara. La comunicación se democratiza y la ética se solidifica, todos poseemos acceso a la opinión y debemos ejercerla con apasionamiento y objetividad, con mesura. Ese es el buen uso de las redes sociales y de la tecnología que promueve el Noticiero Cultural, el camino donde apenas damos unos pasos tímidos pero firmes, hacia el logro de un espacio y de un espectro desde la ganancia de nuestras matrices de realización y políticas.
Cada año el Noticiero hace un ejercicio de autoevaluación, de chequeo de los públicos. Con las condiciones “impeorables” que sufren, no se justifican ni perdonan perder audiencia. Los estándares siguen siendo altos y la aspiración apunta hacia el logro de un paradigma mayor. Sintonizo el programa, me siento y disfruto del proceso.
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