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martes, 19 de noviembre de 2024

El tempo y el tiempo de los carnavales

Tiempo de carnavales es lo mismo que total libertad, inversión del orden, subversión de las formas y los contenidos...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 25/07/2018
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Carnavales-Ciego de Avila
El carnaval es arte y como tal debe estar presente el elemento creativo además del participativo.

El carnaval es un cronotopo dentro de la literatura que significa la inversión de los valores y la desinhibición total de la sociedad. Proviene de esa tradición de la Edad Media cuando, alternando con las fiestas santas, se hacían las profanas. Se trata entonces de diversión a lo grande, de lo innovador, incluso del disparate.

Hay que tener cuidado con la excesiva planificación cuando hablamos de carnavales, ya que el pueblo, su protagonista-espectador, es quien debe hacerlo. De nada vale que las carrozas estén mejor iluminadas y hechas si nadie las va a ver, o si hay música y no se da ese despelote que vemos en el malecón de La Habana con las comparsas más seguidas. Hay un aire de libertad en el carnaval.

La organización debe ir acompañada de la barbarie del fenómeno cultural. No en balde en uno de los cuentos de Poe mejor logrados, “El tonel de amontillado”, se aprovecha el cronotopo del carnaval de Venecia. Allí vemos las diferentes aristas de un comportamiento que Mijaíl Bajtín analizara como parte de sus estudios sobre la cultura popular en la Edad Media.

Tiempo de carnavales es lo mismo que total libertad, inversión del orden, subversión de las formas y los contenidos; cosas que priman en un auténtico suceso que se ha heredado de manera universal y que cada país aclimata. Incluso, las ciudades dentro de Cuba tienen distintas instancias, por ejemplo, no resulta lo mismo un carnaval en Santa Clara que en Santiago.

A veces se peca, en los niveles de centralización de la cultura, de aplanar los fenómenos y verlo todo del mismo cariz, cuando son los grupos portadores, en primera instancia, quienes deben decidir cómo hacer un carnaval. Ellos, salidos del pueblo, saben mejor que nadie cómo mantener la tradición y qué elementos no pueden faltar en una auténtica fiesta. Toca además preservar y organizar a esos portadores.

Por ejemplo, es propio de las fiestas en Santiago de Cuba que se conserve cierta organicidad de las raíces caribeñas y afros del fenómeno, mientras que en La Habana las carrozas son más ecuménicas, más universales. En unos lugares el pueblo participa más que en otros, puesto que existe también la cultura de lo contemplativo, cuando las evoluciones son de lujo.

Además de la independencia y el apoyo a los grupos portadores, hay que tener en cuenta cierta baja en la calidad estética de unas carrozas que en el pasado fueron temáticas, sobre todo en el caso de los carnavales de La Habana. Hoy, quienes organizan el vestuario y la decoración, no cuentan con muchos recursos para crear. De ahí que el lujo con que décadas atrás se hacían los mentados festejos haya decaído.

Haré mención a otro factor que pesa en la realidad de cualquier festejo popular tradicional: los contextos. Generar un ambiente carnavalesco requiere cuidar del consumo que hay alrededor, no se trata de usar cualquier música, de poner trap de manera desmedida, ya que ello altera las dinámicas tradicionales. En esta fiesta se invierten los roles sociales, pero de una manera creativa, no burda.

Los contextos determinan si las fiestas se dan en su esencia o no, resultan en la naturaleza de los mismos. Por ejemplo, en los pueblos donde hay parrandas rara vez se hacen carnavales. Quizás una excepción sea la ciudad de Caibarién, donde los festejos se hacen en el mar y las carrozas son barcos decorados, pero en plazas como Remedios lo que prima es la espera por las parrandas.

Esos tempos de la cultura hay que respetarlos, tiempo y lugar hacen un cronotopo, un suceso, un estilo. El carnaval es arte y como tal debe estar presente el elemento creativo además del participativo. No se limita a que el pueblo vaya detrás de las comparsas, mas hay que velar porque la música sea la mejor, así como las coreografías.

Si tomamos como ejemplo a Brasil, los carnavales de Río de Janeiro se han ido adaptando a los tiempos sin perder de vista a los grupos portadores ni a la participación de nuevos actores dentro de las fiestas. El sambódromo sirve todo el año de lugar de ensayo, para que vayan los aficionados y den su parecer, mientras que ese mismo escenario ha servido de coartada y contexto perfecto para la fiesta en sí.

En Cuba, sobre todo en La Habana, el carnaval ha desvariado en diferentes estilos, desde lo comercial en los tiempos de la República, la grandilocuencia de los años 70 y 80 del pasado siglo, hasta hoy, donde todo es más reducido. Se va quedando el carnaval habanero sin espacio, puesto que las zonas vedadas para restauración desplazan el contexto urbano del festejo. Habría que ver de qué forma se hace la unión entre patrimonio material e inmaterial

Es cierto que La Habana tiene zonas donde se ha invertido mucho dinero en la conservación y que bastaría una noche de jolgorio para destruir buena parte de ese encanto, pero en un inicio el carnaval abarcaba todo el malecón y no una pequeña, demasiado reducida, porción de terreno. Conservar es también la generación de contextos esenciales para la animación de la fiesta.

Las Parrandas de Remedios se han querido llevar del centro de la ciudad varias veces, pero permanecen allí hace 200 años, quizás de esto se deba aprender en el tema del carnaval. Contexto, tiempo y lugar, hacen el festejo.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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