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jueves, 26 de diciembre de 2024

El Nuevo Cine Latinoamericano sigue siendo nuevo

El nuevo cine tiene que seguir siendo nuevo en el sentido de rompedor, rebelde, contestatario e iconoclasta…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 28/10/2022
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El nuevo cine tiene que seguir siendo nuevo en el sentido de rompedor, rebelde, contestatario e iconoclasta. (Tomado de Cubadebate)

Como cada año llegan el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano y las reflexiones en torno a la creación en este continente. Cuba como epicentro de toda una ola que desde hace décadas desemboca en La Habana y que convierte a los capitalinos en espectadores de lo mejor, de lo más vanguardista y de lo que marca tendencia.

¿El cine puede cambiar la historia, puede ser un arma para cuestionar estructuras de poder? Cuando el festival comenzó, de hecho, había una plena conciencia de que el arte tiene esas funciones, pero hoy están otras visiones. La posmodernidad ha hecho del hedonismo y de la belleza las fuentes primigenias del éxito. Lo meramente ornamental asume un valor en sí mismo y no necesariamente tiene que decir algo. La Habana, con sus cambios constantes y su vida tan tumultuosa no escapa a estas lógicas.

Hemos visto, a lo largo de décadas, cómo de un cine militante, incluso reflexivo y político, la creación latinoamericana ha mudado hacia maneras de decir que tienen más que ver con los maestros de las tendencias actuales, más inscritas en el mercado, en lo relacionado con el marketing y la compraventa. El Nuevo Cine de antaño quizás no sea ya el paradigma de los creadores, como mismo el boom en la literatura dejó de ser un referente y hoy se tiene una producción de libros mucho más heterogénea y marcada por la globalización y el mundo neoliberal.

De las piezas hondamente rebeldes del cine del pasado se va a una forma que privilegia conflictos en apariencia cotidianos, vinculados a personas intrascendentes, a antihéroes que cuentan sus experiencias al margen de la sociedad. El cine ya no puede llamarse pobre, pues con la movilidad del capital ha habido en este continente producciones ambiciosas, si bien no siempre logradas, sobre todo en el ámbito histórico. Las relecturas en ese orden van más marcadas por la reflexión moral, personal, por el dolor de ser de carne y hueso, que por el pensamiento colectivo y comprometido.

Hace unos años, por ejemplo, podían verse cintas como El lado oscuro del corazón, en las cuales hay una reflexión de lo latino desde el sur, con los dolores y los brillos que puede vivir un poeta desde este lado. Lo importante en la historia no era lo político, pero estaba allí. Había un gran discurso, una historia grande detrás de la pequeña. Lo mismo pasa con cintas como No, en la cual el plebiscito de Chile contra Pinochet es lo que sostiene una trama de amor y desamor del protagonista. Hoy con la posmodernidad creativa, los filmes van más en la onda de privilegiar lo que es micro y se obvian los discursos que involucran causas mayores. El Nuevo Cine ha mutado, se torna más introspectivo, más hacia adentro. Incluso, cuando hay temas épicos, lo interesante es lo humano. Hay un retorno al drama y un abandono de la épica. Esto, por supuesto, no quiere decir que sea absoluto. No es ni bueno ni malo. Solo se trata de una tendencia que puede o no subordinar el cine del continente a nuevas maneras de entenderlo. Pero lo que sí debería ser un centro en este tipo de festivales es que se promuevan a la par que los valores estéticos, los humanos, los sentimientos de empatía y de inclusión. Porque hay cierto cine neoliberal que se interesa por borrar memorias. De ahí que La Habana siga siendo importante. La capital nos une en la apreciación de las obras y nos mejora como personas, nos impide olvidar lo que somos.

Un filme como Roma, por ejemplo, narra desde una clave minimalista un drama familiar. Lo social y lo histórico están muy atrás, se vislumbran, de esbozan, pero no hay ese hincapié, no hay ese escándalo de la denuncia. El dolor es silencioso y procede desde el blanco y el negro, desde los planos más insospechados y los pocos parlamentos, la parquedad de recursos dramáticos y la vida cotidiana que fluye y surte el efecto de una corriente de conciencia, de un monólogo de muchos personajes. Ese cine que va hacia adentro de América tiene el mérito de no callarse, de hablar con fuerza desde lo frágil, desde lo olvidadizo, desde la memoria borrada de muchas personas desclasadas y adoloridas de este continente. La familia está en primer plano, pero detrás podemos ver la sociedad y sus matices, la crítica y sus utilidades más allá de la belleza de los planos o de la fotografía bien lograda. Y es que el cine de este continente tiene que denunciar, tiene que gritar o si no estalla y deja de ser.

La Habana fue el centro de esos creadores cuando no se les permitía brillar dentro de la industria, aquí se fraguaron muchos proyectos. Cuba era la meca de un pensamiento rebelde que tomaba lo mismo de la nueva ola de cine francés, que del neorrealismo italiano. Desde Solás hasta Titón, las películas del patio mostraban que con pocos recursos se puede mover un mundo. Si bien tal cosa ha ido mutando, la esencia debería ser la misma, la de cambiar el universo desde el arte o al menos hacer la vida más llevadera para todos. El festival debe decirnos que el dolor del continente es compartido y que entre muchos le vamos a dar una interpretación. Así los problemas del tercermundismo son menos duros, aunque sigan allí.

El nuevo cine tiene que seguir siendo nuevo en el sentido de rompedor, rebelde, contestatario e iconoclasta. En la onda de ir más allá de la simple exhibición o la venta de un producto, de la rentabilidad o de la fama. Se trata de decir, se trata de irse de los cánones de la comercialización y darnos un aire mucho más sano, un fresco aroma renovador que aparte las oscuridades y que redima a la tierra de sus viejos dolores. A la memoria de grandes como Alfredo Guevara se le rinde este tributo, haciendo, filmando, celebrando un festival como este. Si los creadores mutaron hacia maneras posmodernas, pues ese es un cambio que hay que asumir, que se debe tener entre nosotros y que va a generar otras resonancias en la denuncia y en el centro del debate.

La vida de la América del Sur está en esas proyecciones, en esas salas ahora oscuras y expectantes en las cuales se va a asumir la existencia auténtica del continente desde los planos, las secuencias y las historias. Hay mucho que contar, mucho que redimir y que colocar en la palestra. Cuando llegue la época del Festival, veremos entonces a las personas entrando a las salas como se va a una escuela. Allí, nada será en vano, sino que el aprendizaje de lo que es propio nos enriquece. Este proceso hace que nos adueñemos de nuestro ser y que hagamos nuestro propio destino como pueblo.

El Festival del Nuevo Cine Latinoamericano ya se anuncia y aunque su tema de presentación es harto conocido, nos suena siempre actual, cotidiano, entrañable. La luz tiene esas reminiscencias y esas facilidades, esa naturaleza redentora.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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