Es el sofá más largo de La Habana. Es, quizás, el lugar que recorriéndolo, de extremo a extremo, te permite palpar una ciudad en toda su dimensión, sobre todo si el paseo se inicia minutos antes de que caiga el sol y se prolonga, de una a otra dirección, hasta bien entrada la noche.
No solo se puede apreciar la huella física de la urbe, admirar su arquitectura (la nueva y la vieja) y sentir el salpicar de unas olas inquietas…Vas adentrándote en lo mejor de una ciudad, que es su gente…y tarareas la canción que toca aquel en su guitarra mientras camina a tu lado, y te aprendes el pregón del vendedor de rositas de maíz y maní, y aprendes a rechazar con bondad las flores artificiales y los peluches que te ofrecen las señoras de las cestas, y estás pendiente de lo que pescan los pescadores informales que, tragos mediante, lanzan sus anzuelos…Y te emocionas al comprobar que las parejas siguen amándose en este lugar y que las familias se toman fotos con el mar detrás…Y más tarde, con el bullicio de la noche, le sigues encontrando colores al muro.
Irremediablemente, no podemos hablar de la capital cubana sin mencionar el Malecón, que es mucho más que esa protección de concreto que nos mitiga, en cierta medida, las consecuencias de las inclemencias del tiempo.
Son poco más de 8 kilómetros los de esta obra, cuyo primer nombre fue Avenida del Golfo y para el que la historia empezó a tejerse en 1819. Antes era solo roca y mar y en 1859, cuando el tranvía circulaba por toda la calle San Lázaro, le encargaron a don Francisco de Albear el proyecto de la ancha avenida, construida a cuatro metros sobre el nivel del mar, para un costo total de 850 mil pesos. Sin embargo, no fue hasta mayo de 1901 cuando se iniciaron las obras y que demoraron tres décadas.
Bellos son los atardeceres habaneros que se disfrutan en el Malecón (Foto:Fernando Medina/ Cubahora)
Cada gobierno puso “su granito” en la construcción, incluyendo el de Batista, pues cada avance de tramo en tramo se pensaba y propiciaba cambios en lo proyectado. Ahora se extiende desde el Castillo de La Punta hasta La Chorrera. Es uno de los referentes esenciales de la urbe cubana, incluso para el viajero que llega de otras latitudes y es punto de comparación, por ejemplo, con el de Santa Clara (carente de agua) y el de Cienfuegos.
Existen otros en otros países, como el de la montaña Kronberg, con extensión de 1 000 m o el de la Treille, con sus 120m de largo, en Suiza; el de la ciudad inglesa de Littlehampton, con 324 m. Habría que ver si en esos, y quizás en otros similares, se sueña tanto como en el de La Habana.
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