Un día será abril de 1993. Los ojos inmensos de Mario Moreno aún sentenciarán la avaricia, el mal genio, la injusticia social y el amalgamiento con la desproporcionada vida de algún capo. Se cerrarán finalmente, producto de un terrible cáncer de pulmón que ya le anunciara su cuerpo, y en esos minutos de tránsito a la eternidad esbozarán la terca sonrisa de los valientes.
Pero ahora es agosto de 1911 en la calle de Santa María de La Ronda en Tepito, México, donde un joven de cabello anochecido saca un pito de su americana, lo enciende, suspira; se sumerge en mundos paralelos, recostado quizás en una banqueta afuera de algún tugurio de poca monta.
A dos cuadras del establecimiento es probable que viva una familia de artesanos, igual de pobres. Como muchas otras en ese país, ellos revientan sus dedos con agujas para cocer zapatos de piel de chivo. Trabajan hasta la madrugada, cuando otro tipejo de ojos grandes, bien parecido e igual de flaco que todos los del bar, barre de las calles pequeños por cientos de inmundicia.
Es el día 12 del séptimo mes. Fecha en que Pedro Moreno Esquivel bebe un tequila por su sexto hijo, mientras su esposa Soledad grita el dolor de completar apenas la mitad de sus alumbramientos. Feliz de la vida sale de entre sus piernas aquel amasijo de carne, pelos, sangre y un par de ojazos que dignificaran el acto de dar a luz. ¿Y es esta la epopeya de una mujer, en medio de un barrio pobre al que todos le conocían como el ropero del pueblo?
No, sus partos son doce infinitos instantes de la hazaña, modelar a sus hijos más allá del arte de la subsistencia será en el futuro añorado la verdadera proeza de Soledad Guizar Reyes de Moreno y su marido. Lo sabrán bien cuando un público incontable esmorezca de simpatía ante ese ser desprovisto que acaban de acomodar en su regazo. Entonces ella estará orgullosa por ver el rostro de su Mario en todos los televisores del gigante americano, y alegre la familia entera, para quienes terminaran largos estíos de pobreza.
Todo México palpitará apresuradamente 46 años después, cuando el hijo de un empleado de correos en Tepito le gane al favorito Marlon Brando el Globo de Oro al Mejor Actor en Comedia o Musical. Para entonces La Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood celebrará la edición número 14 de los premios con los vítores a su protagónico en la gran producción La vuelta al mundo en 80 días, basada en el clásico de Julio Verne. Cuatro años después repetirá el pelao´ de Tepito, con un premio a su trayectoria artística. Esta ya atesorará el aplauso en películas muy taquilleras como Ahí está el detalle dirigida por Juan Bustillo Oro y simiente para fundar la compañía Posa Films, productora a su vez de Siempre listo en las tinieblas y Jengibre contra dinamita.
Así, el sexto de los Moreno Reyes se convertirá en el segundo mexicano en ser reconocido con este galardón, y en el primero en repetirlo, ya que también fue para Gabriel Figueroa, en 1949, por su trabajo de fotografía en la película La Perla.
Para entonces se habrá convertido en un ídolo de la comedia, pero también del cine. Sus películas, que ya superarán el medio centenar, batirán record taquilleros en las salas de exhibición hispanoamericanas durante tres décadas seguidas. Ni sangre ni arena (1941), por ejemplo, recaudará 54 000 pesos en cuatro días durante su estreno en el Teatro Alameda, en Málaga, España.
Pero Hollywood, amén de estos y otros reconocimientos será apenas un destino en la trayectoria artística de un cómico cuyo éxito radica en jugar, desenfadadamente, con el idioma español.
“(…) su comicidad estaba basada en cómo manejaba el idioma y eso no se traducía al inglés”, dijo Jorge Cámara, vicepresidente de la A.P.E de Hollywood, que otorga los Globos de Oro, con respecto a la estrella de Ahí está el detalle y El gendarme desconocido. Y es que fue el mundo hispanohablante el que se arrodilló ante un barrendero inusualmente famoso: Cantinflas.
CANTINFLAR CANTINFLERÍAS
En los años 30 surgió de los barrios humildes de México un personaje divertido y profundo en su ingenuidad. Auténtico, como lo suelen ser aquellos que nacen lejos de la opulencia. Sus primeras presentaciones se oficiaron en tiendas de campañas conocidas como carpas, para obreros de los populosos barrios. Entre estas adquirió Moreno la empatía de los cómicos que se burlaban de su escalofriante realidad. Y así como su carnal Mario Moreno, desde esos sitios profundos emergió Cantinflas.
En la relatoría de una entrevista al actor escribe Jorge Pulido, director general de Radio Web Tiflos, “Platicamos de todo: de los años de su infancia en que trabajó como “chicharito” en una peluquería del barrio de Santa María La Redonda, donde nació el 12 de agosto de 1911 y bautizado con el nombre de Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes; pasando por los días en que fue aprendiz de herrero, soldado raso y luego fue boxeador en la categoría de peso mosca”.
Lo trascendente del personaje y lo que le hizo triunfar en la industria cinematográfica fue la capacidad para el lenguaje y la pantomima. Amalgama de una nueva forma de expresión cuyo fundamento básicamente no tenía sentido, pero al mismo tiempo comunicaba mucho. Cantinflas encarnó una especie de clase media que lidiaba con pobres y ricos, dejando al descubierto a unos y a otros; pero en el que sobresalía la ingenuidad y soltura de un sujeto sencillo, con verdades esenciales, y colmado de compasión.
Por su trayectoria, hoy se dice que Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes es el “Charles Chaplin de México”. El mimo latino que interpretó albañiles o barrenderos, pero también médicos, policías y hasta sacerdote, sin desentenderse de la retórica del cantinflismo. Esa que luego acuñaría la Real Academia de la Lengua Española con el verbo cantinflear.
Decenas de filmes, en blanco y negro, a color, todos con el sello de Cantinflas, marcaron el gran nacimiento del cine en México. Aquel niño que sin cuna lo hizo posible, pero su talento no radicó solo en el arte de hacer reír, o mejor, sonreír, a una cantidad infinita de espectadores. Lejos de las luces del escenario, Mario Moreno se había convertido en otra persona: un poderoso y rígido empresario, al que entre otras compañías, Columbia Pictures, agradece su poder.
LA SERIEDAD DE MARIO MORENO
Sus familiares, amigos y antiguos compañeros de trabajo suelen comentar que detrás del extrovertido Cantinflas subsistió un hombre solitario, embebido en el trabajo. Pero en lo que coinciden varios de sus conocidos, incluso algunos cubanos que disfrutaron su presencia en el país, era en el altruismo del chato.
Tanto es así de cierto, que actualmente dos fundaciones desarrollan la tarea solidaria en México del cómico personaje de No te engañes, corazón (1936), Los tres mosqueteros (1943), El bolero de Raquel. El mismo que, como anunciara la prensa de la época, llegó a Cuba “cantinflero, cantiflista, cantinfludo y cantinfleando”.
Así es como cada agosto recuerdan los de Tepito, también los cubanos, el nacimiento de un héroe; amado por quienes prefieren reír.
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