El milenario arte del manejo de figuras animadas es capaz de provocar toda una fiesta de los sentidos entretanto el artista tras las telas, bajo el guante o sobre los hilos, sepa manejar con igual audacia, el alma de su figura plástica y la del público. A esa grandeza ascendió el teatro de títeres en nuestro país, con la creación, el 14 de marzo de 1963, del Teatro Nacional de Guiñol.
Quizás proveniente de tierras lejanas, en una carabela cargada de esclavos o en una embarcación de lujo junto a la aristocracia colonialista, llegaron a Cuba los primeros muñecos que deleitaron con su misticismo a no pocas familias criollas. Sin embargo, no fue hasta la década del 40 del siglo pasado que el títere irrumpió en la escena del panorama cultural cubano.
El caso es que la calidad de los espectáculos, su originalidad, y la búsqueda —a la par de las demás manifestaciones artísticas— de una identidad nacional marcaron la historia de los títeres en la mayor de las Antillas, donde sobresalieron figuras como Eliseo Diego, Nicolás Guillén, Vicente Revuelta, Harold Gramatges, y Dora Alonso, esta última fue la creadora de Pelusín del Monte, un personaje que ha trascendido para reflejar, a través de su estética y discurso, la verdadera cubanía.
Pelusín, nacido en 1956, ha quedado en la imaginería popular, como un niño campesino de diez años, bien ocurrente y suspicaz, con cabello revuelto bajo el sombrero de yarey y pañuelo anudado a la camisa, que gusta de tocar la guitarra. Precisamente, la imagen artística del títere por excelencia de los niños cubanos estuvo a cargo de Pepe Camejo, quien ya desde 1949, junto a Carucha Camejo, comienzan a llevar su retablo ambulante por varias escuelas de la capital, protagonizan programas televisivos y continúan sus giras nacionales, por lo que son considerados de los más relevantes artistas del género en nuestro país.
Finalmente, los hermanos Camejo, en marzo de 1963, fundan, junto a Pepe Carril y con auspicio del Consejo Nacional de Cultura, el Guiñol de Cuba, pretendiendo reunir a todos los titiriteros cubanos con el objetivo de promover la difusión de la cultura, las tradiciones nacionales, y asumiendo el teatro de títeres no solo como una diversión, sino también como un arte capaz de tocar a públicos de todas las edades, además de ser un medio auxiliar empleado en la pedagogía infantil.
Las Cebollas Mágicas fue la obra con que se inauguró el Teatro Nacional de Guiñol, con sede en la planta baja del edifico Focsa (calle M, entre 17 y 19, Vedado) y que contó con la dirección general de Pepe Carril, quien a su vez compartía la dirección artística con Carucha Camejo. Además, conformaban el elenco Armando Morales, quien se desempeñó como director del grupo desde el año 2000 hasta su fallecimiento en 2019, Xiomara Palacios, Isabel Cancio, Ernesto Briel, Ulises García, Luis Brunet, Pedro Camejo, Mabel Rivero y Regina Rosié.
Acerca de estos propósitos del naciente teatro, Carucha Camejo expresó: “El Teatro Guiñol, nuestro Teatro Guiñol, es esencialmente teatro. Todo teatro utiliza símbolos y el nuestro también lo hace… Queremos hacer un teatro total… Estamos en una constante búsqueda de nuevas formas de expresión. Con cada obra experimentamos y aunque encontremos aciertos, no podemos repetirlos. Si lo hiciéramos cesaría la búsqueda…”.
Y razón no le faltaría, pues este elenco de lujo sería el responsable de llevar a la escena puestas como La Caperucita Roja, La Cenicienta, El gato con botas, Pinocho, La Cucarachita Martina y el Ratoncito Pérez, estas dos últimas, versiones del dramaturgo cubano Abelardo Estorino para los pequeños de casa, quienes no fueron los únicos en disfrutar del teatro de muñecos, pues el retablo del Guiñol Nacional de Cuba acogió también las presentaciones de numerosas obras para adultos.
Del español Federico García Lorca llevaron a la escena titiritera El maleficio de la mariposa, El amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín y El retablillo de Don Cristóbal. Sobresalen también puestas como La Celestina, de Fernando de Rojas; Don Juan Tenorio, de José Zorrilla; Ubú Rey, original de Alfred Jarry y versionada con sabor cubano; Asamblea de mujeres, de Aristófanes; La loca de Chaillot, de Jean Giradoux; entre otras que hacían colmar de público las funciones de esta compañía.
Desde un primer momento el grupo se empeñó incansablemente en la búsqueda de nuevas formas de llevar su arte hasta el receptor, por lo cual lo clásico, lo campesino, lo tradicional cubano, lo popular, y lo vanguardista fueron mezclados hasta conseguir un estilo propio que por muchos años definió la estética y las maneras de hacer del teatro insignia de figuras animadas en el país.
Estos muñecos, de gran atractivo visual, gracias a la destreza y maestría que en su manejo ponían los artistas, engrandecieron la escena teatral de la isla antillana, con sus colores, texturas y diálogos.
Tanto fue su alcance, que poco a poco comenzaron a nacer nuevos guiñoles a lo largo y ancho del caimán, bajo la égida, en sus inicios, de los hermanos Camejo y Pepe Carril, quienes siempre soñaron con la difusión y crecimiento del arte titiritero en nuestro país.
Sin dudas, Cuba cuenta con una larga tradición titiritera que en estos momentos reclama el concurso de los artistas nacionales para poner su talento en función de mantener la historia del teatro de figuras animadas, una suerte de magia y tradición, un lenguaje universal donde convergen todas las artes para mover los hilos del alma.
julena
14/3/20 19:45
Hola, quisiera saber si aún existe el Teatro guiñol. Hace unos 4 meses llame y me dijeron que ya no existia
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