Los debates previos al congreso de la Unión de Escritores y Artistas expresan la necesidad de que se conserve dicha organización como punto de encuentro y de conflictividad en torno a la vida intelectual y artística del país. No solo porque en la era de la posmodernidad nada de lo que se cree sólido posee la entidad de antaño, sino porque la creación posee esa fuerza cimera capaz de hacer que se muevan montañas en la buena o en la mala dirección. Quiere ello decir que hay que incluir a quienes hacen una nación desde las ideas y que llevan en sí la resonancia de una obra. Por décadas los congresos de los escritores y los artistas fueron el elemento más enervante de la cuestión pública, a quienes se les dio la potestad incluso de ser la voz crítica de la vida. Pero ahora, en era de las redes sociales, se requiere de esa organicidad del pensador y de otorgarle la dignidad requerida. La UNEAC, además, pudiera desfasarse en un tiempo en el cual se requiere no solo de una renovación en cuanto a las personas, sino y sobre todo con los procedimientos y con las maneras de entender la crítica.
¿Por qué se necesita que alguien comprenda la complejidad de los procesos? No es simple el entramado al cual se enfrenta hoy el país. Por una parte, el golpe de las tantas carencias materiales y por otro, lo que ello deriva en cuanto al alma de las personas. Entonces, hacer arte no solo está en las antípodas, sino que pudiera poseer una función curativa, incluso de limpieza intelectual. Hoy el escritor sigue constreñido en los estancos de una profesión que lo condena a la pequeñez de un público y a lo nimio de los debates en torno a lo estético, pero es vital que se produzca un abanico de opciones que le permitan tomar su sitio en la sociedad. Las voces críticas tienen mucho que aportar, ya sea desde una columna en un diario o en la obra que se vertebra día a día en una novela, una obra de teatro o en los medios más disimiles. Ese lenguaje, esa savia, conforman lo que somos desde la conciencia y ello va más allá de la simple producción de sucesos de la cultura. Los intelectuales cambian el panorama y la percepción de lo que somos y poseen ese catalizador o punto de giro que está necesitando el país. Un congreso, aunque no es garantía de que eso pase, constituye el espacio sine qua non para darle rienda suelta al menos a las mejores aspiraciones de la clase intelectual.
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El congreso puede servir para impulsar aspiraciones, pero se requiere de mucho más que de una cita de intelectuales para la real transformación de la sociedad en este punto. No hay que solo analizar, proponer, sino que hacer. Y en esa praxis transformadora de la cultura reside la fuerza de un gremio que está en todas partes y que posee la savia de siempre, esa que proviene de las mentes enciclopédicas del país. Es que hay que buscar la tradición, darle vida, colocarla en los estándares más altos y seguir su ejemplo. Cuba fue de las primeras naciones ilustradas en su momento, de las tierras que poseyeron una visión más avanzada de la vida y de la praxis pensadora. Ahora toca que la asignatura más estudiada sea como tal ese pasado, si se quiere sostener el presente a partir de categorías sólidas. El congreso es solo el espacio, pero la construcción de sentido va más allá y hunde sus raíces en la identidad y en los procesos patrimoniales que le otorgan entidad al país. Y a ello, por muy abstracto que parezca, se llega a partir del mundo de lo concreto y de lo real dentro de la historia.
El congreso no puede arreglar lo que está roto, lo que no funciona, lo que es inservible, pero sí posee la oportunidad para aunar, para sumar, para hacer en otra dirección que no sea la del equivoco. En ese proceso de transformación los intelectuales poseen las ventajas que emanan del manejo constante de categorías del pensamiento y de la ciencia y las artes. No solo porque en ello va todo un aporte ancestral, sino porque existen zonas de la investigación y de la estética que ya abordan las cuestiones más oscuras del quehacer nacional y ello debería estar en el centro del debate del país. El congreso entonces es un posicionamiento de lo que se quiere como esencia y un desplazamiento de lo baladí y de lo superficial hacia los márgenes. En otras ediciones de esta reunión de la ciudad letrada de Cuba ha habido polémica y no se espera menos. La contradicción es la base de un arreglo total de las instituciones que poseen el poder para una nación que no se detenga en sus problemas, sino que sea capaz del avance.
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La situación del pensamiento es perentoria en la Cuba de hoy y he ahí la solución para muchas de las cosas que por determinados motivos no funcionan bien. En esa metáfora realista de nuestra verdad como propuesta política nos va la vida. Y no solo hablamos aquí de lo que somos como una nación espiritual, sino del plato de comida, de la silla en la que nos sentamos, de la casa donde vivimos. Al artista nada humano le es ajeno y todo ello impacta y es en sí misma una subjetividad rampante. No hay que negar los problemas, ni darles una justificación que no nos sirve para nada. Y en ello los intelectuales poseen ese pasado poderoso del cual beber. La política cultural es responsable de que se les escuche y de que sus llamados lleguen a los salones donde se toman las grandes decisiones. No solo porque eso nos ahorra tiempo y nos da oportunidades de avance, sino porque la propia noción del bien y del progreso depende de la celeridad con que nos abordemos desde la sensibilidad.
El congreso no es el non plus ultra de nada, ni un punto de giro, pero sí la necesaria pausa en los procesos complejos, el aliento que requerimos, la meditación y la fuga certera que nos recoloca en el sitio cierto.
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