Solo hablaré de los dos primeros. Lo haré porque vamos solo a conversar del nacimiento del Coloquio Internacional Hemingway. Ya este año arribará a la emisión número 14. Nunca he logrado explicarme por qué sumaron los coloquios nacionales que se habían celebrado con anterioridad a los de carácter internacional. Por eso quiero definir con claridad meridiana cuántos se han realizado.
Pero vale la pena recordar sus antecedentes, asentados en la organización, por parte del Museo Ernest Hemingway, en los años 1986 y 1988, de dos coloquios nacionales a los que no fue posible dar continuidad. Llegó la década de los 90 con las mil y una complicaciones económicas que acarrearon al país la desaparición de la Unión Soviética y el campo socialista.
Arriba este año a una nueva emisión el Coloquio Internacional Ernest Hemingway. (Tomada de ginebramagnolia)
El I Coloquio Internacional Hemingway tuvo lugar en julio de 1995, en la Marina Hemingway, en el Hotel El viejo y el mar de este centro turístico.
Claro está, puede el lector suponer que la selección del sitio, Marina Hemingway, se debe a la presencia del escritor norteamericano con el lugar. Y fue así en parte, pero no totalmente.
El colectivo de trabajadores del Museo Ernest Hemingway había pensado, desde siempre en el Hotel Ambos Mundos para la celebración de este primigenio encuentro. Pero justo en ese entonces se encontraba en restauración. Fue este el primer sitio que Hemingway conociera en La Habana, el lugar donde se alojara, por breves horas, el 1 de abril de 1928. Y adonde se hospedará, recurrentemente, en todos los viajes que realizará a nuestro país a partir de 1929 hasta la decisión de alquilar Finca Vigía, en mayo de 1939. Sitio convertido en su residencia oficial, a partir del 28 de diciembre de 1940, fecha en que la compra.
Sin lugar a dudas ambos sitios resultan, de hecho, icónicos. Es en el Residencial Barlovento, actual Marina Hemingway, donde tiene lugar el único encuentro entre el Comandante en Jefe Fidel Castro y el escritor norteamericano Ernest Hemingway, el 15 de mayo de 1960.
Pero volvamos atrás en el tiempo. ¿Por qué la creación de un evento dedicado a Hemingway en Cuba?
Por supuesto, estoy de acuerdo con el lector en que el escritor norteamericano mantuvo su residencia en Cuba durante más de 21 años. Radicada en Finca Vigía, en San Francisco de Paula, distante del centro de La Habana, solo doce y medio kilómetros. Como bien acotara Gabriel García Márquez, fue Finca Vigía la única residencia estable que tuvo el escritor en su vida. Allí pasó la mitad de sus años útiles como escritor y escribió sus obras mayores, sus años menos conocidos, los más íntimos. Por lo que podemos aseverar que, ese fue su hogar y no otro.
Ya el Museo Hemingway de Cuba llevaba más de tres años abierto al público cuando, en Estados Unidos, tuvo lugar la creación de la Fundación Hemingway, el 29 de noviembre de 1965. La Sociedad Hemingway queda constituida en 1980, y ha tenido al frente de la misma, hasta la fecha, a doce importantes estudiosos de la vida y la obra del escritor.
La Fundación Ernest Hemingway fue creada por Mary W. Hemingway, viuda del escritor, para la promoción, ayuda y relación con los especialistas interesados en los estudios relativos a la obra y la vida del autor norteamericano.
En 1980, en la isla Thompson de la bahía de Harbor, tuvo lugar la reunión de un grupo de especialistas para llevar a cabo una conferencia. Esta tuvo lugar cerca de la Biblioteca y Museo Presidencial John F. Kennedy, el repositorio principal de manuscritos y memorabilia pertenecientes al “dios de bronce de la literatura norteamericana”. Es este hecho el que marca la creación de la Sociedad Hemingway.
Después de la muerte de Mary W. Hemingway, en 1986, Patrick y John Hemingway, hijos de Ernest, invitan a la Sociedad para que asuma los recursos, deberes y funciones de la Fundación. A partir de esta fecha la Fundación ha estado a cargo de la Sociedad que ha asumido el papel de dirección en los avances contenidos en los estudios sobre Hemingway.
La Sociedad y Fundación Hemingway es una organización no gubernamental de carácter internacional. Edita, además, importantes publicaciones periódicas sobre el tema como Hemingway Review, dos veces al año, y Hemingway Newsletter, con una publicación anual, que se distribuyen entre la membresía nacional e internacional de la misma.
Desde sus inicios la organización lleva a cabo este tipo de evento cada dos años. Se celebra, habitualmente, en los años pares. Estos han tenido lugar en diferentes países: Austria, Francia, España, Suiza, Alemania, Italia, Estados Unidos, entre otros. Sitios que, de un modo u otro, han estado vinculados a la vida y la obra de Ernest Hemingway. Pero Cuba nunca había sido tomada en cuenta, a pesar de haber pedido, por primera vez, ser sede del evento internacional en diciembre de 1988.
Cuba solicitó la sede para este evento en diciembre de 1988 durante la visita que efectuara a nuestro país el Dr. Robert Lewis, presidente de la Sociedad y Fundación Hemingway. La solicitud fue realizada por el compañero Juan Blasco, director de Relaciones Internacionales del Ministerio de Cultura, en la reunión en la que recibiera al Dr. Lewis.
Tanto Blasco como la autora de este trabajo, directora del Museo Ernest Hemingway en aquel momento, le reiteraron al Dr. Robert Lewis se tuviera en cuenta a nuestro país para la realización de este tipo de evento.
El Dr. Lewis fue muy amable y receptivo y expresó que le agradaba mucho esta propuesta. Nos aseguró que sometería la misma a consideración de la junta. Aclarándonos que la sede para la reunión de 1990 ya había sido otorgada. A partir de esa fecha Cuba esperó y reiteró su solicitud a lo largo de los años.
Hemingway, 15 de julio de 1944. (Tomada de Infobae)
En 1994, la autora de este trabajo participó en la Reunión Internacional Hemingway que, organizada por la Sociedad, tuvo lugar en Pamplona, famosa por la celebración de los Sanfermines que Hemingway perpetuara en su obra literaria.
El Dr. Lewis se mantenía al frente de la Sociedad por lo que, en un aparte, volví a reiterarle la solicitud de Cuba como sede de esta reunión internacional. Posteriormente, fui invitada a participar en una reunión con los miembros de la junta.
Expuse la fundamentación de la solicitud como sede recordando que Hemingway había vivido mucho más tiempo en Cuba que en cualquier otro sitio del mundo. Que había legado Finca Vigía al pueblo cubano. Y que con el apoyo del Consejo Nacional de Cultura y el gobierno cubano Finca Vigía se había convertido en el Museo Ernest Hemingway, el 21 de julio de 1962, fecha en la que el escritor hubiera cumplido 63 años. Fue esta la primera institución creada, en el mundo, para promover, estudiar y divulgar la obra y la vida de Hemingway.
Hubo un breve intercambio de impresiones entre ellos. Recuerdo la presencia de la Dra. Susan Beegel, quien fuera la editora de The Hemingway Review durante muchos años. La respuesta me llegó abrupta. Provino del Dr. Allen Josephs, importante especialista en la obra de Hemingway y con varios libros publicados al respecto.
Con una sonrisa en los labios me expresó que comprendían mi solicitud y los argumentos dados, pero que mientras Castro se mantuviera en el poder no se llevaría a cabo una reunión de la Sociedad Hemingway en Cuba.
Procuré que la ira no nublara mi respuesta. Así que respondí que si Castro ostentaba el poder en Cuba por más de 30 años era un asunto que solamente incumbía a los cubanos, no a la junta directiva de la Fundación y Sociedad Hemingway de los Estados Unidos.
Sin embargo, no podía dejar de expresarle lo sorprendida que me sentía. Justo el día anterior, el Gobernador de Navarra había recibido a los participantes al evento en la sede del gobierno. El Dr. Josephs tuvo la gentileza de presentarme ante el señor gobernador, comentándole que yo era la dueña de Finca Vigía. A lo que respondí, sonriendo, que era solo casi la dueña. El verdadero dueño era el pueblo cubano.
El gobernador, en sus palabras de bienvenida comentó que su Partido llevaba diez años en el poder. Y a mí me pareció algo normal. Era una decisión de los ciudadanos de Navarra. Pero al Dr. Josephs le debió haber pasado lo mismo que a mí, porque no le oí argumento alguno en contra de la situación política de Navarra.
Entonces, me dirigí al Dr. Allen Josephs y le recordé la anécdota del día anterior. De inmediato pregunté, “…si no le preocupaba por qué ese partido estaba en el poder en Navarra desde hacía diez años, por qué le molestaba que Fidel se mantuviera en el poder el tiempo que se considerara oportuno. A fin de cuentas, era esa una decisión soberana del pueblo de Cuba, de nadie más”.
Subrayé que estaba solicitando para Cuba la sede para la celebración de una Reunión Internacional Hemingway, de las que habitualmente organiza la Fundación y Sociedad Hemingway de los Estados Unidos. Y consideraba que, histórica y moralmente, Cuba debía haber sido considerada como tal por cuanto fue el hogar de Ernest Hemingway durante más de 21 años, porque nunca tuvo ninguno otro como ese.
Aseveré, estaba segura que, entre otras cosas, me refería a una reunión de carácter cultural donde, por primera vez, podríamos intercambiar conocimientos los especialistas cubanos y norteamericanos. Donde podríamos hablar de la importancia que tuvo Cuba en la vida y la obra del escritor, ignorada aún en esa fecha por los especialistas foráneos. Confieso haber estado anonadada al comprobar cómo era posible que se interpusiese el diferendo político existente entre los gobiernos de ambos países ante una verdad histórica, cultural y literaria irrebatible.
Al salir de la reunión con la junta, el Dr. Robert Lewis me pidió disculpas por la intervención del Dr. Allen Josephs y me expresó que la sede de la próxima, la de 1994, sería París, ya había sido decidido. Le solicité mantuviera la solicitud de Cuba para la de 1996.
Y fuimos a París, pero allí siquiera tuve la posibilidad de reunirme con la junta. El Dr. Robert Lewis no era ya el Presidente de la Sociedad. Por supuesto, ya la nueva sede había sido decidida. Cuba no estaba en la línea de preferencias. Pero su nueva presidenta, la Dra. Linda Wagner-Martin, me posibilitaría una grata sorpresa solo un año después.
El Hotel Ambos Mundos fue el primer sitio que Hemingway conociera en La Habana. (Tomada de www.duna.cl)
A mi regreso reclamé al Ministerio de Cultura, a través de la dirección Provincial de Cultura de Ciudad Habana y el Centro Provincial de Patrimonio Cultural, la necesidad que teníamos de crear nuestro propio evento internacional. Cuba no tenía por qué estar mendigando el derecho ganado tantos años atrás.
Fue La Habana el sitio escogido por Hemingway para sus visitas frecuentes a nuestro archipiélago. Fue Finca Vigía, en el pueblo de San Francisco de Paula, el sitio que Martha Gellhorn, su tercera esposa, descubriera en mayo de 1939, y que él decidiera, a partir del 28 de diciembre de 1940, convertir en su hogar.
Lega Finca Vigía y la mayor parte de sus colecciones al pueblo de Cuba. Es el gobierno cubano quien aprueba el presupuesto que se requiere para la conservación de esta institución museal, el pago de sus trabajadores, la apertura al público, el montaje de exposiciones transitorias. Argumenté, además, por si todo esto fuera poco, que también debíamos pensar que la conservación durante más de 30 años del legado cubano de Hemingway nos otorgaba el derecho a convocar una reunión internacional, pero esta vez, lo haríamos desde Cuba.
Y fue así como se aprobó la realización del I Coloquio Internacional Hemingway. Sería autosustentado. No contaría con un presupuesto especial para su realización. Decidimos que tuviera lugar los años impares teniendo en cuenta que la Fundación y Sociedad Hemingway llevaban a cabo sus reuniones los años pares. Así no coincidirían nuestros eventos. Nunca habíamos llevado a cabo algo como eso. Pero como decía mi abuela paterna “cortando trajes… se aprende a ser sastre”. Y sí, se logró. Y sí, tuvo éxito. Y sí, dejó alguna ganancia, no fue mucho, pero algo nos quedó.
¿Ayuda? Hacía falta mucha ayuda y la recibí. Asistieron más de 40 especialistas en Hemingway de Estados Unidos, Checoslovaquia, Francia, México. Por la parte cubana estuvieron presentes los compañeros de la Cátedra Hemingway del Instituto Pedagógico José Martí, de Camagüey, los especialistas del Museo Ernest Hemingway.
Sostuve una reunión con Abel Prieto, presidente de la Uneac en esa fecha. La Unión posibilitó la asistencia al mismo de personalidades como Miguel Barnet, Luis Suardíaz, Armando Cristóbal, Enrique Cirules, y la Dra. Mary Cruz, entre otros. Miguel Comas Paret presentó su libro La agonía del pez volador. Francisco López Sacha, presidente de la Asociación de Escritores, fue quien tuvo a su cargo las conclusiones del Coloquio.
Aquella Sociedad Hemingway, de la que había recibido tan ríspida respuesta en 1992, colaboró con la realización del I Coloquio. Y lo digo sinceramente. El Dr. Bickford Sylvester fue designado por la junta directiva para que me contactara y ayudara. Estoy convencida que la Dra. Wagner-Martin mucho tuvo que ver en esta decisión.
Juntos trabajamos en la preparación del Coloquio. Todas las noches, el Dr. Sylvester me llamaba a la casa y despachábamos acerca de quiénes participarían, fundamentalmente, por la parte norteamericana. Me dictaba los títulos de las conferencias que impartirían y pequeñas síntesis biográficas que me dedicaba a teclear, en una máquina de escribir, al día siguiente. El Museo Hemingway no tenía computadora.
Mientras tanto, acá en La Habana el Coloquio se organizaba en bicicleta. Quien escribe estas memorias, aunque sabía montarla, nunca aprendió a manejar ni sacó licencia de conducción porque le tiene terror al tráfico. Pero había llegado la bicicleta a Cuba, en medio de nuestro inicial Período Especial. El lector puede imaginarse el pedal que hay que dar para trasladarse desde San Francisco de Paula hasta la Marina Hemingway.
Me acompañaba Milagros Villamil, la administradora del Museo Hemingway. Pero en los primeros viajes nos demorábamos una eternidad, porque tan pronto yo sentía el ruido de un vehículo arrimaba la bicicleta al contén y me detenía. Repito, mi terror al tráfico no me permitía tomar otra decisión. Cuando fuimos a hacer el tercer o cuarto recorrido, la administradora tomó un cojín, lo puso en la parrilla de su bicicleta y, conminatoriamente, me ordenó: “Te sientas ahí y vas emparrillada hasta la Marina, la provincia y donde haya que ir. No tengo paciencia para volver a hacer el viaje contigo montando tú en otra bicicleta”.
Fue La Habana el sitio escogido por Hemingway para sus visitas frecuentes a nuestro archipiélago. (Tomada de Sputnik Mundo)
En febrero de 1995, entregaron un Yigulí, de cuatro puertas, al Museo Hemingway. En él terminamos de preparar el Coloquio, las exposiciones que se montaron y las mil y una vueltas y trámites que hay que llevar a cabo para la realización de un evento de esta magnitud. En él se trasladaban los trabajadores del Museo el día que tenían sesión en el evento. El resto debía mantener abierta al público la institución museal.
Por supuesto, Bickford estuvo presente todo el tiempo que duró el Coloquio en La Habana. Pero se hizo acompañar también de otras personalidades, investigadores y conocedores de la vida y la obra de Ernest Hemingway. Y viajó el profesor de la Sorbonne de París, Roger Asselineau, considerado como el americanista más importante de Francia.
Para mi sorpresa, Bickford trajo consigo a Gregory Hemingway, el hijo menor del escritor, quien viajó en compañía de su esposa Ida. Al encontrarnos en el aeropuerto —era la primera vez que nos veíamos— me presentó a Gregory Hemingway, el hijo menor del escritor. Y me confesó que hacía ya varios días que él sabía que Gregory viajaría a La Habana para participar en el I Coloquio Internacional Hemingway pero que no me lo había comunicado porque quería darme la sorpresa. También logró formar parte de la comitiva Carl Sandford, sobrino de Hemingway, hijo de su hermana Marcelline. Sí que me dio tremenda sorpresa.
Entre los especialistas norteamericanos participantes en este I Coloquio se encontraban H.R. Stoneback, Donald Junkins, Scott Donaldson, Robert E. Gajdusek, Sandra Spanier, Ann Putnam, Joe Defalco, Joe Haldeman, entre otros.
Una noche, el Dr. Armando Hart Dávalos, Ministro de Cultura, recibió a los invitados extranjeros en uno de los salones de la Casa de las Américas. Allí les explicó acerca de la cultura cubana y su desarrollo.
Mucho tiempo después de haber tenido lugar el Coloquio recibí una carta del Dr. Lewis. Él era profesor de la Universidad de North Dakota. Dirigió durante años, creo que hasta su muerte, la Revista NDQ North Dakota Quaterly. En la misiva me felicitaba por la feliz idea de llevar a cabo un evento internacional. Recuerdo muy bien que al final de la misma me decía: “No era necesario esperar por nadie para la celebración en Cuba de un evento internacional sobre Hemingway”.
Pero el gran tropiezo surgió el primer día. Justo en el receso de la sesión de la mañana. El Dr. Bickford Sylvester se me acercó muy alarmado. Me dijo que los especialistas norteamericanos no querían continuar con las sesiones como se habían planificado. Juro que no entendí a qué se refería.
Problemas con la traducción
Me explicó que consideraban que se perdía mucho tiempo en la interpretación de las ponencias. Como no había equipos para la interpretación simultánea, por supuesto la interpretación resultaba lenta. El intérprete estaba sentado en la mesa junto al ponente e iba traduciendo. De acuerdo a la ubicación de los participantes en la sesión algunos oían bien, otros no.
Bickford me habló de la traducción simultánea y la utilización de audífonos. Pero yo no tenía dinero para pagar esos servicios. La recaudación no daba para tanto. Y le expliqué. Nada. Que no querían entender. Hasta se me propuso no utilizar al intérprete. Pero ahí se agotó mi paciencia. Serenamente le expresé a mi maravilloso e ilustre Bickford:
Si a los colegas norteamericanos les disgusta tanto la traducción, podemos prescindir de ella. Realmente, la mayor parte de los cubanos que están participando entiende el inglés. Tal vez pierdan algo del contenido de la conferencia, pero la comprenderán. Los colegas norteamericanos, casi en su totalidad, no hablan español. Cuando sean los cubanos quienes estén leyendo sus trabajos, aquellos se quedarán sin comprender a qué se están refiriendo mis colegas en sus investigaciones. Perderemos el sentido de este encuentro. Pero, usted decide qué hacemos.
Tal como el lector lo habrá imaginado, continuamos utilizando a nuestros geniales intérpretes que, entre otras cosas, hicieron su trabajo totalmente voluntario. No cobraron un centavo por sus servicios. Por ejemplo, los colegas del Instituto Superior Pedagógico José Martí de Camagüey participaron como ponentes. Cuando no estaban en ese rol, llevaban a cabo la traducción e interpretación.
Elija la carpeta que más le guste
Pero hubo más anécdotas. Todos los eventos las tienen. Por ejemplo, Jesús Franco, conocido como J.F., se enteró tarde de la celebración del Coloquio. No obstante, donó al Comité organizador unas carpetas plásticas que contendrían los materiales que se entregarían a los participantes. Pero estas no alcanzaban para todos. Así que se decidió entregar esas a los visitantes extranjeros, y reservar para los cubanos unas carpetas muy bien hechas, con cartulina y pegamoide, y la identificación del Coloquio para los cubanos. Fue un maravilloso trabajo que realizaron los trabajadores de la Imprenta de la dirección provincial de Cultura, con su directora, Pompeya Casabona, al frente. Fue un regalo de estos trabajadores de la imprenta al colectivo del Museo. Laboraron en sus horas de descanso para lograrlo.
De repente se me acercó el Dr. Bickford Sylvester para preguntarme por qué había dos tipos de carpetas. Le respondí lo que realmente había sucedido. Súbitamente, muchos de los participantes norteamericanos querían una carpeta igual a la de los cubanos. Pero yo no tenía más que las que había entregado. Propuse entonces al Dr. Sylvester que si cubanos y norteamericanos aceptaban intercambiarse las carpetas yo no tenía nada en contra. A fin de cuentas, todas contenían los mismos materiales.
Pero me picó la curiosidad y comencé a indagar. Sucede que nuestras carpetas estaban hechas a mano. He ahí el atractivo de las mismas.
La piscina de El viejo y el mar
Luego, bueno, luego ocurrió algo que me molestó mucho. Pero eran otros tiempos y era así como funcionaban algunas cosas, en aquella etapa. A la hora de almuerzo, unos cuantos participantes cubanos se quitaron la ropa y quedaron en trusa, para darse un chapuzón en la piscina. Pero, de inmediato, me llamaron de la gerencia del hotel para pedirles que se retiraran de la alberca. Esta era solo para uso de los huéspedes. Ninguno de nosotros era huésped del hotel.
No era necesario esperar por nadie para la celebración en Cuba de un evento internacional sobre Hemingway. (Tomada de Meditación y Psicología)
Compartamos el almuerzo… un cuello de botella
Pero digo más, los participantes extranjeros almorzaban en el restorán del hotel. Para los cubanos logramos un espacio muy agradable: claro, bien montado, con todos los requerimientos de una buena mesa: manteles, cubiertos, vasos, copas. Solo que el menú, que era muy bueno, era dirigido. Nuestros colegas extranjeros nos veían almorzar en el sitio. Y, de inmediato vinieron a pedirme se les permitiera almorzar junto con sus cofrades cubanos.
Y ahí se crea un cuello de botella. Los alimentos que consumíamos nosotros los proporcionaba la dirección provincial de Cultura, y los platos eran confeccionados por el hotel. Menú que ellos, incluso, mejoraban con ensaladas y al que llegaron a añadir postres. Pero yo no podía decidir que los otros colegas almorzaran con nosotros.
Me senté con el gerente del hotel. Le expliqué cuál era la situación. Finalmente, se decidió que los participantes extranjeros almorzaran donde ellos decidieran. Los cubanos continuamos haciéndolo en nuestro bello comedor. Informé a mis colegas que, si los invitaban a almorzar, por favor, se sintieran libres de hacerlo.
El coctel de despedida
Se llevó a cabo en la piscina del hotel. Participó el Dr. Armando Hart, Ministro de Cultura y representantes del gobierno de la capital, el Ministerio de Cultura y la dirección provincial. Confieso que estuve físicamente en el lugar, pero poca atención presté a su desarrollo una vez comenzado.
El Dr. Sylvester me presentó a Stephen Plotkin. Este era el curador de la colección Hemingway en la Biblioteca y Museo Presidencial John. F. Kennedy. Y nos mantuvimos todo el tiempo conversando acerca de las necesidades de preservación del legado cubano de Hemingway y las dificultades materiales que, para la misma, afrontaba la institución museal.
Pero este es un tema que se abordó en los antecedentes del Acuerdo Hemingway. Firmado en noviembre de 2002 entre el Social Science Research Council, de los Estados Unidos y el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, de la República de Cuba.
Y celebramos el II Coloquio
Para la realización del II Coloquio también tuvimos que encontrar otro espacio. La restauración del ansiado Hotel Ambos Mundos demoraba y fue necesaria otra opción. Podíamos haber repetido la Marina Hemingway, pero estábamos escasos de combustible y debíamos garantizar el movimiento de los especialistas cubanos para su participación y presencia en el mismo.
Este último se llevó a cabo en la Villa Panamericana, en julio de 1997, por las razones apuntadas en el párrafo anterior. El evento fue acogido con beneplácito por parte de esa villa y sus trabajadores. Además, los participantes extranjeros podían trasladarse, previo el servicio de taxis a su disposición, al centro de La Habana, a San Francisco de Paula. Lograban conocer, no solo los sitios frecuentados por el escritor, sino también la ciudad.
Para la ejecución de este contamos, una vez más, con el apoyo del inestimable Dr. Bickford Sylvester y del Dr. Larry Grimes. Había resultado difícil el servicio de traducción que utilizáramos en el I Coloquio.
Pero el Dr. Sylvester quería la traducción simultánea con la utilización de traductores y equipos. Yo también. Pero el museo no contaba con presupuesto alguno para ese pago. Así que, no sé cómo Bickford me pidió sacara las cuentas y ellos asumieron el pago de esos servicios. El evento resultó espléndido, fluido.
Las conclusiones del Coloquio corrieron, nuevamente, a cargo de Francisco López Sacha, presidente de la Asociación de Escritores de la Uneac.
La visita a Cayo Guillermo
Al concluir el Coloquio habíamos organizado un viaje a Cayo Guillermo, en la provincia Ciego de Ávila. A la llegada realizamos una breve pero amena excursión, y para la misma contamos con la presencia del Historiador de Morón, quien no solo nos acompañó sino también transmitió a los participantes un mayor conocimiento del sitio que Hemingway describiera en Islas en el Golfo.
Al concluir, pudieron disfrutar de la playa y la piscina. Delectaron una cena agradable e informal. Unos se quedaron conversando. Otros fueron al bar o a un cabaret cercano, del que no recuerdo el nombre.
La excursión en yate
Para la tarde del día siguiente se había planificado una excursión en yate en la que se podría completar la información dada por el Historiador, y comparar los sitios con las descripciones dadas por Hemingway en su obra. Contábamos con la participación del escritor Enrique Cirules, que había investigado a profundidad sobre el tema y con su ensayo Hemingway en la cayería de Romano, había logrado Mención en el Premio Casa de las Américas.
Pero sucedió lo inimaginable. Los extranjeros todos estaban autorizados a abordar la embarcación por el Minint, pero los cubanos que habíamos organizado y llevado a cabo el Coloquio no teníamos autorización para participar en la excursión preparada, expresamente, a partir de lo sitios descritos por el escritor norteamericano, en su novela Islas en el Golfo.
Todas las gestiones realizadas, en La Habana, por el compañero Blanco, representante de Paradiso, fueron baldías. Antes de salir hacia Cayo Guillermo, Blanco chequeó. Le informaron que enviarían los permisos para Morón. Pero estos nunca llegaron.
La respuesta fue tajante: los cubanos no podíamos abordar la embarcación. Solicitamos, incluso, que autorizaran a Enrique Cirules y al equipo del Icaic que se encontraba filmando el desarrollo del Coloquio. Al frente del equipo fílmico se encontraba Aarón Vega. Yo fingiría algún malestar, pero llevaríamos a cabo la expedición marítima. Todo fue en vano.
Solo se me ocurrió, con Blanco a mi lado como apoyo, la excusa de que los servicios meteorológicos habían anunciado una severa tormenta de verano y no nos permitían hacernos a la mar. Razones de seguridad para las personas. Pero la tarde estaba espléndida, el sol desmentía mis argumentos. Bickford Sylvester poseía una embarcación, practicaba la pesca. Y no creía en ninguno de mis argumentos.
Internamente pedía a gritos por una tormenta, clamaba porque cayeran raíles de punta. Pero para nada, el sol continuaba burlándose de mí. De repente el cielo comenzó a nublarse, se desató un viento fortísimo, la tormenta eléctrica fue violenta. Y mis amigos norteamericanos se convencieron de la veracidad de los pronósticos meteorológicos. Y no es que ponga en duda la veracidad de los nuestros, pero, juro al lector que nunca he disfrutado tanto de una de nuestras típicas y tropicales tormentas de verano.
A la mañana siguiente, en el aeropuerto, mientras esperábamos para abordar el vuelo de regreso a La Habana, se me acercó Aarón Vega y me susurró al oído: “¡Flaca, se te fue la mano pidiendo la tormenta de ayer!”.
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