El arte joven es una de las vertientes de nuestras políticas públicas en materia de creación. No solo porque se trata de la expresión de las nuevas generaciones, sino porque en términos de construcción de sentido no se puede dejar atrás lo que este país representa para el mundo. El futuro, el horizonte, poseen correlatos espirituales, o sea son maneras que se manifiestan estéticamente. Un artista muy cercano me contaba esta semana de los mil y un trabajos que debe pasar para sostener su proyecto de vida en un agreste ecosistema donde prima el mercado. Todo ello sucede porque no es acogido como el valor de cambio necesario para los estamentos propios de aquel entorno. ¿Dejaremos que nuestros más jóvenes creadores abandonen entonces las instituciones sin que se les proponga el necesario y justo espacio? La Asociación Hermanos Saíz tiene experiencia en la motivación y el incentivo del protagonismo. Las políticas públicas de dicha ONG van de la mano de personas que han pensado en los intereses de las generaciones más irreverentes y rompedoras. Pero todo no es cuestión de nichos de creación ni de espacios especializados, el arte requiere del contacto con lo masivo y del baño necesario de la crítica. En tal sentido es mucho lo que queda por hacer en términos de reconocimiento, de validación de los productos culturales.
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Los más recientes congresos de la AHS han servido para que se replantee la necesidad de fomentar la crítica de arte que jerarquice los consumos y establezca pautas y valores propios de este momento dentro de nuestra creación. En tal sentido, es insuficiente lo que se ha hecho a nuestro juicio desde páginas y medios institucionales para que surjan voces con una autoridad como árbitros de la belleza y que ello pueda impactar en las obras y los discursos. Recientemente tuve la oportunidad de asistir a una puesta en escena en la ciudad de Santa Clara en la cual además de pocos aciertos desde la construcción artística de la pieza en sí, había elementos que podían caer en el mal gusto y en la falta de ética. Frases que no iban en la línea de lo sano, sino de corrientes tóxicas neoliberales y que eran propias de un personaje cuyo correlato ideológico no está en la igualdad sino el odio entre sexos. Cuando salí de la sala, no pocos me pidieron que hiciera una crítica diseccionando el fenómeno, pues es más complejo de lo que se cree. En realidad, la irrupción de discursos ajenos al interés artístico y vinculados a intereses particulares es algo que también hay que deslindar ya que hace daño a la construcción de una belleza en común. Y obras que enarbolan palabras y hechos plenamente deleznables no deberían recibir ni siquiera el favor de una mala reseña en un medio. Pero es que la crítica ha estado ausente y por ello cuesta crear paradigmas alternativos no solo que trasmitan valores positivos y de unión, sino buen gusto e interés por la superación en cuanto a conocimientos y sensibilidad. ¿Decir que te da asco el cincuenta por ciento de la humanidad –sea un sexo u otro es arte o un delito–? He ahí el dilema que le toca dilucidar al crítico y que la institución tendría que validar.
Hay sucesos que son ilustrativos. Por ejemplo, que se intente legitimar un discurso teatral por encima de otro y se le niegue a una parte de los creadores el acceso igualitario a los recursos. En ese plano, no solo se estaría hablando del no cumplimiento de las políticas públicas, sino de un grave proceso de cancelación cultural que silenciaría a una porción importante del gremio. Términos como el de “reguetón teatro” referidos injustamente a un estilo que con total validez llena los escenarios y apuesta por una comunicación con el gran público; dejan mucho que desear. Y sin embargo son los cánones que cierto grupo de hacedores quisieran establecer como cariz crítico en materia de permisividad dramatúrgica. La apuesta por una fórmula gestual, informe, que llueve sobre reiterados códigos, no tiene necesariamente que intentar invalidar lo que otros consideran mejor. Y en los gremios de la creación hoy existen pugnas en torno a esto, donde no siempre hay una justicia a la hora de establecer lo que es bello y bueno.
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El arte joven puede ser irreverente y tiene que serlo. Pero no solo en el sentido de tirar improperios, no solo en el de lanzar sofismas, sino en el de unir en pro de causas nobles que hagan una construcción más sana de lo que somos. Hay, en este aspecto, la necesaria historia de una nación que requiere del discurso del artista para hacerse a sí misma y por ende no todo está en el acto narcisista que se auto alaba a sí mismo, sino en el gesto altruista de quien escribe para todos. La forma de ganarnos el pan como críticos no debe ser la de la complacencia, sino la del análisis que ofrezca vías de solución ante las problemáticas del arte. Y aunque se ha planteado en congresos, no acabamos de ver hecha una correlación de fuerzas en torno a lo que queremos y lo que es justo como creadores. Y tal sentido habremos de construir una ética en común de la cual salgan los elementos fundamentales de toda obra. Y no se trata de que se establezca un canon aburrido e inamovible, sino de que las convenciones nos ayuden en la búsqueda y los hallazgos que requiere esta generación.
El país nos necesita, pero no para que nos miremos todo el tiempo el ombligo o que hagamos un arte que nada dice o que solo le dice al ego de quienes lo hacen. Más allá de ese silencio pactado con quienes padecen del enanismo del pensamiento, la crítica posee el poder filoso de confabular a las potencias del arte y de que no quede en la impunidad ninguna nimiedad elevada a la categoría de obra de culto. Hay que derribar los becerros de oro, para que no sea esa la nueva idolatría que nos aparte de la verdad que somos. No una verdad revelada, sino una buscada y sufrida. He ahí los caminos que se definen con el arte joven. Pero en los congresos hemos hablado de esto sin que luego lo veamos concretado en la crítica. Los sitios especializados se conforman con reseñas que no son lo que requerimos en momentos tan definitorios. Y en eso nos va la vida. No será con el miedo de los timoratos, ni con el silencio de los oportunistas que se llegará a una expresión cabal y útil de lo que somos como generación de artistas, sino con la valentía del conocimiento y la astucia de una razón que sobrepasa escollos.
Si usted quiere hacer un teatro todo el tiempo escapista, es su derecho, pero será el nuestro reseñarlo con justeza y dentro del contexto de creación, sin compromisos, con la dureza de los juicios que ello conlleva. Si la novela que se premia no va en la línea de una obra estéticamente a la altura de los tiempos, sino que ello responde a lo extra literario, hay que ser justos y no callar los errores de construcción o de planteamiento filosófico que subyacen. Y si la poesía que está en la palestra no es la que requiere un lector agudo e inteligente, si se invalida la capacidad de la gente de hacer un consumo válido de dicha obra; el crítico tiene el deber de hacer más responsable el acto de recepción e ir en la defensa del bien común o sea del leitmotiv fundamental de todo acto que es el logro de la categoría estética cualquiera que sea.
La crítica tiene que surgir en los terrenos baldíos y darle al arte joven esa brújula de valores, ese toque más allá de lo meramente formal. Sin compromisos, sin silencios, solo con la luz puesta en la mejor mira. Pero en la construcción de esos hermosos palacios hace falta mucho más que la palabra empeñada o el brazo fuerte; se requiere de una magia subjetiva que no se da en todas las eras. He ahí el misterioso camino, que habremos de tomar, sin que nos interese el alto precio.
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