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viernes, 1 de noviembre de 2024

Cóndor y sus secuelas de violencia contra la mujer

Magníficas actuaciones y un guión inteligente hacen de la peruana Magallanes, una seria aspirante al Coral en el apartado de Ópera Prima...

Pedro Antonio García Fernández en Exclusivo 08/12/2015
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La violencia contra la mujer, graficado en uno de los spots promocionales del 37º Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, constituye uno  de los males que aqueja a nuestra América desde décadas atrás y no es de extrañar que aparezca recurrentemente en su filmografía.

En ocasiones esa violencia es institucional y la ejercen el Estado, con su terrorismo sucio, y sus funcionarios. Se hizo común en el Cono Sur, durante la tristemente célebre Operación Cóndor, que los ejecutores de la represión detuvieran a muchachas sin vinculación política alguna para convertirlas en esclavas sexuales.

Posteriormente muchos de aquellos entrenados en la Operación Cóndor dirigieron la represión en los países en que aun sobrevivía la lucha armada, como Perú y Colombia. Sus métodos continuaron siendo los mismos,  al igual que su desprecio por la dignidad de la mujer campesina o indígena.

De esto trata Magallanes, el filme del peruano Salvador del Solar que concursa en el apartado de Ópera Prima. Al recoger a una pasajera, un taxista la reconoce como la indiecita que, en sus años de soldado antiguerrillero, le ordenó detener su coronel para abusar de ella a su antojo en el cuartel.

Del Solar no solamente toma este pasaje como pretexto para recordar épocas idas sino que lo vincula al presente y revela esa articulación que hoy existe en los que ayer en nombre de la oligarquía peruana violaron los derechos humanos en ese país y esa oligarquía que aún los protege.

Claro que estamos hablando únicamente de la alta oficialidad. De la soldadesca, a la que pertenecía Magallanes, el  protagonista, no. Esa sobrevive malamente, en espera de las migajas que le lance un antiguo superior, o vegeta en la marginalidad,  añorando los tiempos en que era impune y respaldada.

Con un ritmo adecuado, Del Solar (quien también redactó el guión), apoyado en la dirección fotográfica de Diego Jiménez, buen soporte dramático al hilo narrativo, va develando sin necesidad de flash back alguno el pasado de Magallanes y de Celina, la víctima, y de sus angustias.

La violencia actual de la delincuencia en la ciudad de Lima se muestra de pasada, implícita, sin demeritar su carácter de denuncia. Ella da pie a uno de los momentos del filme, cuando Celina reconoce al soldado que también una vez la usó y descubre que el pasado amenaza con volver a su vida.

Ella se lanza a una carrera desenfrenada por el periférico barrio donde reside y escala una pequeña colina hasta que las fuerzas la abandonan. Debajo de ella, Lima la horrible, como la apodara Vargas Llosa, con sus luces encendidas, nos parece amenazadora.

Resalta en el guión y la realización la caracterización de los personajes. Magallanes, el perfecto antihéroe, a quien la miseria, la ambición, tal vez solamente la vida, le llevó a una vez a ser sicario y en una mezcla de remordimiento y amor imposible venera a la antaño adolescente indiecita violada.

Por otra parte Celina, la víctima, quien sobrevive en una ciudad hostil donde nadie tiene piedad, acechada por el pasado que quiere olvidar y que Magallanes, de un porrazo, le regresa, con esa buena intención de que está empedrado el camino al infierno.

Tal vez por su condición de símbolo de la  actual oligarquía peruana, el personaje menos delineado sea el hijo del coronel, quien desprecia tanto a su padre, a pesar de haber sido probablemente la  fuente de su riqueza actual, como a la plebe.

De ahí que su interés de que “nada de lo que ha pasado se sepa”, le parezca a algunos un poco forzada y superficial. Pero no se trata de una conversión ni mucho menos, sino de garantizar el silencio de los que “saben”.  

Es una lástima que los filmes que concursan en Ópera Prima no puedan competir en el apartado de actuación. A Damián Alcázar (Magallanes) hubiera sido muy difícil arrebatarle el coral. Federico Luppi (el coronel) está más bien como un homenaje a su carrera, sin nada nuevo que aportar a ella.

La otra sensación es la interpretación de Celina por Magali Solier (La teta asustada, Madeinusa). Su reacción en la estación de policía, cuando rompe en su indignación a hablar en quechua, aunque nadie la entienda, toda su actuación sin mancha a lo largo del filme, la convierten desde ya en una grande de la escena.

También ella brilla en la secuencia en que se su personaje se niega a recibir una compensación monetaria. El dinero no lo puede comprar todo y como bien dice Calle 13 en una de sus célebres piezas, “a la Operación Cóndor que invadió mi nido”, Celina perdona pero no olvida.


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Pedro Antonio García Fernández

Periodista apasionado por la investigación histórica, abierto al debate de los comentaristas.


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