El 24 de diciembre del 2022 a las cinco de la tarde, casi a punto de comenzar las Parrandas de Remedios, un concurso de belleza se hizo de forma paralela al evento. Se estaba escogiendo a Miss San Salvador entre las muchachas de uno de los barrios contrincantes en esas gestas culturales. Más allá del suceso, los especialistas del Museo de las Parrandas de la ciudad fueron capaces de dialogar con quienes lo organizaron. Era evidente que, sin que se tratara de algo mal intencionado, se había incurrido en un acto de colonización cultural que afectaba la esencia de un fenómeno cubanísimo y que posee elementos muy valiosos de cara a la permanencia de la identidad.
La colonización posee diversas facetas, pero en el siglo XX ya comienza a verse una que posee mayor potencia por su lenguaje simbólico y es que la cultura está hecha a partir de pautas y sucesos que la componen desde lo simbólico, pero que logran impactar en la construcción política y en la validación de conductas sociales. En otras palabras, existe de manera potencial en cada suceso de la vida moderna y solo se puede aprender a convivir con la misma y darle un tratamiento crítico y activo. ¿Quiere decir que quienes organizaron Miss San Salvador eran malas personas? Nada más alejado de la realidad, los actos de colonización cultural se sirven del imaginario y florecen ahí donde no están desplegados los resortes de la crítica o de un acto de recepción activa. En realidad, esto ocurre como si se tratase de algo natural e inocuo, pero que, por debajo de los hechos en apariencia inocentes, va lacerando valores y cohesión sociocultural, hasta que deja sin contenido la esencia que define el fenómeno. Por años las parrandas han tomado elementos de la universalidad y los han adaptado a un lenguaje propio. Ello no constituye un punto de quiebre. Sin embargo, robarle el protagonismo al suceso esencial y dárselo a otro elemento cargado de simbolismo externo sí constituye un atentado en contra de la cultura autóctona. No hubo malas intenciones, pero sí desconocimiento y por ende pérdida de valores activos esenciales.
Pongo ese simple ejemplo o quizás no tan simple, para ilustrar cómo a menudo en la cotidianidad y en los contextos más sencillos se incurre en la colonización cultural y se es cocreador de esos valores que no construyen una identidad, sino que la deconstruyen. Hace unos años se hizo común en Cuba el uso de banderas británicas para casi todo. Las personas desconocían el proceso de formación de dicha insignia y cómo había llegado a transformarse no solo en el símbolo de una nación europea, sino de un proyecto imperialista moderno. Detrás de la ignorancia se escondía un suceso de marketing que impactaba en las masas y que establecía una marca cuyo significado de poder y de prestigio como potencia económica, militar y política era ajeno a los valores que rigen en nuestro contexto. Dicho en otras palabras, el acto de colonización cultural ni siquiera era asumido de forma consciente por el consumidor, sino que era compulsivo, irracional, por imitación e impulso. Ello determina una conciencia de la no conciencia como elemento central del consumo.
Si se quiere, hay que poner el ejemplo más reciente de Bad Bunny, cuando se quejó de que alguien hizo una canción con su estilo usando la Inteligencia Artificial. Uno de los modelos del mercado musical por excelencia tuvo la oportunidad de sufrir en carne propia el efecto del mecanismo colonizador a partir de un dispositivo creado para la imitación y para establecer pautas desde la automatización de la cultura. O sea, un suceso colonizador en toda la extensión de la palabra. Ello generó un debate en la isla de Puerto Rico que hizo reflotar en el diario Claridad de aquel país un artículo mío publicado en 2022 en la revista La Jiribilla. Entre las líneas de mensajes que se desprenden, estaba que para muchos boricuas Cuba sigue siendo un referente en cuanto a recepción de la cultura, debido a la formación de las escuelas en nuestro país, en contrapunteo con la fuerte penetración de dispositivos de colonización propios del mundo global entre los puertorriqueños. Pero en realidad, no hemos estado ajenos a nada de lo que hoy sucede como resultado dela porosidad de las redes sociales, la deslocalización de la cultura a partir de fenómenos como la emigración y la movilidad de proyectos de vida, así como la fugacidad de los valores de cara a la deconstrucción de los contextos nacionales incluyendo al cubano. Para reforzar la recepción en un país se requiere tener conciencia de todos esos momentos del acto de recepción y darles una justa jerarquía en los estudios críticos hoy más vitales que nunca.
Bad Bunny es un símbolo universal usado hasta el cansancio como figura de la colonización, por sus elementos de seducción, por la filosofía laxa y placentera de sus letras, por la melodía pegajosa que invita a adentrarnos en un contexto en el cual son realizables todas las utopías del emigrante latino en tierras anglosajonas. Bad Bunny, como el concurso de belleza de Remedios, no nos venden solo el suceso en sí, ya sea un evento o un concierto, sino la sensación cultural de que se vive en otros valores y de que es posible reconstruir nuestra realidad a partir de una utopía que no nos pertenece, sino que es la utopía de otros. Dicho en otras palabras, acontece una traslación en términos psicológicos que hace de nuestra mente un terreno en disputa y en ocasiones perdido para siempre como parte de la guerra entre las potencias dominantes del campo de la producción simbólica.
La colonización cultural es una realidad, pero como se construye desde lo simbólico, pudiera parecer inocua, inocente e incluso inexistente. No se trata de que el consumo se convierta en un campo de censura ni de quiebres en cuanto a la política cultural y el manejo de las significaciones, sino de hacer de esta recepción un acto más consciente, crítico, propio de personas que han sido educadas en el campo de la cultura y que resultan capaces de emanciparse por sí mismas a partir del reconocimiento de un contexto identitario y no de la asunción de contextos impuestos.
Una bandera británica, Bad Bunny y un concurso de belleza en unas Parrandas poseen un hilo interno que resulta invisible desde afuera, que no se puede desmontar desde la irresponsabilidad. Entonces, como actos de una colonización que posee un leitmotiv y una concurrencia en cuanto al consumo, nos toca como sociedad y como actores de la formación de conciencia pública, un trabajo cotidiano y de educación no solo en cuanto a la creación de contenidos, sino en la propia recepción, para que las personas sean capaces de discriminar y de ser por sí mismas activas en el proceso de descolonización. Quizás muchos de nosotros estemos ahora mismo usando símbolos y formas que de alguna manera nos colonizan, pero no se trata de una paranoia ni de un rechazo de plano a lo externo, sino de hacer visibles los resortes y de convivir con un mundo que a diario nos apabulla desde su presencia abrumadora en nuestro devenir más cercano. De eso se trata más allá de la inmensa rapidez con que se vive y de la fugacidad de los juicios que se vierten en espacios como la prensa o los estamentos más acabados y cultos de la academia que estudia los sucesos de la cultura.
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