Una ciudad vieja es más que una arquitectura que se deshace con los años, es la vida de los hombres contada por sus edificaciones. Cada obelisco encierra las gestas de gente notable por una u otra razón, y la voluntad de los ciudadanos de entonces para hacerlos imperecederos. Hay más que piedra y asfalto sobre las calles de una ciudad, bañada por los siglos.
Y allí, en los sitiales de recordación, al interior de museos y casas de precarios coleccionistas, aguarda la nación cubana contada por los objetos personales, las batallas o los amores de épocas pasadas; el arte trasmutado en cuerpo de acero o cristalería, minucioso o rudimentario ¿Quién se cuestiona qué es más valioso a ojos de historiadores? En cualquier modo, una riqueza artística y patrimonial que bien merece nuestra atención, si aspiramos a un legado para las generaciones futuras, aun cuando “podría tildarse de ‘conservador’ el espíritu que nos lleva a restaurar y preservar valores ancestrales (…)”, advierte el Dr. Eusebio Leal Spengler.
Si se necesita un ejemplo a seguir, los cubanos que aspiren a perpetuar su identidad, tienen un paradigma en la figura de este desprejuiciado “conservador” y su ardua labor rescatista en la otrora Villa San Cristóbal de La Habana. Según recoge el sitio de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, el propio Eusebio Leal intervino durante el Encuentro Internacional sobre Gestión de Centros Históricos realizado este mismo mes de mayo en nuestro país. A la altura de este siglo, nos advirtió sobre el olvido, como un mal, curable quizás, pero que en el mundo desarrollado afecta la gestión y concepción de ciudades patrimoniales, esas donde, en el caso de Cuba, aún habita la historia.
“El olvido cuando se convierte en un mal en las sociedades altamente desarrolladas, o de nueva conformación, es de una gravedad extrema. En aquellas porque los lleva a desmentir las instituciones fundamentales. Europa, por ejemplo, al constituirse, trató de ignorar su pasado (…) y en nuestra América y en Cuba podríamos hablar de lo mismo”.
La buena noticia al respecto radica en que nuestra nación adolece del urbanismo que caracterizó los años 60 y 70, con sus dosis de modernidad aparejada, según las palabras de la Dra. Arq. Patricia Rodríguez Alomá. Así las ciudades patrimoniales del archipiélago asisten a su oportunidad de lujo: renacer al siglo XXI, como expresó la directora de Plan Maestro de la Oficina del Historiador: “(…) pudiendo revalorizar nuestro riquísimo patrimonio cultural, el patrimonio urbano y el humano”.
Trinidad y el Valle de los Ingenios fueron declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1988 (Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig).
TURISMO EN RETROSPECTIVA, UN BIEN PATRIMONIAL
Recientemente, expertos de más de una decena de países discutieron en la Mayor de las Antillas sobre la importancia de proteger antiquísimas riquezas ante la inmediatez del desarrollo urbano, precisado de fuertes y funcionales edificaciones. Arquitectos, historiadores, ingenieros y gestores locales de diversos parajes latinoamericanos, pero también de los Estados Unidos, Holanda, y Turquía, entre otras naciones, reconocieron la importancia del patrimonio para la gestión del turismo. Consideran los expertos que ese pasado contenido en nuestras urbes se yergue como un recurso para captar visitantes foráneos y, a su vez, los ingresos que inyecta el turismo hacen florecer lo vetusto.
Sin embargo, urge la proyección de estrategias para este propósito, que aglutinen a autoridades locales, empresarios, especialistas, proyectistas y ciudadanos en general. Es necesario realizar el consecuente inventario de recursos para un turismo de ciudad, que entre otros aspectos evoque la tradición con autenticidad. Formas atractivas de presentar los productos y modalidades de nuestra arquitectura y sus riquezas. Además de la capital habanera, se ajustan a estos propósitos las villas San Juan de Los Remedios, Trinidad de Cuba, la hermosa tierra de Baracoa, entre otras. Pero queda mucho más por ofrecer de la “tierra más hermosa”.
“Todas las ciudades raigales de Cuba llevan un apellido indígena, orgullosamente, aunque los pueblos aborígenes han desaparecido y solo quedan vestigios en algunos lugares del Oriente de Cuba. Pero de esas eras pasadas solo nos quedan nombres que se asocian a América, a las Islas, al continente: Guanabacoa, Cuba, Baracoa, Bayamo, Camagüey. Son voces que viene de un lejano pasado a recodarnos que son parte de una identidad (…). Esa es la cultura que no se puede olvidar, el ADN de la ciudad es el que no se puede ocultar”, afirma Leal Spengler
Y es que la historia debe ser el soporte de la restauración y hasta de la urbanización de un país que cada vez más intenta posicionarse en el mercado turístico mundial. En este sentido, la ley cubana es estricta en la protección del patrimonio nacional. Comprende, entre otros aspectos, la labor educativa para establecer sentimientos de pertenencia en los pobladores, un sentimiento de respeto hacia el patrimonio material e inmaterial. Así mismo precisa la identificación de bienes patrimoniales, el control de excavaciones, y los delitos contra el patrimonio arquitectónico.
LA CIUDAD QUE HABITO ME NECESITA…
La Dra. Arq. Patricia Rodríguez Alomá, sentenció, que: “Nosotros no concebimos las ciudades vacías de su contenido fundamental, que es el ser humano” y añadió durante el fórum: “También tenemos que preservar, conservar, con un concepto nuevo de desarrollo integral para la vida de todos y todas”.
Educar, prever y prevenir, son las claves para aumentar la esperanza de vida de nuestras ciudades. ¿Pero qué podemos hacer entonces para conservar nuestro patrimonio? ¿Cuál es ese granito de arena que corresponde depositar a los hombres y mujeres de hoy para conservar la obra de nuestros antecesores?
Compete a los estudiosos determinar las posibles acciones del medio ambiente sobre los recursos patrimoniales. También se deben realizar acciones de intervención ante riesgos de deterioro inminente. Para esto necesitaremos un inventario real de recursos y medios disponibles. De especial importancia resultan los planes regulares de inspección y mantenimiento de colecciones y otros bienes culturales.
Por otro lado, estas riquezas para nada están exentas de desastres naturales, huracanes, ataques bióticos, incendios, entre otros. Por tanto, cuentan con un plan de emergencia, al igual que otros bienes del pueblo. A todo esto se suma un aspecto de especial importancia, que radica en la formación de veladores de salas, especialistas de museos, gestores locales, coleccionistas y otros responsables de colecciones o edificios, para el cuidado pasivo y diario de estos retazos de tiempo, que nos hablan en voz tan baja.
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