En la misma época en que el movimiento Me Too denuncia abusos y acosos sexuales cometidos por hombres prominentes de la industria del cine norteamericano, en Cuba comienza a reconocerse, paulatinamente, que la historia del séptimo arte en la Isla, o por lo menos la tradición del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), tampoco ha estado libre de cierta subestimación respecto a las realizadoras. No se trata de importar tendencias foráneas que impongan la protesta y el enjuiciamiento sumario, sino de constatar, en la práctica, la escasa presencia de mujeres directoras durante los primeros cincuenta años de la principal instancia productora de cine en Cuba, así como tratar de buscar soluciones para esta ausencia.
Como el panorama de cine cubano realizado por mujeres es bastante menguado, intentaremos un rápido esbozo, nunca exhaustivo, que nos llevará hasta la actualidad, momento en que se imponen crecientemente las poéticas femeninas. Según Arturo Agramonte en su Cronología del cine cubano, la primera mujer vinculada al cine en Cuba fue Mirtha Portuondo, quien dibujó en celuloide para un animado llamado El hijo de la ciencia (Santiago de Cuba, 1948). Agramonte incluye en su investigación, terminada en 1962, a Evelia Joffre como la única directora con una cinta, Rumba en televisión, realizada en 1950.
En 1962, ya dentro del ICAIC, la primera mujer en dirigir fue Rosina Prado, con su documental Ismaelillo, sobre la construcción de una guardería infantil en un barrio periférico. De origen español y graduada en el Instituto Superior de Cine de Moscú, Rosina Prado trabajó en el ICAIC como directora de otros documentales (Palmas cubanas, Qué es lo bello, La llamada del nido), y posteriormente se dedicó a la crítica cinematográfica hasta que, en los años 70, regresó a España.
Durante las décadas del 70 y 80, despuntaron en el documental y el cortometraje Marisol Trujillo, Miriam Talavera y Rebeca Chávez. En los terrenos de la polémica y la fábula quedaron las circunstancias que le impidieron dirigir a Marisol Trujillo su primer largometraje, El mundo de Ociel; mientras que Mayra Segura, Mayra Vilasís y Ana Rodríguez debutaron juntas con cortometrajes muy notables que formaron parte del subestimado filme Mujer transparente. Se suponía que Segura, Vilasís y Rodríguez acometieran luego sus largometrajes, pero las penurias económicas de los años 90 impidieron tales óperas primas. Si Humberto Solás y Orlando Rojas estuvieron toda una década sin filmar, se suponía que tampoco había espacio ni recursos para impulsar el debut de mujeres principiantas, por muy prometedoras que parecieran. Escribo lo anterior tratando de explicarme las circunstancias en que se paralizaron, o extraviaron, las filmografías de algunas de ellas.
Foto: Internet
Dentro y fuera del ICAIC —y a veces en colaboraciones—, trabajaron también en los años 80 y 90 Teresita Ordoqui, en los Estudios Cinematográficos de la Televisión, y Belkis Vega, en los Estudios Fílmicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Poco tiempo más tarde se sumaron al grupo de realizadoras, sobre todo desde el documental, Lourdes Prieto, Gloria Rolando, Lizette Vila y Lourdes de los Santos, entre otras.
Demasiado difícil resultó, en un país donde la igualdad estaba garantizada por las leyes, que una mujer llegara a dirigir un largometraje de ficción en los primeros 50 años de la institución. Como ya se sabe, solo lo consiguieron Sara Gómez (De cierta manera, 1973), con una obra antológica que debió ser concluida por Tomás Gutiérrez Alea ante el lamentable deceso de la realizadora, y Rebeca Chávez (Ciudad en rojo, 2008), quien logró materializar la dirección de un largometraje de ficción.
Poco antes o después de la mencionada Ciudad en rojo, distante continuidad de la solitaria cinta De cierta manera, se produjeron los largometrajes de ficción Así de simple (2001) —de producción independiente—, Vestido de novia (2014), y Por qué lloran mis amigas (2018), óperas primas de Carolina Nicola, Marilyn Solaya y Magda González Grau, respectivamente. Sin embargo, las esperanzas de una mayor participación femenina en el audiovisual, sobre todo en el acápite de dirección, se sostuvo a partir del incremento del número de egresadas de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, y de la Facultad Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA).
De la EICTV egresaron, entre muchas otras, la documentalista Susana Barriga, consagrada en 2009 con el documental The illusion, y la guionista Patricia Ramos, que realizó el exitoso largometraje de ficción El techo (2017) tras concluir el documental ¡Ampárame! La religiosidad en la música cubana, y varios cortometrajes de ficción (Na-Na, El patio de mi casa y I Love Lotus). Jessica Rodríguez y Carla Valdés se graduaron de la FAMCA, y sus respectivas obras Espejuelos oscuros (2015) y Días de diciembre (2017) contribuyeron a la transformación gradual que se verifica actualmente en el audiovisual cubano en función de revertir arcaicos y evidentes falocentrismos.
Vale destacar el nombre de Jessica Rodríguez, quien rápidamente marcó terreno entre los jóvenes realizadores cubanos con el aplaudido documental Tacones cercanos (2008), material que muestra el mundo de fantasías almodovarianas de un joven gay, y los crímenes de odio de que fue víctima. Tacones cercanos no solo fue premiado en la Muestra Joven, sino que además resultó seleccionado por los festivales de La Habana y Miami, y fue galardonado en el Festival de Gibara y en el evento Santiago Álvarez in Memoriam. Le siguió, en 2009, El mundo de Raúl, codirigido con Zoe Miranda, que fue exhibido en Clermont Ferrand, Sao Paulo, Cracovia, y también premiado en la Muestra Joven. Durante varios años se ocupó de levantar los recursos para dirigir el largometraje de ficción Espejuelos oscuros (2015), compuesto por tres relatos que ocurren en momentos clave de la historia de Cuba, y que abordan el mundo íntimo de una mujer y las máscaras de la pareja.
Si bien la Muestra Joven ha contribuido a mapear los relieves del audiovisual juvenil cubano, este entorno también se ha venido transformando en pos de fortalecer el espíritu inclusivo e igualitario a través de diversos eventos y premios. Entre las primeras realizadoras “bendecidas” en estos foros se encuentra la animadora Yemeli Cruz, quien realizó Horizontes (2005) junto con Adanoe Lima, y luego los muy elogiados La luna en el jardín (2012) y Los dos príncipes (2017). También fue premiada Ivette Ávila, con La madre (2013) y La huida (2019), este último codirigido con Ariadna Liz Pimentel. Además alcanzaron galardones principales Gabriela Leal, con Huesitos (2014), y Yolanda Durán, con No country for old squares (2016), codirigido con Ermitis Blanco. Puede atribuírseles a las realizadoras cubanas de filmes animados un frente muy activo en los últimos años.
En cuanto al documental, la Muestra Joven premió en 2008 a Daniellis Hernández (Extravío); en 2009, la ya mencionada The Illusion; y en 2010 a Horizoe García y Jessica Rodríguez (El mundo de Raúl), y a Ariagna Fajardo (A dónde vamos); esta última representaba el epítome de la poética generada por la Televisión Serrana. En 2014 triunfó en esta categoría Isla, de Lenia Tejera, y pasaron tres años hasta que llegó el reconocimiento para la memorable Días de diciembre. El año pasado los premios al mejor documental, guion, diseño de banda sonora y fotografía correspondieron a las realizadoras Lisandra López Fabe y Katherine T. Gavilán, por el sorprendentemente maduro Brouwer, el origen de la sombra.
Tampoco debe pensarse que la Muestra Joven ha galardonado solamente a realizadoras de animación y documental, dos modalidades que algunos consideran, injustamente, inferiores a la ficción. En esta categoría, la primera galardonada que aparece en los registros es Heidi Hasán, con Tierra roja (2008), seguida, tres años después, por Un instante, de Marta María Borrás, quien también obtuvo reconocimientos en las categorías de mejor dirección, guion, dirección de arte y diseño de banda sonora. De todo lo cual se infiere que todavía escasean las realizadoras consagradas a la ficción.
En la selección oficial de la Muestra Joven número 19 —a celebrarse a principios de este año y luego pospuesta— aparecen varias obras de realizadoras que se escaparon del pelotón, como se dice en las carreras de resistencia. En ficción figuran Ana A. Alpízar (Hapi Berdey Yusimi in Yur Dey) y Lisandra López Fabé (Última canción para Mayaan), mientras que en el documental sobresalen los nombres de Ariagna Fajardo (El paso del torrente), Rosa María Rodríguez Pupo (Órgano) y Daniela Muñoz Barroso (Umbra).
Mientras en Cuba esperamos por la nueva normalidad y la reanudación de la cotidianidad audiovisual, los festivales de Venecia y Toronto anuncian con toda fanfarria las nuevas obras de celebridades reconocidas como la india Mira Nair (A suitable boy), la japonesa Naomi Kawase (Verdaderas madres) y la polaca Malgorzata Szumowska (Nunca nevará otra vez). En sintonía con estos tiempos de inclusión y mayor equilibrio, el Festival de Málaga proclamó con orgullo que esta vigesimotercera edición será la más femenina de la historia, con un gran número de mujeres cineastas y una sección especial titulada Afirmando los derechos de las mujeres.
En la nómina del Festival de Málaga se incluye uno de los documentales cubanos más importantes de fecha reciente, A media voz, codirigido por las cubanas Patricia Pérez y Heidi Hasán. Además, cuenta con el regreso de Iciar Bollaín (La boda de Rosa), tras hacer en Cuba la exitosa Yuli, y de otras directoras de gran trayectoria como la brasileña Sandra Kogut, que concursa con la hermosísima obra Tres veranos.
Los medios españoles se enorgullecen de un Festival de Málaga muy femenino, y quienes amamos el cine cubano también podemos ufanarnos de que nuestras realizadoras formen parte del auge mundial de un cine hablado en femenino. No se trata de estar a la moda ni de seguir a ultranza las tendencias dominantes, sino de conseguir que el entorno audiovisual cubano, dentro y fuera de la Isla, se emancipe para siempre de todo vestigio de inequidad y discriminación.
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