martes, 23 de abril de 2024

Caturla y el aliento de los dioses en una casona de Remedios

La sombra potente y artística de un genio musical flota sobre un inmueble en la ciudad de Remedios y las leyendas acuden para explicar los extraños fenómenos, así como las añoranzas de un pueblo…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 17/11/2021
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El niño Alejandro García Caturla
"El niño Alejandro García Caturla, en un baile realizado en el patio de la mansión familiar. Foto: Tomada de la página de Facebook del Museo de la Música Alejandro García Caturla.

Todos conocemos un lugar donde se siente el aliento de los muertos. A veces se trata de una intuición o es una certeza premonitoria que  nos avisa de otros mundos. En mi caso, sé de pasajes acontecidos en la casona de la familia García Caturla. Dicho sitio sirve de encuentro para las sombras que vagan en busca de un consuelo, tras una tragedia que fraguó el final de uno de los genios mayores de la música cubana. Construida en el siglo XIX, como casi todo el centro histórico actual de Remedios, la vivienda posee la disposición clásica de las mansiones de su tiempo, un colgadizo alrededor de un patio central con pozo y jardines. Las habitaciones, oscuras y frescas, guardan la memoria de los sucedidos en el seno de aquellas personas que marcaron una etapa en la entonces floreciente e ilustre villa.

Diana de Caturla y Silvino García eran una pareja de renombre. Entre la mambisada patricia y los bailes de sociedad, transcurrió la familia que dio a luz en 1906 a Alejandro, el niño prodigioso que se escapaba hacia los barrios apartados para escuchar a los ases del bembé afrocubano. El mismo, que ya desde que se sentara en las piernas de su nodriza negra Bárbara Sánchez Peñalver, tocaba pequeñas rumbas en el piano. El aire de encanto, la magia, llenan esos recuerdos y se hacen presentes en la casona. Mi amigo el escritor Jesús Díaz Rojas estuvo varias veces de guardia en el inmueble, que hoy  ocupa un museo, y según me cuenta ahí se enciende el gramófono y se oyen pasos, invitaciones al baile. Incluso una vez, la hermana de Alejandro, Berta García Caturla, se apareció con todo su ajuar de señora elegante y una sonrisa. La música, un jazz de los años 20 del siglo pasado, transporta la mansión a sus mejores momentos. El recuerdo toma la esencia vital que le pertenece, el presente se desvanece en volutas de espíritu.

Dice Jesús que, años después y durante una de sus visitas a Remedios, Teté Caturla le dijo: “Supe que hablaste con mi tía Berta”. Tras la sorpresa, el escritor recordó que en la familia perviven además creencias potentes en la otra vida y prácticas misteriosas que sostienen un aliento sagrado. Alejandro murió un 12 de noviembre de 1940, de un disparo. Lo asesinó un matón local. La leyenda nos habla sobre conspiraciones en contra del joven juez que amaba a dos mujeres negras y hermanas a la vez. Ese mismo día, cuando enterraban el cuerpo en la necrópolis de la ciudad, otro sucedido estremeció la ya de por sí mágica aureola de Remedios.  La casa aledaña a la mansión de los Caturla es un edificio de dos plantas, donde vivía una familia con una niña con cualidades de médium. Cuentan que la chica se levantó en medio de uno de sus trances y, sentada luego al piano, interpretó una de las conocidas composiciones del genio remediano. Sin que queden registros documentales que atestigüen la veracidad de los hechos, la villa acoge la belleza de esta anécdota y le da un sitio entre otras tantas.

Alejandro García Caturla compuso algunas de las piezas que acompañan la banda sonora cubana. Si alguna vez hubiese que enviar al espacio sideral alguna cápsula que informe sobre nuestra esencia, sin dudas ahí estarán sus Tres danzas cubanas por ejemplo o la Berceuse Campesina. La inmortalidad del artista fue reconocida por el propio Frank Fernández, quien en una visita a la casona pidió que lo dejaran solo para sentir el espíritu de Caturla. El piano donde el genio remediano tocara, los portones del zaguán donde se detenía a mirar el panorama de la tarde remediana, el traje balaceado y roto, los sillones de mimbre; todo en la mansión parece vivo. El olor, en la cocina, nos habla de una cena fastuosa, la de toda la familia reunida. La referencia constante a la felicidad,  la cultura y el gozo nos hace querer quedarnos en el sitio. Las especialistas del museo llaman al genio con el cariñoso apelativo de Alejandrito, quizás porque también son ya miembros de esa progenie larga y gloriosa de los Caturla.

En un viaje a La Habana, hace años, conocí a Fabián, uno de los descendientes del genio. Durante la amena conversación nos dimos cuenta de que cada remediano sentía como suya la tragedia de aquella muerte del 12 de noviembre de 1940, pero también que teníamos la certeza de una vida más allá del disparo, de la tristeza, del vacío. La casona resuena a veces sola, cuando cae la noche y la villa está en silencio. Más de una persona declara que Caturla suele sentarse en el zaguán para componer otras tantas piezas. Los portones de madera quedan entreabiertos y un aire de otro mundo se difunde por la plaza central.

La luz de estas historias flota sobre Remedios, otorga belleza a los tejados húmedos y a la tristeza silenciosa de más de cinco siglos de olvido y detenimiento. Alejandro García Caturla es un fantasma hermoso y también un vivo que anda entre nosotros con su aliento de dioses.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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