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jueves, 31 de octubre de 2024

Carmen, luz de cubanía

Casi medio siglo después de su debut por la prima ballerina assoluta Alicia Alonso reaparece el ballet Carmen en la escena cubana...

Ada María Oramas Ezquerro en Exclusivo 02/07/2015
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Carmen es un reto para sus intérpretes, desde que la prima ballerina assoluta Alicia Alonso lo asumiera el primero de agosto de 1967 en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana. Quienes asistimos a aquella memorable función no podemos olvidar la salida a escena de aquella retadora cigarrera sevillana, retratada en la coreografía y libreto de Alberto Alonso, a partir de la novela de Prosper Mérimée, y el libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halévy para la ópera homónima de Georges Bizet.

Alonso mostró por vez primera la esencia de este personaje: el fuego de su pasión cuando adoptó la pose que identifica al personaje, con la mano en la cintura y la flexión hacia delante de su pierna izquierda. Impresionó de tal modo al auditorio que la interminable ovación fue el signo identificativo de esta Carmen que a través de lo hispánico mostraba una cubanía que la agigantaba.

SU RECUERDO PERDURA EN LA MEMORIA

Alicia dotó al repertorio del Ballet Nacional de Cuba de un personaje irrepetible, a la altura de Giselle, trazado con una interiorización que denotó no solo un estudio de su sicología, sino una extrapolación de sus sentimientos y emociones. Logra despojarse de su identidad y transmutarse en esa gitana tan rebelde como pasional que por sus desafíos provoca la ida de José en la escena que le arrebata la vida, un paroxismo de tragicidad que nunca podremos olvidar quienes la admiramos, tras el despliegue de virtuosismo de su labor en el ballet.

Aquella imagen de Alicia, en la plenitud de su carrera quedó inscrita en el recuerdo de especialistas, críticos y espectadores.

Fueron escasas las intérpretes que asumieron el rol de tan riesgoso personaje, aun cuando hubo interpretaciones bien logradas, entre quienes se cuentan dos jóvenes que denotaron su valía nuevamente en escena: Viengsay Valdés y Anette Delgado.

IMAGEN TRIPLICADA DE UNA CARMEN A RECORDAR

La primera función y la última del programa concierto, presentado en la sala Avellaneda del Teatro Nacional, que culminó con la puesta dancística de Carmen, fueron protagonizadas por Viengsay Valdés, quien hizo gala de su dominio técnico y la fuerza impetuosa de su personaje, especialmente por su aire hispánico, a partir de una expresividad gestual sumamente eficaz.

Anette Delgado le aportó al personaje la introspección de sus acciones y reacciones desde la salida a escena, con absoluto dominio del recinto escénico y un desenfado que contribuyó al desafío constante expresado en su danzar. Asumió con sumo lucimiento la coreografía de Alberto Alonso, con una fluidez notable, hasta llegar al desgarramiento, en una escena final de apoteosis.

Sadaise Arencibia, quien debutó en el rol titular, mostró los contrastes esenciales del personaje, sin que aportara la sutileza de algunos matices, aunque resultaron convincentes su ímpetu y bravura en esa muchacha que se regodeó en el peligroso juego de un entramado de celos que le llevaron a la muerte.

Don José tuvo un intérprete muy eficaz en Víctor Estévez, en su ejecución balletística y en su labor de partenaire junto a Viengsay con quien logra un empaste perfecto. Dani Hernández, en don José realizó con eficacia su labor dancística y actoral, en un Don José que responde al trazado de la obra y al diálogo de la pareja con Anette Delgado, con armonía notable de gestualidad y arte danzario.

En el rol de Escamillo, el espada, es imprescindible destacar la labor de Dani Hernández, quien se apropió de la psicología y los gestos del torero, con elegancia y destreza en los pases del capote y las banderillas al toro.

En el Destino, simbolizado por el toro, Estheysis Menéndez incorporó con sumo lucimiento al toro, mientras José Losada encarnó a Zúñiga de una forma convincente y con ahorro de recursos expresivos.

Los doce hombres lograron recrear el efecto de jueces implacables, sin serlo directamente, sino con una atmósfera de tensión y dramatismo de sincronización impresionante.

DOS MOMENTOS INOLVIDABLES

Como un complemento estilístico de la función, este programa concierto presentó Las Sílfides, montaje de Alicia Alonso sobre la obra original de Mijaíl Fokin con música de Chopin, un ballet neorromántico.  En esta obra Alicia introdujo nuevos elementos de línea y composición, que propician el realce de lo exquisito y el lucimiento del cuerpo de baile y las bailarinas y bailarines que asumieron el Nocturno, como Anette Delgado, Viengsay Valdés, Dani Hernández y Víctor Estévez; al igual que Aymara Vasallo en el Preludio.

La contemporaneidad estuvo representada por Celeste, coreografía de Annabelle López Ochoa, inspirada en el Concierto para Violín y Orquesta en Re Mayor, Op. 35 de Chaikovski. Ella basó su diseño coreográfico en la ensoñación que le provoca la inspiración, con del empleo de tres bailarinas y diez bailarines, entre quienes se encontraban primeras figuras de la compañía como Viensay Valdés y Víctor Estévez, quienes otorgaron momentos inolvidables por el pas de deux que protagonizaron con el empleo de los códigos inherentes a las corrientes propias del siglo XXI.


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Ada María Oramas Ezquerro

De larga trayectoria en el periodismo cultural. Premio de Oro, del Gran Teatro de La Habana y Miembro de la sección de la Asociación de Artistas Escénicas de la UNEAC


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