La mayoría conoce a Carilda Oliver Labra (Calzada de Tirry, Matanzas, Cuba, 1922) por aquellos poemas que trascendieron el tiempo, como “Me desordeno, amor me desordeno”; “Se me ha perdido un hombre” o “Discurso de Eva” que clasifican dentro de su obra más sensual y que siempre son bien recibidos.
Pero, la cosmología de la Premio Nacional de Literatura revela más de 20 libros publicados en España, Estados Unidos, México, Venezuela, Colombia, India, Alemania y Cuba, entre otras naciones, y más allá de los textos mencionados, la lírica y la épica tienen amplia presencia en su discurso poético.
Hoy, a los casi 94 años de edad, amar la vida y tratar de detener el tiempo son premisas que le acompañan en su casona colonial marcada con el número 81 en la matancera Calzada de Tirry.
Los años y el lógico desgaste de la salud impiden a la autora del “Canto a Matanzas” socializar en espacios públicos; pero su casa, convertida a ratos en sala de encuentros, constituye sede de sus afamadas tertulias, las cuales llevan el nombre del poemario ganador del Premio Nacional de Poesía en el año 1950: Al Sur de mi garganta.
Sentada en su favorito sillón, todavía suele escribir en las madrugadas, responde atenta al teléfono, recibe a los amigos que llegan a saludar y a los más jóvenes poetas que buscan el consejo atinado.
Lúcida y coherente recuerda su primer libro “Preludio lírico” publicado en 1943, con textos escritos entre los años 1939 y 1942, que pasó casi inadvertido, y tal parecía que su obra sería solo épica, hasta que se convenció de que escribir al amor era su destino.
Carilda, una de las voces más reconocidas de la literatura hispanoamericana, se hizo abogada, maestra, periodista, hasta con lienzos y pinceles tuvo su encuentro, pero la poesía la conquistó para siempre.
La más reciente antología “Una mujer escribe”, salida de la editorial Matanzas y con más de un centenar de poemas, establece su estilo y muestra textos que escaparon a estereotipos que una parte de la crítica no superó en el escrutinio de su poesía, afirmó en una ocasión Raydel Hernández, poeta más cercano a la autora.
Pero, son “Los huesos alumbrados” esos versos que se llevan como parte indisoluble de la historia. Allí, una Carilda joven aún, arriesga hasta la vida para contar de primera mano los sucesos ocurridos en la Cuba de la década del 50 del siglo XX, cuando los tiempos convulsos denunciaban los horrores del gobierno de Fulgencio Batista.
El lector pasará, conmovido, sus ojos ante la lectura de “Conversación con Abel Santamaría”, tributo al joven torturado después del Asalto al Cuartel Moncada, el “Canto a Matanzas” la ciudad que la vio nacer que “me cura, después que el amor me enferma” o el “Canto a Fidel” inspiración que vino después de conocer que el líder de la Revolución estaba vivo. Poema que subió en un zapato a la Sierra Maestra y que fue leído por Violeta Casals, otra matancera, en Radio Rebelde.
Una ojeada a su literatura permite apreciar que conduce de la mano, confiesa estados de ánimos, desamores, muerte, conflictos familiares, agravios, abandonos; pero el amor resurge para curar los espantos y asombros de Carilda.
Cuando se le pregunta si ha vivido con satisfacción, siempre suele responder: “Sí. No me refiero a atributos, ni halagos, no creo que los merezca, he cumplido simplemente un destino, la necesidad de expresarme y sentir el cariño de los demás… No puedo renunciar al amor ni a la libertad, he nacido hace tan poco, que el tiempo no ha sido suficiente”.
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