Una iniciativa como un centro cultural comunitario es algo serio, tanto que pudiera generar paradigmas positivos o no dentro de la masa de la gente, establecer pautas excluyendo o incluyendo a determinados públicos. Si a ello le sumamos que los centros de Artex, como se les conoce, tienen una visión comercializadora, el peligro aumenta, pues la seudocultura siempre está presta a colarse por la ventana del dinero fácil, del showbussines que nunca le subirá la parada intelectual a su público, más bien tiende a encarecerse a la par que va hacia una banalidad sin retorno.
En su ensayo “El malestar en la cultura”, Sigmund Freud define a la sociedad como prisionera de sus propias normas, esas que impiden que salgamos a la calle a hacer cuanta barbaridad nos dicte nuestro reprimido y auténtico yo, así la cultura vendría siendo la cárcel inmensa que, a la vez que garantiza la seguridad social, lo logra reprimiendo. Si nos guiamos por Freud, las diferentes manifestaciones que se den en un centro cultural tenderán a fortalecer determinadas inhibiciones, ciertos gustos. A la vez que se nos presentan como espacios del esparcimiento, serían pequeñas “cárceles” sujetas al malestar de la cultura: definir lo bueno y lo malo en un aquí y ahora.
El libro “Dialéctica del iluminismo” de Theodor Adorno y Max Horkhaimer define “la razón instrumental” o sea, que la cultura en manos del poder, del mercado, ya no solo es un malestar sino que justifica determinados actos que vayan contra la naturaleza de la condición humana (la desigualdad, el hambre, la exclusión). En un mundo donde se mueven todos estos simbolismos, que no son etéreos, existe una constante lucha entre la banalidad (siempre malévola) y la defensa del humanismo como corriente social de lucha por la permanencia de las centralidades culturales.
La propia cultura es tanto entrega a lo apolíneo (la admiración, el estupor, la sorpresa, lo excelso, lo tétrico) como a lo dionisíaco (lo báquico, lo cómico, la chanza, lo poco serio, la inversión de los polos de poder, el carnaval); buscar equilibrios entre una y otra forma válida de hacer arte y divulgarlo sería el primer reto de un centro cultural. Lo otro estará en el constante forcejeo con las leyes del mercado, pues para nadie resulta escabroso que nuestros públicos recibieron ya un impacto previo proveniente de la globalizadora sociedad de masas, ello genera tendencias al monoconsumo y sobre todo, de productos de baja o ninguna factura, pero de fácil compra-venta.
En los centros culturales de Artex sí, se ha hecho cultura y muchas veces de la buena. Pero por un lado, su vertiente comercializadora tiende a excluir a la gran masa, sobre todo de jóvenes y adolescentes de baja solvencia económica; por otro, está el fenómeno que sufren las provincias, adonde los grupos de nivel nacional van solo si hay alguna gira, entonces el talento local rara vez suple la calidad del espectáculo y se cae en la seudocultura, en poner un poco de reguetón y vender bebida y comida. Por eso quizás existe del lado de acá de la capital, allende tantos kilómetros, la visión de que muchos de esos centros son, como dicen los jóvenes, “para mover el esqueleto”. Si el centro es cultural, el término resulta claro: deberá hacerse arte, pero sobre todo se deberá implicar lo programado con la vida intrínseca de la comunidad, moverse según la particularidad de ese lugar y tratar de transformarlo. De lo contrario, se termina haciendo, de la cultura, un malestar incurable.
El consumo tiene pautas a las que no va a renunciar, se trata de la piedra de toque del capitalismo a nivel mundial y del comportamiento del ser en su manera inauténtica, que va de un lado para otro, probando como picaflor, sin detenerse jamás en el conocimiento de nada. El sitio donde esa máxima se hace más evidente es Internet, creado a partir de la estructura del caos, donde no puedes creer ni una letra de lo leído, porque se trata de una contrarrealidad, de un paralelismo peligroso, tendente a la enajenación. Muchos de los teóricos actuales de las llamadas tendencias de la conspiración, hablan de la posibilidad de estar a las puertas de un “gobierno mundial” que a la vez que banaliza la vida y el pensamiento, establece fuertes centros invisibles de poder.
En el sentido de lo antes escrito, el mercado y su vida inauténtica, tendrían una finalidad bien definida, no se trata del juego del azar ni de pura casualidad, sino que se nos quiere idiotizar exprofeso. El neoliberalismo triunfante en 1991 declaró el fin de la Historia y el inicio de los multiculturalismos y de los microrrelatos, pero la entrada del gran capital aplasta toda diferencia, la compra y la aplana, luego nos presenta un mercado en apariencia diverso y bien fornido, donde todas las comidas son artificiales y siempre te dejan insatisfecho y con la sensación de haber ingerido plástico.
Cuba no está ajena a estos procesos mundiales, quizás en los próximos años debamos lidiar con las sombras conspiratorias o ya andan entre nosotros esos fantasmas, en todo caso generar espacios para hacer cultura es también un foco de confrontación o de pasividad ante la voracidad del mercado. Los centros de Artex, por ahora, representan un sitio más donde se ha tratado, con buenas intenciones, de levantar el ego de las comunidades frente al aplanamiento de la mundialización del dinero, pero muchos han devenido en la némesis de dicho proyecto. Ello nos demuestra que, como dijera Foucault, la verdad es un campo de guerra, donde quien se impone es siempre don poder. Artex tiene que perfeccionar su proyección y expandirse, pues, en el buen sentido.
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