Una vez más hay que reconocer que la juventud de Cuba ha tenido el papel protagónico, ya que proyectos como las Brigadas José Martí de Instructores de Arte vinieron a suplir un vacío institucional que dañaba la vida en no pocos rincones de Cuba. La cultura es un derecho, consagrado por la Carta Magna y la Declaración Universal, por ende existirán los mecanismos que salven el disfrute más democrático de ese algo que por décadas se consideró un privilegio de pocos. Una brigada con el apego por el trabajo en comunidad, por hacer una obra en contacto con el público más amplio, devino en medida, en integración de saberes que aunque no perfecta sí fue trascendental.
En los diferentes foros hemos tenidos graduados que integraron el proyecto de los instructores, muchos hoy pertenecen a la vanguardia intelectual en las filas de la Asociación Hermanos Saíz e incluso la Unión de Escritores y Artistas. Si bien no todo el que cursó la escuela, se tornó artista e incluso muchos abandonaron la enseñanza para irse hacia otras vocaciones y dineros, el saldo al cabo resulta positivo. Los maestros conjugaban dos pasiones, la de enseñar y la de crear, y con ellas fueron hasta los confines del arte, y los vimos en casas de cultura, salas de teatro, bateyes del campo, fiestas populares, congresos académicos. En lo personal, conozco amigos muy sensibles, que sin ser graduados de universidades de las artes, sí ostentan el diploma de instructores a la vez que se sumergen en una constante superación, para ellos está claro el adagio de la historia de que la cultura no se encierra en capellanías ni aulas elitistas.
Pareciera que en tiempos como los que corren, en los que ya el proyecto tiene años de creado, languidecen algunas retóricas, y que la población se aleja más de un consumo sano de la cultura ante la permeabilidad del país a los paquetes semanales y las propuestas de diverso origen y dispar propósito; es allí donde reside la importancia de contar con docentes artistas, con la información y el método científico de cómo llegarle a cada persona, lo que se traduce como don de sabiduría. No siempre se conocen instructores capaces ni brillantes, como mismo ocurre con graduados de las universidades de las artes, pero sin duda haber fundado una brigada que en lugar de armas porte cuadros de Amelia Peláez o partituras de Caturla y que se llegue más allá de la ciudad, son metas que no se desprecian, brillos que merecen pundonor y estudio.
Conmemoración en Santa Clara del aniversario 15 de la creación por Fidel del programa de los instructores de arte y la constitución de la Brigada "José Martí" (Foto: CMHW)
Un amigo pintor no ha dejado jamás la docencia, lo veo en el pequeño batey de Bartolomé donde nació y vive, enseñando a los niños los secretos de Fidelio Ponce o de Egon Schiele, en una liga de lo propio con lo mundial que atrae a muchos. No nos equivocamos al apostar por esos jóvenes, aunque haya como siempre quien mire más las sombras y nos eche en cara el analfabetismo cultural de algunos y se construya a partir de allí una injusta generalización de juicios. Mi amigo, que no es un privilegiado material y se esfuerza siempre por exponer en la Bienal de La Habana, sabe que la verdadera riqueza de una vida se lleva en las manos y nace de lo que hacemos. Los instructores no resultan una masa de eruditos ni de pedantes elitistas que obvian la ética práctica, sino que se integran a la vida social, tal y como aconteció con las vanguardias cubanas en el pasado.
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Nadie es el mismo luego de encontrarse con el arte, uno sale de las salas de teatro como si entendiera todo el entorno mucho mejor. Lo mismo ocurrió con esos jóvenes, muchos sin una base cultural que se enamoraron de la belleza y construyeron un corpus propio a partir del estudio y la meditación. En el Guiñol de Remedios, dirigido por un instructor de la primera hornada Fidel Galbán, varios de esos muchachos y muchachas ganaron premios tan importantes como el Caricato, a partir del método socrático que procura sacarnos lo mejor de nosotros mismos, que ya subyace desde los inicios. En las filas de la literatura resplandecen no pocos que comenzaron en un tallercito, en una casa de la cultura de algún batey cubano, en la humildad de quien escucha.
Niños que cursan el preescolar en el círculo infantil Los muñequitos ,en Villa Clara, junto a su maestra Isvey González Ibarra, instructura de la BJM (Foto: Vicente Brito/ Escambray)
Cualquiera que analice la historia del arte hallará estas figuras que salidas de lugares insólitos, nos trajeron un pedazo de luz, desde los acordes de Bach hasta la voz de Elvis Presley sonando en un tocadiscos. Fueron sujetos empíricos que aunque carecían de una infraestructura supieron hacerse de un puesto para el talento. La Brigada José Martí tiene la misión de descubrir esas aptitudes, darles lustre, situarlas. Si las retóricas han languidecido y son tiempos muy pragmáticos, más razón para invertir esfuerzos en el nacimiento de vanguardias que prestigien la nación y asistan al parto de una mejor sensibilidad entre todos. No solo del trabajo vive la hormiga, sino que necesita de los acordes de la cigarra, sobre todo en tiempos de frío y escasez.
¿Y quién duda que esculpir, cantar, pintar sean trabajos muy relevantes?, al contrario existe la certeza de que se vive para contemplar lo bello y se lucha para que prevalezca lo justo, de otra forma nada tuviera sentido. La brigada que nos trajo olores a nuevo, a óleo virgen, a folios de poesía por escribir, tiene entre nosotros el sitio de privilegio que merece y el apoyo de las instituciones en una compleja amalgama de finanzas.
Solo así somos un país, siendo artistas de lo cotidiano y lo sublime, espectadores de nosotros mismos en una isla que se descubre constantemente. ¿Defectos, insensatez, falta de preparación o rigor?, esos abundan también en otras esferas y tampoco dejamos de condenar los vacíos. Lo importante serán siempre los sueños.
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