//

miércoles, 26 de marzo de 2025

Ana María y la luz de las parrandas

Una mujer representa la memoria viva de una comunidad portadora…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 25/03/2025
0 comentarios
Ana María Ruiz Brito
Ana María Ruiz Brito

Dos noticias han conmovido a la comunidad parrandera en estos días. Por una parte, la realización de los festejos en Camajuaní con todo el fasto posible en medio de la peor de las situaciones material y energética, por otra, el fallecimiento de Ana María Ruiz Brito, la dama del barrio La Sierra del poblado de Buenavista. En apariencia, los sucesos están desconectados, pero los une una misma esencia. Mientras tenía lugar la celebración en uno de los puntos esenciales de las tradiciones, las redes sociales y los grupos de debate hicieron un alto para reconocer a una de las mujeres líderes de las parrandas, quien se había dedicado con toda su edad avanzada, dolencias y enfermedades, a la cosecha mayor: la de la cultura. Ana María era una escritora, una voz del folclore de estos lares, alguien que se dedicó a recoger las historias y a potenciar el alcance de las cuestiones populares en un sitio tan apartado.

Durante décadas, quienes crecimos dentro de las parrandas hemos tenido a Camajuaní como un medidor. Si Remedios conformó la génesis de las celebraciones, este otro sitio le confiere un lujo que no se ha visto en los demás lugares. La maestría en la realización de carrozas inmensas con todo el detalle y el estudio de los temas, ha hecho de la plaza camajuanense un buque insignia de la cultura en el centro de Cuba y les dio a las parrandas una identidad otra que no podemos borrar. Por ello, los barrios Santa Teresa (Chivos) y San José (Sapos) salieron a las calles a dar lo mejor luego de tanto trabajo y esfuerzo. Las redes son hervideros de debates en los cuales puede que se llegue a la ofensa personal, si bien eso no es deseable. Y es que las parrandas levantan las pasiones y justifican los excesos, hacen de este mundo algo real y maravilloso y le otorgan a la vida un encanto adicional que las dificultades parecieran querer opacar con toda su carga de necesidades. Las parrandas de Camajuaní apuestan por el arte, por los diseños novedosos y los temas que no se han trabajado. Son un catalizador del desarrollo que no se observa en las demás plazas de Cuba. Por ende, la realización de las fiestas constituye un lujo para toda Cuba y un orgullo en el seno de la comunidad que consume y que le da seguimiento a este fenómeno.

Ana María, por su parte, dirigió el barrio La Sierra en el poblado de Buenavista y le dio a esa plaza toda la vitalidad que desde hacía tiempo requería, pasó por encima del hecho de que a un sitio que no es cabecera municipal no se le otorga el mismo presupuesto y por tanto todo resulta más difícil. Las parrandas de ese lugar se hicieron en medio de apagones, en las casas particulares de los miembros y simpatizantes y con recursos recaudados a partir del esfuerzo de las personas. Como las fiestas de Camajuaní, es un beneficio invaluable para Cuba que existan personas como Ana, a quien de manera merecida el pueblo le rindió tributo. Pudiera parecer que estos temas son demasiado localistas o que no tocan una fibra mayor en la cultura cubana más universal, pero nada más alejado de la realidad. El logro de metas en el campo de lo popular repercute para siempre en el alma de las personas y rescata del olvido aquellas regiones del país que de otra forma no tendrían nada o muy poco que celebrar. Se trata de los rituales del pueblo más llano, ese que labora y que con su sudor debe pagarse una vida que a día de hoy es difícil, con crecientes necesidades concretas.

Las parrandas, temática que a quienes no la viven o no la sienten les resulta pueril, marcan la vida de comunidades enteras y salvan del peor de los dolores a aquellos que poseen muy poco o casi nada. Son las grandes niveladoras de la cultura popular que desde siempre han salido en defensa de esos que con su honestidad ejercen un arte o un oficio y que ese día se destacan, salen de la sombra y conforman un mundo nuevo desde la lógica del teatro popular. Por eso fue importante entender a Ana María, darle un sitio entre nosotros, hacerla sentir especial en vida. Porque ella lo supo, muchas muestras de felicidad y de liderazgo que le fueron dadas. La gente la reconocía, la seguía y le tenía cariño. En medio de la rivalidad de las fiestas, cierto simpatizante del barrio contrario, La Loma, dijo que La Sierra había logrado grandes cosas con el solo concurso de una anciana con bastón. Y eso, solo eso, merece toda la grandeza del mundo.

El parrandero llega a conocer una lógica de pensamiento que le es rara al resto de las personas. Sé de artistas de academia que se transformaban en tiempos de festejos y descendían desde su podio profesoral para volver a las raíces, meterse en una nave de trabajo, embarrarse de engrudo y salir el 24 de diciembre con la bandera de su barrio bajo las iluminaciones de las velas de bengala. Ana María no era de ese grupo de personas de élite, pero con su impronta lograba una obra que equilibraba el universo creacional. Promotora, registro ambulante de todos los sucedidos de una región, luz viva de un pueblo. Ella ha sido la noticia junto al lujo de las parrandas de Camajuaní. Esas dos versiones de una misma realidad funcionan como esperanzas paralelas en un tiempo duro, de pocas alegrías, en el cual los cubanos requieren de la reconstrucción material cotidiana, pero sin desviarse de su savia identitaria.


Compartir

Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


Deja tu comentario

Condición de protección de datos