Veo la película “Una pelea cubana contra los demonios” de Tomás Gutiérrez Alea, filmada en los albores del mejor cine de los años setenta del siglo pasado y solo puedo dar crédito del tremendo carácter crítico, profundo de tales obras. No sólo en la historia, la fotografía y las actuaciones, sino en la corriente de pensamiento interna, uno se sorprende al hallar elementos conscientes donde el autor dialoga con esta realidad moderna, a partir de los presupuestos de una historia-leyenda acaecida en el San Juan de los Remedios del siglo XVII. Es la filmografía cubana más fiel a los resquemores del alma nacional, la que nos coloca en crisis, en transformación de emociones.
Una secuencia en particular, aquella en que uno de los protagónicos se pierde en una cueva cercana y tiene un conjunto de visiones, nos muestra el traspaso del pasado al presente y, cruzando por la figura de Martí que surge como en luces, se llega al 1 de enero del 1959, y luego todo estalla en una sibilina frase: “no es este tu tiempo aún”. La nación, a pesar de que, con esta pelea contra los demonios que narrara Fernando Ortiz, ya se estaba perfilando, aún padecería siglos se opresiones de todo tipo. Alea, en su genial visionaje de la historia, no solo narra, sino que propone perspectivas alternas, más allá de los clásicos acercamientos hechológicos, que temen violentar los sucesos.
Alguien dijo que Alea era la reflexión cartesiana y que Humberto Solás encarnaba el ímpetu, la emoción, pero lo cierto es que en esa otra pieza magistral “El siglo de las luces”, este último cineasta nos dejó para siempre un paisaje de secuencias donde no solo hay retoques del alma romántica, sino un espíritu que analiza y se proyecta más allá de los días que vivimos. En el personaje de Sofía, creado por Alejo Carpentier en su obra homónima, va toda la sustancia de las libertades, que no en balde son colocadas en manos de una muchacha joven, bella, rebelde, que comprende desde su postura histórica que los cambios no se esperan, sino que se propician. Sofía, que viene del griego sabiduría, es el núcleo reflexivo de la obra de Solás, el mismo que en concordancia con las notas compuestas por el maestro José María Vitier, nos expone una cubanía en ocasiones poco vista, pero siempre sentida por todos los nacidos en el archipiélago.
Solás recreó la famosa “Cecilia Valdés”, cinta polémica en su tiempo, que le valió los reproches de una crítica que no quiso entender que elementos no canónicos con el clásico de Cirilo Villaverde aparecieran. Básicamente, el Shangó que toma sus armas en medio de una ceremonia y arremete con furia. Ese supuesto Deux ex machina que se criticara desde los diarios, unido al largo proceso de filmación y los gastos, le valieron a Solás la bola de fango, sin embargo, la posteridad le ha conferido a esta obra el sitio merecido, y los que vinieron con sana expectativa a la sala de cine comprendieron que un film no tiene que ser a rajatabla la literatura o la historia llevadas con fidelidad. Y allí reside la polémica del cine y su vínculo con referentes externos. Hay un sector de la crítica siempre atento a “violaciones” a lo sacro, que quiere destruir todo intento de reconstrucción, de apropiaciones de los sucesos y las obras literarias. Solás y Alea, desde sus posturas cuestionadoras, nos trazaron el camino y así, hoy, un Fernando Pérez no tuvo reparos en reconstruir la vida del joven José Martí no desde el mármol, sino desde la carne y la más tierna edad de los temores y los experimentos.
Quienes quieran entender este proceso, que no estuvo exento de personas malintencionadas que intentaban frenar a los creadores cinematográficos, pueden acercarse a los materiales que pululan sobre la etapa en las redes del internet. Un documental, titulado “Nunca será fácil la herejía” nos cuenta los distintos momentos en que el arte y la censura se vieron los rostros. Allí, un lúcido Alfredo Guevara nos narra cómo es más duro mantener la autenticidad dentro de un proceso como el cubano, que desde afuera y la forma en que ellos siempre hicieron todo desde esa postura integrada, interna, en un debate no carente de injusticias y Torquemadas y envidias. La crítica no es un hacha que destroza a los artistas, sino un pincel que nos traza una obra paralela, que en ocasiones devela aristas innombrables con solo un retoque. Y en este documental, no solo disfrutamos del criterio cierto de los realizadores, sino de la necesidad evidenciada de que estos dispongan de ese trazo, de ese acompañamiento.
El cine no solo narra la historia sino que luego él mismo es parte de esa historia. No podemos, volviendo a Alea, escribir toda la trama de lo que ha sido la tolerancia, y su antónimo, en Cuba posterior al periodo especial sin la cinta “Fresa y Chocolate”, cuyo núcleo no es la lucha LGBTIQ+, sino la libertad, como se siente en las notas del tema compuesto por el maestro Vitier para el film. No en balde, años después, el actor Jorge Perugorría publicitaba una muestra de pinturas suyas en un spot televisivo donde, junto a la música de “Fresa y Chocolate”, se oye el parlamento sacado de la película: “¡La exposición va completa!” Es este talante crítico, removedor, lo que a veces a uno le hace pensar si Alea no era también y sobre todo ímpetu, como mismo Solás realzaba agudas reflexiones cartesianas y replanteos en sus cintas.
Como en el fotograma de “Una pelea cubana contra los demonios” uno podría decirle a estos dos cineastas cubanos: “no era su tiempo aún”, por lo adelantado de las propuestas, por lo renovador, pero como Sofía ellos no esperaban los cambios, sino que eran los cambios, y como el cine ellos no reflejaban la historia, sino que eran la historia. Cuando dentro de mil años, alguna civilización quiera conocer cómo éramos los del presente, se sorprenderán al hallar, junto a las ruinas de un mundo decadente y de malentendidos, una obra de lucidez, propicia al dialogo con todos los tiempos. Ese es el cine, básicamente el que reconstruye, el que retoca, el que no se detiene, sino que ladrillo a ladrillo, levanta los edificios de una era ya para siempre.
Alea y Solás, razón e ímpetu, las dos grandes emociones humanas, recogidas en un grupo de cintas que nos esperan en la sala oscura, para llevarnos las luces de un presente que se nos escapa, entre sombras, ignorancias y malas y buenas personas.
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