El planeta superó el pasado dos de agosto la capacidad que tiene la Tierra de generar y regenerar sus recursos naturales para todo el 2023. En apenas 214 días la humanidad excedió en un 74% la capacidad de los ecosistemas, lo que significa que necesitará 1,75 planetas para satisfacer las demanda a nivel global solo para este año.
Desde hace años la fecha no ha parado de adelantarse. El Fondo Mundial para la Naturaleza, una de las mayores organizaciones internacionales dedicada a la defensa del medio ambiente, ha advertido que en el último lustro el ritmo de deterioro se ha acelerado hasta niveles alarmantes, producto del aumento de la población y el consumo indiscriminado.
Sin embargo, no todos los países lo hacen en las mismas proporciones. De acuerdo con el informe publicado por Global Footprint Network (GFN), naciones como Brasil, Uruguay o el Congo se quedan muy lejos de llegar a explotar todos los recursos que su territorio es capaz de generar, mientras que otros como Singapur, Emiratos Árabes Unidos, Israel o Qatar exceden en demasía el umbral que los haría sostenible a lo largo del año.
El estudio de GFN señala como uno de los grandes problemas la presión ecológica que genera el déficit de comida saludable, debido a los retos que impone aspectos como el aumento poblacional, la degradación de los suelos y el incierto escenario climático.
La deforestación, la sobrepesca, la sobreexplotación agrícola y otras actividades que dependen de la gestión humana demandan un replanteamiento de los modelos de producción y explotación. Y aun cuando los ecosistemas todavía se pueden recuperar, el hecho de que solo el 20 % de la población del planeta consuma el 80% de los recursos naturales y se pierdan 24 billones de toneladas de suelo fértil cada año muestra a las claras cuán descompensado se halla el entramado actual.
Para nada resulta una casualidad que las principales consecuencias del calentamiento global y la explotación de los recursos naturales se note con más fuerza en América Latina, el Caribe y África.
La globalización del capitalismo como paradigma económico, político y social; y la pujanza de acciones neoliberales han establecido un sistema de relaciones internacionales dependiente en el que prima la lógica del saqueo sin cabida para la sustentabilidad.
En el olvido quedaron ya las palabras del propio secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Antonio Guterrres, cuando en el marco de la Cumbre del Clima en noviembre de 2022 reconoció el contundente fracaso de las conversaciones de los distintos países para llegar a acuerdos y medidas que realmente contribuyan a frenar el calentamiento global.
Ni siquiera en la reciente Cumbre para un Nuevo Pacto Financiero Internacional se pudo llegar a un consenso. A los países desarrollados solo les interesa mantener su status quo sin importar las consecuencias.
Por ello, al resto de naciones no les queda otra alternativa que promover por sí solos estrategias capaces de contener las consecuencias de la degradación medioambiental. Concertaciones internacionales como el Grupo de los 77 y China siempre han asumido una postura favorable al correcto gobierno de los recursos de la naturaleza.
Creado en 1964 por miembros del Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) al término de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, el G77 surgió con para estimular los intereses económicos de los fundadores y fortalecer la capacidad de negociación conjunta dentro de la ONU. Con la entrada de Sudán del Sur en marzo del 2015, el lo conforman 134 estados, solo mantiene su nombre por cuestiones históricas. En el caso de China, aunque se le considera un miembro oficial, participa y colabora de forma externa.
Tras más de medio siglo de existencia, la organización ha logrado mantenerse unido con el multilateralismo como principio rector de las estrategias de cooperación, a pesar de las marcadas diferencias entre integrantes. Pues conviven algunas de las economías más grandes del mundo, como India o Brasil, con varias de las más pequeñas, lo que dificulta hallar líneas de progreso común.
El G77—que concentra el 80% de la población mundial— ha tratado de convertirse en el contrapeso de las principales potencias económicas integrantes del Grupo de los 7 o del G7. En conjunto, Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Italia, Francia, Canadá y Rusia— este último excluido al entrar guerra con Ucrania—, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, representan el 40% del Producto Interno Bruto global, lo que le ha permitido superar con creces la capacidad de influencia de su contraparte hemisférica del Sur. Una realidad que trasciende lo económico y afecta el contexto político al incidir de manera directa en los asuntos más importantes.
Cuba asumió la presidencia protempore a inicios de 2023 con el reto de fomentar la solidaridad internacional y convertir la Cooperación Sur- Sur en una herramienta más eficaz, a pesar de las consecuencias pospandémicas, los conflictos bélicos, el déficit de materias primas, de bienes de consumo y de alimentos y de los propios problemas ambientales.
Durante los primeros seis meses de gestión la Mayor de las Antillas tomó parte en el grupo de contacto del MNOAL sobre recuperación tras la Covid, participó en la Quinta Conferencia de las Naciones Unidas sobre países menos adelantados, asistió a la Conferencias de las Naciones Unidas denominada “El agua para un desarrollo sostenibles” y al Sexto Foro de países de América Latina y el Caribe sobre desarrollo sostenible de la CEPAL. Asimismo, compareció en el diálogo climático de Petersburgo en Berlín, recibió la Quinta Conferencia sobre el equilibrio del mundo y acudió a otros eventos de interés regional y global.
En la XIV Convención Internacional sobre Medio Ambiente y Desarrollo del G-77 y China celebrado en La Habana el pasado 7 de julio buscó definir una estrategia común para mitigar el creciente impacto del cambio climático desde una integración real, inclusiva y efectiva a partir del avance de la ciencia y la innovación.
Cuba, más allá de su responsabilidad al frente del bloque, no solo cuenta con la voluntad política de alcanzar un modelo socioeconómico sostenible, sino también con acciones concretas que le permiten aspirar para el 2030 a metas ambiciosas vinculadas con el incremento de la superficie boscosa, la mejora de los suelos para la agricultura, la generación de energía a partir de fuentes renovables, el uso del transporte terrestre bajo en emisiones contaminantes, entre otras.
La cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno bajo el tema “Retos actuales del desarrollo: Papel de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, convocada por el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez en nombre del G-77 y China para el próximo mes de septiembre habla del nivel de importancia que le atribuyen los países del Sur y en vías de desarrollo a un tema medular, que afecta cada vez más a las naciones y del que depende su futuro inmediato.
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