De la agricultura familiar a la erradicación del hambre

“Alrededor de 842 millones de personas sufren hambre crónica porque no pueden comer adecuadamente, a pesar de que no hay escasez de alimentos en el mundo”, declaró el director de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), José Graziano da Silva, a propósito de la designación del 2014 como el Año Internacional de la Agricultura Familiar.

“Urge promover sistemas agrícolas verdaderamente sostenibles que puedan satisfacer las necesidades de alimentos del mundo— insistió—, y nada se acerca más al paradigma de la producción sostenible de alimentos que la agricultura familiar”, pues juegan un papel relevante los agricultores familiares en la erradicación del hambre y la conservación de los recursos naturales.

Cabe la interrogante: ¿Qué es la agricultura familiar?

Conceptos a la mano refieren que es la clasificación que recibe la producción agrícola, forestal, pesquera, pastoril y acuícola gestionada y operada por una familia y que depende principalmente de la mano de obra familiar, incluyendo tanto a mujeres como a hombres.

Esta actividad, por consiguiente, rescata los alimentos tradicionales, contribuyendo a una dieta equilibrada, a la protección de la biodiversidad agrícola del mundo y al uso sostenible de los recursos naturales.

Muy asociada a la seguridad alimentaria mundial, emerge la agricultura familiar como ese “respiro” que necesitan las economías locales.

“A nivel mundial, se estima que hay 500 millones de explotaciones familiares, representan en promedio más del 80 % de las explotaciones agrícolas. Tanto en los países desarrollados como en aquellos en desarrollo, son los principales productores de alimentos de consumo local y los administradores principales de la seguridad alimentaria”, expresó da Silva.

La “chispa” se despertó en varios países de América Latina y el Caribe, y apostaron por la agricultura familiar. Ha sido el caso de Bolivia, donde se declaró como actividad de interés nacional; de Argentina, donde se destinaron cerca de 1,7 millones de dólares para impulsar la inscripción de agricultores familiares en el Registro Nacional de la Agricultura Familiar; de Costa Rica, que adoptó el Plan Sectorial de Agricultura Familiar 2011-2014; y de Chile, que incrementó en 8,2 % el presupuesto del 2013 para fortalecer la pequeña agricultura.

¿Qué ha sucedido en Cuba?

Se asume la agricultura familiar como premisa para avanzar hacia la seguridad alimentaria. Como primeros pasos se destacan la creación de fincas especializadas en plantas medicinales en montañas. También, la firma de un proyecto de conservación de la biodiversidad agrícola, donde están involucrados alrededor de cinco mil campesinos. Con estos programas, según afirmó Adolfo Rodríguez Nodals, jefe del Grupo Nacional de Agricultura Urbana y Suburbana, se eleva el nivel de vida de las poblaciones locales y se aprovechan los conocimientos de los agricultores, “para conservar los recursos fitogenéticos y obtener materias primas con las cuales elaborar medicamentos que combaten o previenen enfermedades”.

“Puede incrementarse la variedad y producción de frutales y el cultivo de especies autóctonas y naturalizadas —señaló—, y se pretende obtener plantas medicinales muy difíciles de lograr en el llano”.

En la agricultura familiar ve también una opción el doctor Sergio Rodríguez Morales, director del Instituto Nacional de Investigación de Viandas Tropicales (INIVIT). “En los últimos tiempos —destacó—, muchos cultivos tradicionales han sido relegados por aquellos que son más comercializables y hay que tomar en cuenta las posibilidades que ofrecen especies autóctonas de cultivarse en pequeñas parcelas con insumos mínimos y que permiten también su empleo como alimento animal. Con la entrega de tierras en usufructo, el productor diseñará su estrategia productiva en función de sus disponibilidades de insumos, de las características del suelo y el clima que lo rodee. Se garantizarán los alimentos y la fuerza laboral también”.

Claro que hay factores que no pueden ignorarse para lograr un desarrollo exitoso de la agricultura familiar: las condiciones agroecológicas, las características territoriales; el acceso a los mercados, a la tierra, a los recursos naturales, a la tecnología y a los servicios de extensión, entre otros; pero en nuestro país sería válido repensarlo en función de lo que ya se ha venido haciendo antes de que existiera la denominación.

Así piensa el agro-ecólogo Fernando Funes Manzote, cuando reflexiona en torno a la agroecología, actividad que promueve la producción agrícola en correspondencia con la conservación de los recursos naturales y que siempre ha existido en el seno del campesinado cubano.

“No es la agroecología un retroceso ni se trata de una agricultura de pobreza, de bajos rendimientos, con problemas de plagas y nutrientes, a la que se acude cuando escasean los recursos financieros para el desarrollo de la agricultura convencional”, aseveró.

Entonces, bienvenido el 2014 con su “etiqueta” internacional. Bienvenida también la apertura de las mentes y el creciente interés por garantizarle el qué y el cuánto a todos los que hoy padecen la hambruna.

Bienvenida entonces la agricultura familiar, a la que hay que tomarla en serio y estimular desde la tecnología, el acceso a los insumos, la acción de las cooperativas... En ella se depositan gran parte de las esperanzas del futuro.