Joy (2015), una cinta estadounidense basada en hechos reales, cuenta la historia de una amada de casa abrumada de problemas familiares (vive con diez personas en su casa) que logra convertirse en multimillonaria gracias a una idea que vende por la televisión norteamericana.
Que una persona pase de tener dos hipotecas y vivir con su exesposo bajo el mismo techo a ser una magnate de ventas en Estados Unidos es una realidad muy poco probable. Pero —asegura la película— la única diferencia entre la realidad y la ficción es que la segunda tiene que parecer real.
De todas formas, la mujer que es Joy existe más allá del argumento de esta cinta. Y aunque la cinta es una versión libérrima de lo que fue su desarrollo como empresaria en la vida real, el hecho de que sea una mujer que no dejó a un lado su sueño inspira a millones de personas en el mundo. Y ese es un detalle con el que cuenta el director David O. Rusell para la aceptación del argumento del filme.
Esta historia tiene su enganche en el crecimiento espiritual. Es, en eso estamos de acuerdo, una historia muy poco factible en términos de probabilidad. Pero es también una grandilocuente anécdota sobre el éxito de una mujer que venció fraudes, trampas, el nulo apoyo familiar, incluso, a sus propios miedos, y logró justo lo que soñó para sí misma. Y eso no es poco.
El director David O. Rusell es uno de esos realizadores que disfruta tener actores fetiches. En su caso son Robert de Niro, Bradley Cooper y la gran actriz Jennifer Lawrence, quien en esta cinta está a la altura de las ya consagradas Julia Roberts, Nicole Kidman…, casi rozándole los talones a la inalcanzable Meryl Streep.
David O. Russell insiste en un cine, como lo atestiguan sus cintas predecesoras (La gran estafa americana, El lado bueno de las cosas, The figther), que corteja a la fábula, a la irrealidad.
Por eso no es de extrañar que haya algo de cuento de hadas en su cinematografía. Algo de enfrentarse a los obstáculos y terminar siendo vencedores, de que el bien venza al mal y de que la protagonista viva, de una vez y por todas, feliz para siempre.
De alguna manera, Joy recuerda el cuento de Cenicienta: una mujer sola con una familia que es un lastre a sus espaldas, intenta luchar por lo que quiere, en este caso, éxito empresarial. Y recuerda el cuento de Caperucita Roja: una muchacha que se debate en un mundo de lobos: un mundo de hombres, cruel y oportunista, donde las mujeres tienen poca o ninguna cabida.
Aunque en la cinta resultan sugerentes los recursos cinematográficos que se manejan como, por ejemplo, los flashbacks y la voz en off, el verdadero punto álgido de Joy reside en la actuación de Jennifer Lawrence, que parece no necesitar la ayuda del elenco de lujo que la acompaña.
Joy cuenta con una actriz que asume con espíritu orgánico la fantasía onírica con cierta caricia naíf que riega la película para volverla una deliciosa interpretación, un regalo para aquellos espectadores que gocen de amplia sensibilidad y avidez artística.
raul
14/7/16 7:50
bravo!
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