En la Cuba de nuestros días, Suite Habana pudiera ser el nombre de una casa de renta para extranjeros en La Habana.
Pero esta no es una película de la Cuba actual. Fue hecha en el año 2003, cuando todavía las rentas no eran parte del paisaje habanero de cada cuadra. Además, lleva la firma de un artista ocupado en emitir gemidos más existenciales que los que emiten los turistas en las casa de renta: es un filme de Fernando Pérez.
Una ciudad es su espacio, su sonoridad y su luz. Pero en Suite Habana, la ciudad es su gente. Y más: gente que muestra una realidad peculiar y única, solo con imágenes, de ellas emana la poesía.
Porque el docudrama que es Suite Habana es poético. No por su presupuesto, que fue ínfimo (inconcebible para cualquier cineasta norteamericano), sino por su lirismo: el escenario de este filme pone la imagen del Che en donde en otra parte del mundo hubiera una marca de Coca Cola; la palabra Revolución colgando de un edificio gris y tétrico, que casi ahoga el alma mirar.
Es en verdad un filme triste. Si invita o no a salir de Cuba, como han dicho muchos críticos…, bueno, ya eso es cuestión de cómo se mire. La emigración ha existido desde todos los tiempos. Y la verdad, Suite Habana, con su ritmo pausado y flemático —que da tiempo para reflexionar en cada escena— y con sus pocos o nulos diálogos —¿serán un espejo de la necesidad de libertad de expresión de los individuos de entonces?—, no quiere gritar ningún conflicto. Solo mostrarlo. Que cada cual decida por sí mismo.
Porque Suite Habana es una cinta que respeta el criterio ajeno. Como es Fernando Pérez en persona. Un hombre respetuoso, al que todos deberíamos llamar héroe. Y no hablo por el altísimo grado de complejidad escénica de la mayoría de sus filmes —siempre con la mano de Raúl Pérez Ureta en la fotografía—, sino por su inteligencia y su poesía. Si hubiera más hombres tan talentosos, perseverantes e inteligentes como Fernando Pérez, La Habana no estaría tan llena de rostros serios y tristes. De envidiosos y de necesitados.
Los hombres inteligentes siempre encuentran la manera de hacer.
Suite Habana muestra gente de rostro serio y melancólico debido a las carencias, la falta de comodidades y los pocos horizontes de éxito. Madagascar (Fernando Pérez, 1994), en cambio, era el retrato amargo e iconoclasta de una generación que vio cómo se derrumbaron sus valores éticos. La vida es silbar (Fernando Pérez, 1998), por otra parte, propuso repensar los límites que tiene cada ser humano por dentro...
Todas estas cintas tienen una sombra azul como melodía.
Ah, un detalle que me fascina: Suite Habana pregona la influencia de Edward Hooper, un pintor existencialista que revolucionó el estilo realista norteamericano con sus estimaciones de lo que era el aislamiento, la soledad y la melancolía. Es, además, una película culta y refinada, que tiene intertextualidades que remiten al arte universal.
Pareciera que no tiene Fernando Pérez ninguna dificultad en estructurar los relatos que escoge narrar. Sabe aprovechar los planos neutros para hacerlos parte de un discurso de clara intención artística.
El resultado en Suite Habana es el pecho encogido. El corazón en los huesos. Una de nuestras representaciones —como cubanos y como seres humanos— más dramática y, al mismo tiempo, más perdurable.
NEOCIMARRON
21/6/18 17:47
La misma sugerencia para el blog de Intimidades.... no lo puedo leer porque las palabras sexo, intimidades, etc....están el los "diccionarios" que regulan los filtros en estos sitios que son de navegación nacional.....TREMENDO "FILTRO"
Nor1
12/6/18 14:54
hola Diana, una sugerencia, por favor, evita poner en el titulo del articulo palabras que estan en los filtros que cierran la navegacion (incluso nacional). no podre leer tu articulo La risa y las fantasías sexuales sencillamente porque la palabra "sexo" lo prohibe. gracias.
Julio cesat
5/6/18 13:29
Sin dudas los códigos de Fernando Pérez son únicos e irrepetibles Suite Habana me dejó un sabor amargo sin embargo estoy convencido que estuve ante una obra magestuosa
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