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viernes, 22 de noviembre de 2024

La visión de los Hermanos Nolan (+Video)

Memento, una historia, una muerte para recordar...

Daryel Hernández Vázquez
en Exclusivo 15/06/2021
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Fotograma de la película Memento
Memento, una historia contada por hechos distorsionados de una memoria confundida y a corto plazo.

“La memoria no es perfecta”, le dice Leonard a Teddy en la historia; la memoria no es infalible, sin embargo, ¿llegó Leonard a conseguir su objetivo? Así mismo fue capaz Christopher de reflejar la historia de su hermano Jonathan. Una historia contada por hechos distorsionados de una memoria confundida y a corto plazo. Aunque a veces, ni los tatuajes, las fotografías polaroid (el memento principal de la obra), ni los mensajes y palabras claves impregnadas a la imagen con la dirección de unos 10 minutos futuro protagonista, serán capaces de esclarecerle los hechos que desaparecieron hace apenas segundos; como menciona en la novela Earl (quien sería Leonard en el filme): - Para el momento en que leas esto, ya me habré ido -. Entonces, ¿por qué esta elaborada decepción? Christopher Nolan entrelaza la redacción de su hermano como solo él es capaz de hacerlo, con astucia, suspenso, torsión e intriga; en un acercamiento directo al género “noir”. Crea a un personaje perturbado y en constante pena por el último recuerdo atroz de un crimen como la perfecta forma de expresar la condición de su memoria. Con la absoluta necesidad de marcar vestigios de los sucesos para ser capaz de encabezar su propia historia en los próximos instantes.

“El director” desarrolla una ficción repleta de un suspenso y matices psicológicos distendidos a lo largo del filme, adoctrinado y a la altura de la escuela de Hitchcock, (¿le legó este maestro la capacidad de generar ansiedad?) Una ansiedad que nos lleva junto al mismo Leonard en cada escena, en cada mismo/diferente cuarto que su mente no es capaz de retener, en cada acertijo que su corta memoria no puede recordar, y, por ende, a las soluciones: “Recuerda el caso de Sammy Jankis”, la motivación necesaria, una persecución junto al personaje. Vemos a un Leonard desorientado, captando un mundo extraño a su alrededor, leyendo los mensajes que supuestamente dejó detrás su anterior él, de lo que le dicen las personas con que se congenia (parte de sus múltiples tiempos y olvidos, quizás de una muy elaborada mentira: “Todos le mienten a Leonard, sobre todo Leonard”) para comprender eventualmente el plan de su venganza. Así, Nolan, expone un personaje que se complejiza en “crescendo” con el paso de 10 minutos entre escena y escena.  

Para crear tal obra era necesario explorar los espacios recónditos de la memoria, su funcionamiento, las experiencias y certezas de la realidad. Además, el tiempo y su singularidad esencial, “el ahora más que el mañana”. La estructura del filme desarrolla sensaciones que orientan al protagonista descarriado sobre un mundo físico que desconoce, al cual pertenece, al cual tiene que pertenecer, aunque se trate de una realidad alternativa, como también guía al espectador, donde radica el poder de la obra. Manifiesta en su argumento un toque de filosofía existencialista que reflejara la relación del ser y su contexto. Donde existe razón por parte de Teddy (el personaje antagonista – que sabe algo) al plantarle exactamente a su lado en el vehículo: - Tú tan siquiera sabes quién eres -, a lo que Leonard le recita unos mandamientos de su antigua vida, mientras está sentado con ropa robada en un Jaguar hurtado de un supuesto y primer John G que asesinó y, por supuesto, olvidó. Una cruda realidad, de hecho, ya no sabe quién es. Dicha circunstancia afecta su comportamiento, sin embargo, dictaminada condición no aleja a Leonard de su ser: una venganza sobre su mujer, persona que en él su condición carcome cada dadiva sentimental. El flujo invertido en que fue filmada la película, te lleva a captar en un análisis meticuloso las actividades de una memoria por más dañada en un cerebro constantemente activo (activo por los vestigios que el mismo protagonista deja en su paso, los trucos de vivir con su condición, por la necesidad de alcanzar su deseada venganza como motivación lineal y conductiva, amen que, posiblemente, se le olvide en los “próximos instantes”).


Fotograma de la película Memento (Daryel Hernádez/Cubahora)

A veinte años de su estreno, y la publicación de la historia original de la cual se basó el largometraje, Memento ha fraccionado como su misma composición las formas de crear cine. Este tipo de cine, marca registrada de su director, es vanguardia en tramar historias versadas sin un orden cronológico bien articulado, o con llamadas “interrupciones” en la consecuencia del filme, sutilmente decoloradas en blanco y negro. Esa decoloración, que denota no solo un recorrido sobre un supuesto pasado, también es empleada para sugerir una explicación de varios hechos sucedidos en la realidad aparente del protagonista que, de una forma u otra, enmarcan y están interconectados verticalmente con las acciones que encabezan la película. Con una supuesta estructura formal del argumento, estructura que es adyacente y perteneciente a la misma cadena de hechos. Tal vez la ausencia de color deviniera de la búsqueda del director de adentrar aún más la atención del espectador a la mente de Leonard. Que fuera capaz de conocer cercanamente las perturbaciones del protagonista, el miedo, atenuar su oído a los sonidos tortuosos al colgar el teléfono por precaución, que la oscuridad prevenga el cuidado y abriera paso a que la visión tratase de captarlo todo: la situación, el sufrimiento, la altanería, el extraño recordatorio de palabras que ubican al personaje líder, la respiración entrecortada, el habla veces dura y poderosa, otras amilanada y temerosa. El blanco y negro de las cosas…

Películas de su mismo autor como Dunkirk (2018) donde vimos a un Nolan más abierto a las disposiciones del mercado; y otras foráneas como Irreversible (2002), sin olvidar la creación increíble de Quentin Tarantino años antes con Pulp Fiction (una de películas más representativas de su cine y de la cultura pop); son especímenes trazadas en este ámbito fílmico, consideradas películas de culto en la formación y expresión artística (en ocasiones, ganchos cinematográficos sin mensaje). Dichas películas están delineadas por una estética minimalista en su confección. La escases de escenarios, la naturalidad, despojar de elementos sobrantes la trama, el poco uso de recursos; permitió que se desarrollara una secuencia que por sencilla es capaz de desenredar un mundo concentrado y ordenado en secuelas bien establecidas por Nolan; “confía en el desorden”. Teniendo en cuenta, además, la crudeza de sus composiciones. Que no se alejarían de ese clímax y su desenlace. Apañándose de una ejemplar fotografía, a cargo de Wally Pfister, para trazar las linealidades exactas de lo que se pretende generar con la trama arrevesada del filme. Eran necesarias locaciones exactas y bien definidas para llevar a cabo los vestigios de la memoria de Leonard, o Lenny (como no le gusta que lo llamen); para esto el montaje fue dirigido en crear ambientes naturales, extraídos principalmente de la ciudad, amén de que la obra haya sido filmada en tan solo 25 días, en tan solo 6 atmósferas y un pedazo de comunidad.

Siguiendo esta misma línea de pensamiento, en los detalles es donde se encuentra la verdadera composición semántica de la obra. Estas piezas escénicas desarrolladas desde la invitación inicial realizada por su director, se encabezan en una contradirección, una arritmia fílmica que se desmenuza atemporalmente. Will Cuppy sugería este concepto de contradirección para las visiones que el decursar religioso egipcio le daban al dogma de ascender, aunque en realidad por la posición de las mismas pirámides (cardinalmente: al Sur), descendían. Nolan, en su mano maestra explícita conceptos parecidos. Un dominio de desenredar el largometraje mientras, no solo en una narración invertida, sino que también, estipula las pautas para comprender la historia de clímax a clímax, de momento a momento, de solución a solución, donde en sí allí radica el problema dramático de la cinta. Mientras asciende, desciende, sin existencia de puntos medios. Cada pieza escénica tiene la capacidad de desestructurarse por sí sola y de cierta forma desdramatizarse, donde alcanza a su vez un efecto contrario, mayor fuerza sobre un cine estándar. Es necesario que cada escena devele el secreto que le antecede y así sucesivamente; allí está la deconstrucción idealizada por ambos hermanos. También, desde ese análisis minucioso sobre la imbricación de las escenas en similitud con la literatura y composición de Juan Rulfo, se puede observar la construcción de la obra como un todo, y, además, la visión fílmica de cada escena independientemente. Cada pieza dramatizada tiene la capacidad de desenredar un universo de detalles que enaltecen los sentidos de los espectadores. Entonan la búsqueda del objetivo, la solución más allegada del protagonista desde la persecución de los datos y detalles; donde se confabula una mezcla de belleza, suspenso, desorden y arte.


Fotograma de la película Memento (Daryel Hernádez/Cubahora)

Memento no solo hace homenaje digno a las dificultades y habilidades de la memoria y conocer el tiempo esencial como tal junto a las ansias de control, factor clave de la filmografía de este cineasta, también realiza una deferencia con afecto a la misma historia de sus creadores. En la estructura y montaje de cada ambiente se encabezan vestigios que rememoran sus autores de su propia vida. ¿Será la película un recordatorio imprescindible de lo perdido, de las cosas que ya no están, pero se imperan, una llamada de atención? El largometraje está plagado de simbologías que aluden al concepto mismo que trata (se puede mencionar el concepto de la campana, el cual en la misma mística sobre el concepto “memento” sería el recordatorio perfecto para los que van a morir; además, el estigma de la taza de café, que se resguarda como el perfecto instante eterno, oxímoron al igual que la frase Memento mori), entrelazado con objetos, incluso edificaciones, colocados intencionalmente para enriquecer la trama y también repasar, desde la visión de sus creadores, su vida. 

La exitosa película no era de fácil diseño cuando le abre al espectador una visión complicada de la trama desde el justo principio: Un asesinato (o eso muestra el director cuando en los primeros minutos insiste en verlo todo al revés), una venganza por la penosa causa de haber violado y asesinado a su mujer, por manos de un hombre que más tarde simulaba ser su amigo, ya era suficiente para jugar con la mente de los cinéfilos. Ya el guion, en las manos de Nolan, tomaba forma con un escaso elenco actoral interconectados en el argumento unos con otros, maniobraba con los parámetros cognitivos de la extravagancia del caso particular de Leonard y su pérdida de memoria, y la comunicación por teléfono entre el protagonista y un misterioso interlocutor, desconocido al cual le explica una historia, una muerte para recordar y su condición. No obstante, la película devela otras sorpresas. “Nunca fue tan sencilla como se esperaba”. Un vuelco tanto pasmoso como revelador a los veinte minutos finales, en el exacto momento en que ambas secuencias diferenciadas por las tonalidades de sus escenas (a color y en blanco y negro, una vez más) llevadas de la mano se unifican, es capaz de generar más preguntas que soluciones: ¿Quién es el asesino? ¿Leonard lo inventó todo? ¿Murió en realidad su esposa? ¿Es solo una búsqueda sin sentido para satisfacer la sed inagotable de venganza del protagonista? ¿Es simplemente Leonard un ser perturbado por su condición? Solo un ojo perspicaz a los detalles sería capaz de resolver tal escaramuza dentro del aparente ciclo infinito e inagotable del filme. Teniendo en cuenta, claro está, que el diseño del director fue realizado para disfrutar de la confusión del espectador. Que ese estadio de búsqueda y respuesta, duda e investigación colme la imaginación de los cinéfilos. Insertando, más allá de la misma historia, destellos que persuaden a la mente más ágil. Destellos como: el breve vislumbramiento en que aparece Leonard entre los pacientes del psiquiátrico en lugar de Jankins cuando tras cámara (voz en off) él declara que ya sabía el truco para parecer que reconoce a cualquiera y así verse menos anormal; otro sería, la remota posibilidad de que el protagonista recuerde su falla de memoria cuando lo último que rememora es el rostro de su esposa desfallecida, donde también el director juega con los galimatías acerca de la verdadera muerte de su mujer. Es parte de la artimaña de la película mantenernos atentos sobre esta última expresión. Una obra maestra capaz de dejarnos en ascuas.  


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Daryel Hernández Vázquez

Licenciado en Ciencias de la Información en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Cinéfilo y editor. Aspirante prematuro a director de cine. Novelista, poeta y loco.


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