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viernes, 22 de noviembre de 2024

Ser madre

Ser madre es experimentar la ambivalencia como nunca antes, es estar cansada y enamorada, y pasar del desbordamiento a la caricia más dulce...

Yeilén Delgado Calvo
en Exclusivo 20/05/2023
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madre e hijo
Una madre se da, porque cuida, y cuidar nunca es fácil. (Ilustración de Gaceta UNAM)

Esta columna debió escribirse y publicarse una semana atrás, para celebrar el Día de las Madres, pero no pudo ser. Yo estaba de luna de miel, una sui géneris, porque a mi esposo y a mí nos acompañaba toda la familia, incluidos mi hija y mi hijo.

Fue una semana hermosa, porque disfrutamos de la playa, del cariño de nuestros seres queridos, de los días de asueto; pero a una madre siempre le pasan cosas, incluso si está de vacaciones, y lo que nos pasó fue causa directa de que no hubiera Matrioska el sábado anterior.

Apenas al segundo día de desembarcar gloriosamente en Varadero, mi hijo empezó a sentirse mal, primero fiebre, luego vómitos y diarrea durante la noche. Imaginarán el susto de esa madrugada. Mientras me aseguraba de que tomara agua, de limpiarlo, de arrullarlo para que durmiera algo, dejé –sin percatarme– el teléfono con la linterna encendida (no quería encender la luz de la habitación y que se despertara su hermana) y como tenía poca batería, se me apagó.

No me sabía el pin para desbloquearlo, y por consiguiente no habría manera de usarlo hasta volver a casa. A través del teléfono de mi pareja, me disculpé con quienes tenía compromisos ineludibles, y listo: me dispuse a vivir lejos de las redes durante el resto de las vacaciones. Y pude hacerlo con tranquilidad, porque cuando no tengo teléfono solo me pongo ansiosa si mis hijos no están conmigo.

Finalmente, el pequeño de mi tropa mejoró poco a poco, era una virosis estomacal; sin embargo, quedó berrinchudo y melindroso, y –como les dije a unas amigas– pegado a mí como el monito a la mona. 

Con mi esposo casi no tuvimos chance de escaparnos; y, no obstante, no fue nada traumático, porque hemos aprendido a construir una felicidad donde mis roles de esposa y madre conviven armónicamente, como debe ser, y como es cuando nos amamos a nosotras y hallamos quien nos ame.

Y si cuento todo esto es porque refleja mejor que cualquier disertación lo que quería escribir acerca de lo que es ser madre. No obstante, cedo al propósito de compartir mis definiciones:

Ser madre es vivir contantemente en el terreno de la improvisación, planificar sirve de nada o de muy poco. Es dormir siempre menos de lo deseado, comer de última y tener la mente ocupada en anticipar peligros, establecer ubicaciones y calcular trayectorias para impedir caídas desastrosas.

Es sentir un miedo tremendo, visceral, ante cualquier enfermedad, mancha o tic raro. Es desear que ya se cure para poder descansar; y cuando al final duerme horas seguidas, despertarte sobresaltada, ponerle la mano en la espalda y comprobar que respira.

Es que se te escape una lágrima de impotencia porque quisieras disfrutar sin preocupaciones, y no estar tan pero tan limitada, y a los minutos siguientes revolcarte de la risa con tus hijos mientras juegas a besos y cosquillas. Ser madre es experimentar la ambivalencia como nunca antes.

Es estar cansada y enamorada, y pasar del desbordamiento a la caricia más dulce. Es no poder soportar que lloren, ni siquiera en el medio de una perreta por un capricho loco; sus llantos nos taladran el cerebro, nos llenan de una angustia creciente.

Ser madre implica, además, sentir como nuestros el dolor de cada madre y de cada niño del mundo, y volvernos más sensibles, más frágiles en medio de una fortaleza hasta entonces desconocida.

Una madre no es una superheroína, una madre no siempre está feliz siéndolo, una madre duda y se culpa, porque sigue siendo humana, y teniendo aspiraciones y deseos que van más allá de la maternidad.

Una madre se da, porque cuida, y cuidar nunca es fácil. Ser madre es también aprender a hacerlo, equivocarse y rectificar; intentar conciliar, y aceptar cuando es imposible conciliar, que lo es la mayor parte de las veces; balancear pérdidas y ganancias.

Ser madre es apreciar pequeñas cosas: olfatear unos pelos revueltos, morder un dedo gordo, oír los piropos más hermosos: “mamá, eres linda”, “mamá, eres mi flor”, reír ante las pronunciaciones más disparatadas; y también recibir cabezazos y pellizcos, y besos babosos y abrazos con manos pegajosas.

Ser madre es terrible y hermoso: una responsabilidad que asfixia y un amor que impulsa.

Y es, sobre todo, no saber muchas veces qué es ser madre, y descubrirlo poco a poco, perdonándonos y retándonos, como quien emprende una misión, un ascenso, una conquista.


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Yeilén Delgado Calvo

Periodista, escritora, lectora. Madre de Amalia y Abel, convencida de que la crianza es un camino hermoso y áspero, todo a la vez.


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